El Correo de Burgos

ATENTADO CONTRA LA CASA CUARTEL / UN AÑO DESPUÉS

Entre el recuerdo y el olvido

Burgos

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COVA JUEZ / Burgos

Madrugada del 29 de julio de 2009. Un pájaro aparece aprisionado entre los cristales caídos de la mercería de Maribel, en la calle de Juan de Encina. La instantánea, tomada por su marido, se erige en símbolo del atentado de la banda terrorista ETA  contra la casa cuartel de Burgos. Hoy se cumple un año del suceso, que destrozó por completo el edificio y arrojó un saldo de más de sesenta heridos. El esqueleto de la casa se perfila contra el cielo burgalés y un enjambre de obreros se afana en las tareas de rehabilitación. En el barrio, la vida sigue.

Maribel no sólo recogió los vidrios rotos de su negocio: su casa y las de casi toda su familia se encontraban en las inmediaciones. «Mi hijo pensó que no había casa. Dio la luz para salir de la habitación y miró a ver si todavía estaba el suelo. Imagínate qué angustia», recuerda desde el interior de su tienda. A ella, la onda expansiva la tiró de la cama. Los recuerdos son inconexos y amargos, aunque todos coinciden en el milagro que supuso la ausencia de fallecidos.

«Yo creí que se me hundía la casa», interrumpe una cliente, y otra apunta que escuchó la explosión desde Rioseras. Sin embargo, todos están bien. Las curiosidades y 'anécdotas milagrosas' se suceden. Un vecino que todos los días tiraba la basura a esas horas la olvidó esa noche. El despiste le supuso estar dentro de su furgoneta  cuando se produjo la explosión, lo que le salvó la vida. Primero pensó que había recibido el impacto de otro vehículo; pronto se dibujó en el aire la silueta del hongo de humo. Las vecinas hablan de un bebé rescatado intacto de su cuna, cuajada de cristales; otros escaparon al desastre por estar de vacaciones. «Una vecina mía se llevó a la niña a su cama porque aquélla noche no paraba de llorar». La habitación de la pequeña quedó destrozada. Maribel, sin embargo, confiesa que no han hablado mucho del desastre «porque nos poníamos a llorar». Todavía hoy, a algunos, el recuerdo les torna los ojos vidriosos. Nadie consigue evitar estremecerse al pensar qué hubiera pasado de haberse producido la explosión a otra hora.

Los daños fueron variados en localización e intensidad. Es como tomar una fotografía de una palangana de agua lanzada al aire: si se observa  al detalle, se  aprecian huecos en la masa de líquido. La onda expansiva de los 200 kilos de amonal utilizados en Burgos actuó de forma semejante. Los daños más graves se localizaron en los portales 25, 16 y 85. En el primero varios vecinos quedaron encerrados al fundirse las cerraduras. En el último, el desalojo duró más de tres meses. Todos los vecinos coinciden en las dificultades que ha supuesto el 'papeleo' y en que se ha tasado todo a la baja. Para Maribel, «los políticos se han portado muy mal, nos hemos sentido muy desprotegidos. Dijeron que no querían politizar el asunto. Pues lo tenían fácil, sólo tenían que haber venido uno de cada». A la gente que tenía seguro se le ha devuelto un porcentaje bastante alto. Algunas compañías tienen un 7% de franquicia de la que debe hacerse cargo el gobierno. Para la gente sin seguro, el estado cubre la indemnización. De cualquier manera, todos concuerdan en que han debido adelantar el dinero necesario para muchas reparaciones y destrozos. En la frutería de Santi, pasaron semanas con el establecimiento abierto y desprotegido. Él califica de «chapucera» la atención recibida. La explosión le despertó en su casa del G3 y casi pierde su negocio. «Las ayudas han funcionado mejor para los que viven en el barrio, pero contentos, ninguno: ni ellos, ni nosotros, ni los que pusieron la bomba, ni los que nos gobiernan», dice.

¿Y las secuelas? A Maribel le sigue asustando el ruido del camión de la basura. Santi reconoce que se le ha grabado el sonido de los cristales rotos. En la calle aún se aprecian vestigios y entre las obras y la falta de aparcamiento se ha perdido mucha vida en el barrio y mucha clientela. Desde la panadería Cámara lamentan que antes mucha gente transitaba la calle de camino al Carrefour. «Ahora, todo el mundo va por la Avenida Cantabria».

Un vecino huye de las preguntas. «Mejor olvidar», murmura apurando el paso. «Esta es la última vez que recordamos, el próximo año deberíamos hacer una fiesta», dice Maribel con una sonrisa. ¿Olvidar? No. Sólo seguir adelante.

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