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MESA DE REDACCIÓN / EMPRESAS DE INSERCIÓN

El camino personalizado hacia una segunda oportunidad vital

Burgos lidera en la región esta fórmula de Economía Social destinada a colectivos en riesgo de exclusión como un puente a la inserción laboral en empresas ordinarias

Los cuatro invitados a la mesa de redacción: José María Martínez, Elena Sanz, Marta Pellejero y María José Hernando, en un momento del debate moderado por Ricardo García.-ISRAEL L. MURILLO

Publicado por
L. B. / N. E.
Burgos

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Cuando la exclusión acecha, atrapar una mano tendida que acompañe en la búsqueda de una segunda oportunidad puede ser vital. A ello se dedican las empresas de inserción, una parte poco conocida de ese heterogéneo sector llamado Economía Social que se concreta en fórmulas diferenciadas con un denominador común: «Las personas por encima del capital».Con tales palabras resumía Elena Sanz, representante de la Federación de Empresas de Inserción de Castilla y León (Feclei), la esencia de este otro modelo de negocio en el que el beneficio nada tiene que ver con la contabilidad. Y lo hacía con el respaldo de todas las personas con las que compartía la mesa de redacción promovida por El Mundo-El Correo de Burgos en la que, junto a Sanz, participaron su compañera en Fundación Lesmes, María José Hernando; la ahora trabajadora de Ceislabur tras recorrer el oportuno itinerario de inserción en esta firma impulsada por la entidad social, Marta Pellejero; y el jefe de servicio de Integración Laboral de Personas con Discapacidad y Nuevas Iniciativas de Empleo de la Dirección General de Economía Social y Autónomos de la Consejería de Empleo, José María Martínez.En nombre de la Junta, recogía este en el diálogo propuesto las alabanzas de las portavoces del sector a la política de apoyo puesta en marcha en la región, cuyo registro de empresas de inserción suma en la actualidad doce negocios.La provincia de Burgos, con cinco (tres de ellas: Reusad, Ceislabur y GRM de Fundación Lesmes, a las que se añaden Embico, de Cáritas, y Artesanía Accorema), lidera un ámbito que en Castilla y León cobraba forma en 2007 al calor de la normativa que reguló el procedimiento de calificación de esta actividad y la creación del citado registro administrativo. Desde entonces poco ha crecido ese listado aunque sí aumentan, superada con nota la crisis, tanto las plantillas -y en proporción, los beneficiarios- como el volumen de actividad.En 2018, según los datos facilitados por la Junta, las empresas sumaban 216 empleados de los que 136 ocupaban un puesto de inserción, 129 y 89 en Burgos.Existe, y a ello se refirió Sanz, una ostensible desigualdad por provincias. Frente al éxito burgalés o de Salamanca, con cuatro negocios, se encuentra, por ejemplo, la ausencia de empresas de inserción en Valladolid, Segovia, Ávila y Palencia.Al respecto, José María Martínez consideraba que hay «un problema de difusión» del modelo que, «sin embargo, nunca va a ser mayoritario ni va a proliferar al ritmo de los centros especiales de empleo y las cooperativas».«Esperamos que las nuevas normativas que priman las cláusulas sociales y la reserva de contratos para este tipo de empresas ayuden a dinamizar el sector», indicaba la representante de Feclei, convencida además del ‘peso’ que tiene el apoyo de las administraciones locales en el florecimiento de estas herramientas. En Burgos «ha habido una apuesta clara tanto del Ayuntamiento como del propio tejido social, que es del que parte siempre una iniciativa», añadía, que cuajaba porque «se creyó que era la mejor forma para facilitar del tránsito hacia la vida laboral» a colectivos con problemas.Asiente Hernando a las palabras de su compañera: «Para nosotros fue un paso natural. En Fundación Lesmes atendemos a personas sin hogar, les ayudamos a salir de la calle, les brindamos la posibilidad de formarse y comprobamos que aún con esta capacitación el acceso a un puesto de trabajo ordinario era muy difícil. De ahí que esta figura surgiera como paso previo necesario», relata.El éxito de la fórmula es variable. El dato más reciente, eso sí, da pie al optimismo. El año pasado, según los datos que maneja Feclei, el 69% de las personas que finalizaron el periodo de inserción encontraron un empleo ordinario. «Esta cifra tan alta no es habitual», reconoce Sanz, que lo vincula con la mejora general de la economía.El tiempo previo a este feliz desenlace desde que la persona da el primer paso tampoco puede determinarse. «Depende mucho del perfil. Son procesos individuales, itinerarios particulares en los que los protagonistas siempre deciden y los técnicos les acompañamos y les sugerimos decisiones que pueden ayudar», explica la profesional de la entidad local, muy orgullosa de casos como el de Marta Pellejero, que sonríe sentada a su lado.La joven -a la que un paro de larga duración la arrebató todo- acaba de culminar los tres años máximos de labor -único plazo fijado por ley para garantizar que esta situación sea transitoria- en la empresa de inserción Ceislabur. Y en ella se ha quedado para cubrir un puesto ordinario. «Tampoco es frecuente que el proceso termine así pero en ocasiones las necesidades del negocio lo posibilitan», apunta Hernando.

empoderamientoEn todos los casos, el último medio año de los tres de trabajo en la empresa de inserción se dedica a buscar esa segunda oportunidad laboral que, por extensión, sirva de trampolín hacia una nueva vida. En Fundación Lesmes, por ejemplo, una agencia de colocación se encarga de apoyar en esta tarea crucial para alcanzar una meta «que supone un triunfo que no es de nadie más que del protagonista, y lo logra porque se empodera», subraya Hernando.Este salto hacía un trabajo normalizado, no obstante, es el eslabón más débil de la cadena. Porque hay quien no supera el periodo previo, que exige en muchos casos un cambio de hábitos, y también porque depende de que alguien ofrezca esa citada oportunidad. «Es lo que más preocupa porque la competencia es enorme. Pero hay que destacar que pase lo que pase, sobre todo en un primer momento, quien culmina el proceso cuenta con una preparación y un currículum que antes no tenía, además de los tres años de experiencia laboral», recuerda la trabajadora de Fundación Lesmes.El autoempleo también es una alternativa, limitada eso sí por exigir un capital inicial del que el grueso carecen, además de ciertas aptitudes añadidas.Otro ámbito de mejora, que ayuda a cumplir los objetivos globales, pasa por aumentar la actividad de la empresa en sí. «Y eso que este tipo de negocio contraviene la lógica, pues cuando capacita a su personal tiene que dejarlo marchar por ley y volver a empezar, lo que, obviamente merma la productividad», relatan al un tiempo Sanz y Hernando.Con todo, compiten en el mercado como cualquier otra firma de su sector y prestan servicios «de calidad», subrayan. «Por eso, si aumentan los contratos crecen nuestros recursos y por extensión la capacidad de generar empleo, que es la meta», añaden: «Porque son empresas, no espacios de asistencia social».