40 años de experiencia misionera en Uganda
El lermeño Carmelo del Río lleva cuatro décadas en diferentes misiones combonianas en Uganda.
BURGOS
Este verano Carmelo regresó a casa una vez más. No lo había hecho desde hace tres años. «Me piden que lo deje ya, que vuelva que aquí también hacemos falta pero allí es mucha la necesidad y lo que puedo aportar», señala. En sus vacaciones en Lerma «paso más tiempo de médicos y demás que otra cosa». Pero tiene la cabeza en Uganda donde realiza su labor misionera desde hace 40 años.
Llegó con la presidencia del temido Idi Amin, dictador conocido por su canibalismo. Fue derrocado y se han sucedido los dictadores y presidentes que han llevado consigo enfrentamientos, guerras civiles o zonas donde las guerrillas, como la encabezada por Joseph Kony, que dejaban devastadas poblaciones enteras. «Ahora hay cierta estabilidad y tranquilidad a nivel político el problema es que hay una fuerte presión de refugiados que amenaza la estabilidad del país sin hablar de los desplazados internos que están en una situación aún peor», destaca Carmelo.Por eso, cuando regresa a su tierra natal ve con incredulidad los enredos por la atención a los refugiados. Uganda es un país estable pero asolado por la llegada de 1,8 millones de refugiados de Sudán del Sur en guerra en la zona norte. Por el Oeste desde el Congo han llegado otros 800.000. «Es una pena, cuando parece que el país sale adelante viene una guerra, un grupo guerrillero o esta gran cantidad de refugiados que también genera inestabilidad», destaca.
Así las cosas la labor de la misión, centrada en sanidad y educación, sigue siendo igual de necesaria que cuando Del Río llegó por primera vez. La misión comboniana tiene varias zonas de actuación por las que ha pasado Del Río aunque ahora se encuentra en la zona norte, donde Joseph Kony captaba a sus niños guerrilleros. Trabaja en la misión de Aliwang donde son tres personas, ayudados por catequistas y tres médicos de atención inmediata que prestan servicio a la población más necesitada de 230 poblados en la zona de Longo. Unas 130.000 personas. El equipo cuenta con tres dispensarios médicos y colegios donde atienden tanto a población católica como de otras creencias. Especialmente preocupan los desplazados internos.
La ‘suerte’ del refugiado
En Uganda ser refugiado te asegura tener un plato de comida al día. «Naciones Unidas aporta al gobierno un dinero para atender a los refugiados, que son muchísimos, y sobreviven hacinados pero a ellos Acnur les procura arroz, maíz, aceite... productos de primera necesidad», señala. En los días que ha pasado en Lerma, volvió a principios de agosto, ha podido ver cómo se recibe en Europa a los refugiados. «Qué más quisiéramos que dar una manta, ropa de cambio, zapatos... como hacen aquí», se lamenta.
El problema es que aún hay quien está en peor situación que los refugiados. Son los desplazados internos. Una figura que viene de la época de guerrillas en el norte que obligaba a familias enteras a abandonar sus casas. «Las Naciones Unidas se desentiende de estas personas que se ven obligados a abandonar todo, el país los concentra en campos sin comida y atención que recuerdan mucho a los campos nazis y son, de lejos, los que más sufren aquí», relata.
Con la normalidad alcanzada en el país algunos de estos desplazados internos, informes internacionales hablan del 6% de la población del país, regresan a su tierra. «Cuando vuelven su hogar, sus tierras las trabajan otros que también las consideran suyas y se producen enfrentamientos... tratamos de calmarles de reconducir la situación hasta el entendimiento entre todos», señala el sacerdote lermeño. Pero uno de los aspectos que más preocupan a su equipo es la situación en la que quedan las niñas de esas familias desplazadas. «Los padres suelen dedicar todos sus esfuerzos al niño que es al que van a dar estudios y las niñas quedan relegadas a estar en casa hasta que se casan pero queremos darles un futuro mejor con escuelas para ellas y formación para su futuro», explica.
Así en la misión en la que él trabaja tienen dos escuelas y ahora necesitan 5.000 euros para poder incorporar en el aula unas literas para que la estancia se pueda prolongar durante una semana.
Lo que este año sí ha podido llevar de su tierra es material deportivo para los alumnos de los colegios de su misión. «Tengo amigos en el Burgos y vieron fotos de los niños jugando al fútbol a pecho descubierto y como aquí a las tres puestas tiran las camisetas, nos las han para los chavales y me han prometido balones, los espero», puntualiza. Y es que allí el balón de fútbol es una bolsa de plástico, con mondas de bananas y cuerdas de caña.
El objetivo es que a través de la educación y el juego y alejados de los problemas de los adultos Uganda se labre un futuro. Como el que persiguen los niños de la guerra atendidos en la misión de Kona donde reciben atención psicológica. Porque el adiestramiento de los niños de la guerra era «algo terrible, diabólico».
Cuenta cómo la práctica habitual era entrenarlos en el bosque para volver a su aldea y obligar a matar a algún integrante de su clan. De no hacerlo la amenaza era su compañero de quién le aseguraba que mataría a su familia y a él. «Se veían obligados y eso suponía su destierro del clan, no pueden volver, las secuelas psicológicas son tremendas». Por ello los centros de la misión cuentan con chicos que tratan de recuperarse de la peor de las infancias. De ahí que el deporte, como el fútbol, sea una válvula de escape y una forma de estrechar lazos de amistad entre quienes lo han perdido todo.