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Atapuerca, de la fe a la cima de la ciencia

Este verano se cumplen 40 años de la primera campaña de excavaciones en Atapuerca. Emiliano Aguirre dirigió el proyecto durante 13 años duros de preparación de una «excavación moderna y multidisciplinar» recuerda

El equipo que participó en la notoria campaña de 1994.-JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

El equipo que participó en la notoria campaña de 1994.-JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

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MARTA CASADO / Burgos
Burgos

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Dos años tardó Emiliano Aguirre en materializar el proyecto de investigación. La petición ‘Excavaciones en el yacimiento de fósiles humanos de la Sierra de Atapuerca’ para el trienio 1977-1979 vivió los trámites burocráticos a los que un sistema democrático en ciernes no pudo dar una respuesta rápida. Llegarían a trabajar en la sierra un año más tarde del que figura como inicio de los trabajos y, en el último, ya no hubo fondos para continuar. A partir de los años 80 es cuando se generalizó el trabajo cada verano. Con penurias económicas en un inicio, con más labor de limpieza y obra que excavación pero con una fe ciega en que el sedimento que afloraba en la Trinchera del Ferrocarril daría sus frutos.

«Prácticamente no hubo excavación hasta 1980 porque lo que hicimos era hacer labores de limpieza y preparación y éramos a penas 12 las personas que acompañábamos a Emiliano Aguirre», explica el codirector de las excavaciones de Atapuerca, Eudald Carbonell. El está en el proyecto desde el inicio. «Son muchos años, vine con 24 años y desde entonces caminamos por la sierra», recuerda el paleontólogo catalán con la ilusión intacta. Algo de la emoción de aquellos primeros momentos han recuperado con el hallazgo de Cueva Fantasma.

Hace 40 años tenían 12 fósiles humanos que «habían aparecido casi sin buscarlos» en la Sima de los Huesos. «Y cuando vi sobre el terreno el potencial pensé que aquello iba a dar mucho» recuerda Emiliano Aguirre. «No era solo fe ciega, es que en los cortes de la trinchera se veían huesos, fauna e industria lítica que se caía con la lluvia al camino», explica José María Bermúdez de Castro. Trabajaron en tres yacimientos (Covacha de los Zarpazos-Galería, Dolina Sima de los Huesos). El equipo en aquellos años era de entre 12 y veinte personas. Y el trabajo de concienciación de las autoridades que aportaban los fondos para excavar y los permisos para controlar los accesos se llevaba gran parte del trabajo. Hoy son más de 300.000 los fósiles de fauna, industria y humanos que atesora el proyecto científico. En cada excavación que no falla un año se abren nueve yacimientos (a Galería, Dolina y Sima de los Huesos se han unido Sima del Elefante, Mirador, Portalón, Galería de las Estatuas, yacimientos al aire libre y el lavadero del río Arlanzón) donde trabajan 300 personas durante mes y medio de excavación. El acceso está totalmente controlado y tan protegido este espacio como que se convirtió en el primer Espacio Cultural de Castilla y León y es Patrimonio de la Humanidad. Pero entonces se realizaban voladuras militares en la zona y las incursiones de vándalos y buscadores de fósiles eran muy frecuentes.

Desde el principio Aguirre sabía cómo debían enfocar el trabajo: no irían a la caza de fósiles sino que reconstruirían el pasado más remoto de la península en este rincón de Burgos. «Había conocido excavaciones en otros puntos de Europa teníamos no sólo que preparar el trabajo de campo en un momento en el que esta ciencia estaba en pañales en España pero también había que preparar un equipo multidisciplinar con los que después llegaron a ser expertos en diferentes áreas que ayudan a contextualizar los huesos que sabíamos que estaban aquí», recuerda Emiliano Aguirre.

Hoy el proyecto está asimilado en todo el país, cuenta con un sistema de divulgación encabezado por el Museo de la Evolución Humana. Una imagen que «ya tuvimos cuando paseábamos por primera vez en este espacio donde los fósiles aparecían casi sin buscar, viendo los rellenos al aire en la Trinchera pensábamos que era un lugar para contener también un museo que lo explicara aunque pensaba entonces que sería en el propio yacimiento». A pesar de todo, como ha contado en muchas ocasiones, Aguirre «Atapuerca me ha dado alegrías sin parar». Para empezar un Premio Príncipe de Asturias y el reconocimiento de la comunidad científica como padre de la paleontología moderna en España. Recuerda cómo ha podido disfrutar en vida la gloria que se le negó a otros grandes descubridores como Marcelino Sáenz de Sautuola que descubrió las pinturas de Altamira y el reconocimiento le llegó ya fallecido.

Pero el trabajo inicial tampoco fue fácil. «Aquellos primeros años fueron difíciles, casi no encontrábamos nada (…) Visto con perspectiva, nos lanzábamos a picar y limpiar sin las mínimas condiciones de seguridad pero enseguida fue evidente que era preciso tener una metodología de excavación arqueológica», explica Eudald Carbonel en el libro ‘Atapuerca. 40 años inmersos en el pasado’. «Empezamos a introducir fórmulas de seguridad cuando esto no era obligatorio porque es algo que siempre nos preocupó», confirma José María Bermúdez de Castro.

En aquellos primeros años se empezó a trabajar en Trinchera del Ferrocarril. Dolina apenas era perceptible. Galería fue el lugar en el que se centró el equipo de Emiliano Aguirre que quería «contextualizar la docena de fósiles que habían aparecido en la Sima de los Huesos casi sin buscarlos». En esos inicios Aguirre tuvo claro que «Burgos debía tomar más responsabilidad en este asunto». Así la inicial colaboración con los guardianes de la sierra, los miembros del Grupo Espeleológico Edelweiss, se unió sabia nueva. Aguirre publicó un anuncio buscando estudiantes del Centro Universitario Adscrito de Burgos para participar en el proyecto. Así llegaron a la excavación Carlos Díez, hoy profesor de Prehistoria en la Universidad de Burgos, y Aurora Martín, Coordinadora del Museo de la Evolución hoy.

Los trabajos eran pesados. El destornillador y la brocha se sustituyeron por el martillo neumático. «había mucho que desbrozar», recuerdan. Primero en Galería, después en Dolina. Estos primeros años, además del parón de 1979, fueron duros pero «eran divertidos». «Aparecieron fósiles pero estaban muy rotos y en la Sima de los Huesos no bajamos hasta el año 83», recuerda Bermúdez de Castro. Pero allí también hubo que hacer un proceso de limpieza de restos contaminados que, dada la dificultad de acceso, se extraían en mochila y con mucha dificultad.

Pero esa fe ciega en los inicios han dejado, 40 años después, tantos hitos para la evolución humana como la mandíbula de sima del Elefante con 1,3 millones de años, el cráneo mejor conservado de la Prehistoria, Cráneo 5 y los más de 7.000 restos de una población enterrada en la Sima de los Huesos, un bifaz de factura brillante como Excalibur o una nueva especie como Homo antecessor. «Detrás de unos fósiles tan bonitos hay un trabajo bestial de muchísima gente, de trabajos en las muestras, en la geología, … un trabajo que no siempre tienes resultados» aclara José María Bermúdez de Castro. Atapuerca lleva 40 años demostrando que el trabajo duro tiene recompensa.

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