Mi vecino es un okupa
Inquilinos de varios inmuebles de la zona del Crucero manifiestan sus quejas diarias por la presencia de okupas en viviendas desahabitadas
Viven en el bloque pero no son propietarios de las viviendas, tampoco inquilinos. Entraron una noche de madrugada, y cambiaron la cerradura. Son okupas. Personas que ante la necesidad o sin la misma deciden ocupar viviendas y locales vacíos ante la impotencia de propietarios y comunidades de vecinos que ven como sus facturas sufragan los gastos de quienes se toman la justicia por su mano. Una realidad muy cercana para los vecinos de la zona sur de la capital burgalesa que han visto como en los últimos meses el fenómeno okupa ha ido ‘in crescendo’.
El tren dejó de pasar hace años por la capital burgalesa revalorizando los inmuebles construidos en los años 40 y 50 en esta zona de la ciudad. Uno de ellos es el bloque número 4 de la calle Rivalamora, en la zona de El Crucero. «Yo tenía un piso en esa zona y mi intención era rehabilitarlo por completo para poder venderlo», explica P. H. en declaraciones a Ical. El burgalés es el propietario del tercer piso de Rivalamora, 4. «Un buen día me llamaron los vecinos para decirme que habían entrado unos okupas a mi casa y me lo estaban destrozando todo», confiesa este ciudadano que se siente «indefenso» ante el daño que puedan haber causado los okupas en su vivienda.
No es el único. La voz de alarma de la presencia de un matrimonio y dos hijos ajenos al edificio la dieron a finales del mes de noviembre los vecinos del segundo. «Comenzamos a oír ruidos, cada vez más ruidos y, de la noche a la mañana, nos inundaron todo el baño. Tenemos el techo lleno de humedades y tenemos que se caiga en cualquier momento», añade el propietario de la vivienda que se encuentra un piso por debajo de la ocupada. «No sabemos cómo han entrado, pero se están cargando su piso y el nuestro. Nos dicen que vendrá el seguro de esa casa, pero con ellos dentro ¿quién va a entrar si han cambiado la cerradura?», lamenta.
Ese es el primer paso y el más certero ante una intención ocupa, cambiar la cerradura de la vivienda. «Una vez que te cambian la cerradura ya no puedes entrar sin una orden», añade el propietario de la vivienda ocupada. Eso es lo que hizo el joven matrimonio de etnia gitana que apareció en su casa para sorpresa de todos. «Forzaron la puerta para entrar y cambiaron el cerrojo. Ellos saben que de esa forma nadie puede echarles y juegan con eso», destaca el vecino del segundo.
Desde aquel momento, el propietario del tercero B no ha vuelto a entrar en su domicilio. «No me quiero imaginar cómo lo estarán dejando todo», suspira mientras lo piensa. Por el momento, ha iniciado los trámites pertinentes en el juzgado y se encuentra a la espera de que se dicte una orden de desahucio que, en el mejor de los casos, puede dilatarse entre cuatro y seis meses.«LA CALLE O SER OKUPA»
La puerta de la casa ocupada muestra claros signos de haber sido forzada. El timbre ya no suena porque han pinchado la luz de la toma de al lado. Llamar a la puerta con los nudillos es una quimera porque nadie responde. «Nunca lo hacen. Luego oímos pasos pero no salen nunca», destaca el vecino consultado.
Por suerte, en la escalera nos encontramos a Dina. La joven de 21 años que vive en la vivienda okupada junto a su pareja y sus dos hijos, de tres y un año. «No tenemos donde ir», repite sonrojada. Es consciente de que lo que están haciendo supone un delito pero afirma una y otra vez que «a ellos les gustaría poder encontrarse con el propietario para pagarle algo».
«Nosotros no tenemos casa», repite una y otra vez en un intento de convencer a los presentes. «Sabíamos de esa casa y pasamos varias veces para ver si podíamos vivir, pero como no había nadie...», destaca. «Estamos viviendo aquí porque estamos al lado de mis padres. No tenemos ni agua ni calefacción, ni nada y solo venimos a dormir. Al niño pequeño le dejo con mis padres para que no pase frío porque aquí no hay ni ventanas», añade.
No es ajena a la situación de ilegalidad que vive. «Ya vino la policía y nos dijo que era un delito. Pero yo no tengo con qué pagar. No tenemos trabajo, ni subsidio y estamos esperando la Renta Garantizada», afirma mientras consulta su móvil de última generación. «Es un regalo de mi hermano. No tiene ni saldo. Lo tengo por si me llama el propietario de la casa para arreglar las cosas», finaliza.EL MIEDO DE LOS VECINOS
Marisa es una de las vecinas que «convive» con el fenómeno okupa. Nos abre su casa para que veamos de cerca lo que ella y sus dos hijas sufren desde hace relativamente poco tiempo. Afirma que los «chicos punkies no dan nada de guerra», pero que «desde hace algunas semanas una familia ha ocupado la casa de al lado y eso se ha convertido en un caos». Fiestas flamencas hasta las siete de la mañana, riñas y trifulcas que han trastocado la vida de esta burgalesa en paro que, ve con impotencia como ella tiene que hacer frente a los pagos de su casa mientras «los otros no solo no pagan nada sino que se comportan de un modo irregular».
«Ya me da miedo hasta por mis hijas o porque puedan entrar un día en mi casa», confiesa mientras señala el muro de apenas dos metros que separa una casa de la otra.PASOS LEGALES
Para el propietario no es sencillo desalojar su finca. Los expertos recomiendan acudir desde el primer momento a la Policía para poner denuncia correspondiente. Para ello, el propietario deberá contar con el certificado del Registro de la Propiedad que acredita que la vivienda está a su nombre. En ese momento, la Policía irá al domicilio para comprobar la situación. Si los okupas han cambiado la cerradura, que suele ser lo habitual, los agentes no podrán entrar y necesitarán una orden judicial. Comienza entonces un largo proceso judicial que puede durar hasta un año y medio.
A la hora de iniciar un proceso judicial existen dos vías. La penal y la civil. La penal permite acusar a los okupas de un delito de usurpación con penas de hasta dos años de prisión. Por la vía civil, los okupas estarán obligados a abandonar la casa y a pagar las costas, pero «suelen declararse insolventes y asunto arreglado», explica un experto en la materia.VIVIENDAS DE LUJOEl boom de la construcción articuló una hilera de lujosas casas unifamiliares junto a la autovía en la calle Ángel García Bedoya. Viviendas de tres baños, cuatro habitaciones y un ático, con un amplio salón y dos patios que se vendieron en el momento por 300.000 euros. La crisis y la quiebra de la constructora, Fincas Villa (Cantabria), impidió que se vendieran todas las viviendas. En concreto, son cuatro las casas que han permanecido vacías hasta hace apenas un año cuando fueron okupadas.Los primeros okupas en llegar a las casas de la zona noble de El Crucero lo hicieron desde la antigua fábrica de Lejías El Cid en la que, según los vecinos consultados, «han llegado a vivir hasta medio centenar de punkies que montan fiestas y no son nada limpios». Discretos y afables con el resto de vecinos cuentan con tres viviendas de tres plantas cada.
«No dan guerra y son muy educados», indica uno de los vecinos de la calle. «Lo que han hecho no está bien, pero esas casas ya no son de nadie porque la constructora entró en concurso de acreedores», añade otro ciudadano.
Graffitis en puertas y fachada dan cuenta del abandono sufrido en las casas. De una de ellas sale a mediodía un joven. Le preguntamos si es uno de los okupas y dice que no. «Yo vivo aquí no okupo nada. No quiero hablar», destaca mientras mete la llave en la vivienda contigua de la que, al parecer, todos tienen llave.