HISTORIA / LOS EXPERIMENTOS DE VALLEJO-NÁJERA
Conejillos de indias con el aval de Franco
Antonio Vallejo-Nájera, el ‘Mengele español’, quiso extirpar el ‘gen rojo’ de los brigadistas internacionales en el monasterio de San Pedro de Cardeña. No lo consiguió, pero brindó a Franco una valiosa «moneda de cambio» para chantajear a gobiernos extranjeros al término de la Guerra Civil. ¿Hasta qué punto estaba involucrado el futuro dictador? Juanjo Martín y Marta Fernández revelan su fascinación por este «interesante» proyecto cuando se encontraba «en pleno fragor de la batalla». Con 2.000 pesetas de presupuesto y una «justificación ante la historia», el psiquiatra palentino teorizó su «racismo» desde una perspectiva «pseudocientífica».
«Imbéciles», «degenerados sociales», «inferiores mentales», «deficientes culturales», «mezcla de animales y delincuentes»... Así calificaba, entre otras muchas lindezas, el doctor Antonio Vallejo-Nájera a los centenares de brigadistas internacionales recluidos durante la Guerra Civil en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña. No escatimaba en detalles el psiquiatra palentino, adalid del franquismo científico de la época, a la hora de analizar los rasgos psicosociales de esa «hez internacional» que volcó sus «mejores ejemplares de paranoicos» en la «España roja» para luchar contra los combatientes de la «España Nacional». Su pretensión, sobre el papel, era localizar el «gen rojo» y extirparlo mediante un proceso de reeducación política e ideológica. Sin embargo, los experimentos no sirvieron ni de lejos para reconducir el pensamiento de todos aquellos jóvenes de distintos países dispuestos a dejarse la vida para defender la Segunda República y combatir el fascismo.El historiador Juanjo Martín y Marta Fernández, alumna de la Universidad de Burgos (UBU), sostienen que el propósito de Vallejo-Nájera no fue realmente un fracaso. En realidad, el régimen franquista utilizó a estos prisioneros como «moneda de cambio y chivo expiatorio propagandístico de la ‘Nueva España’». Quizás el doctor supiese de antemano que sus experimentos no arrojarían conclusiones relevantes, pero estaba claro que los brigadistas resultaban muy útiles como mano de obra o mero «chantaje» frente a los gobiernos extranjeros que defendían la democracia.«El propio estudio es una excusa pseudocientífica para dar a entender que los ‘rojos’ estaban poco menos que tarados», subraya Martín convencido de que el franquismo buscaba una «justificación ante la historia». Para ello, el Servicio de Propaganda se encargó de fotografiar a los presos tratando aparentar ante la opinión pública internacional unas «benevolentes condiciones de vida». Los brigadistas aparecen «leyendo la prensa, jugando al ajedrez y a las cartas en el suelo». También se les inmortalizaba volviendo del típico ‘paseo militar’ -en realidad, «trabajos forzados en el arreglo de carreteras»-, devorando un «escuálido rancho» durante la «hora de la comida» o «cortándose el pelo amigablemente» al ser «atendidos con solicitud» por las monjas de la Enfermería.Pese a la operación de marketing del régimen intentando demostrar que los prisioneros «han pasado de (ser) esclavos del marxismo a obreros de España retribuidos por su trabajo» -en teoría, recibían 2 pesetas diarias, pero «se les descontaba 1,5 en concepto de intendencia y manutención»-, lo cierto es que los comentarios que aparecen en el reverso de las imágenes demuestran la simpatía de Vallejo-Nájera por la ideología nazi, palpable sobre todo al comprobar «cómo se denigra a los negros y a los que tienen ascendencia judía».¿Hasta qué punto estaba al tanto el futuro caudillo de estas tropelías presuntamente científicas? En Buscando el ‘gen rojo’: Los experimentos interesados del doctor Vallejo-Nájera sobre los brigadistas internacionales de Cardeña, Martín y Fernández revelan que la constitución del denominado Gabinete de Investigaciones Psicológicas planteado por el psiquiatra «pasó no solo por los trámites burocráticos del Cuartel General del Generalísimo, sino que contó con el plácet explícito del mismo Franco». Por aquel entonces, el líder del bando nacional se encontraba en el frente de Aragón. Corría el mes de agosto de 1938 y, en «pleno fragor de la batalla», autorizó la creación del centro desde su puesto de mando Términus porque podía «hacerse algo interesante». Eso sí, siempre y cuando los gastos no sobrepasasen las 2.000 pesetas y se garantizase la «gratuidad de los servicios prestados por parte de los médicos voluntarios que ayudasen a Vallejo en sus experimentos».Un factor determinante para que el proyecto saliese adelante fue la «fluida» relación entre Franco y Vallejo-Nájera gracias a la «amistad que unía a sus respectivas esposas». Sobre este aspecto, Martín señala que el ‘Mengele español’ asumió con creces el papel del «típico pelota de turno» capaz de «trepar» entre las altas instancias de la época. Además, el hecho de haberse formado en Alemania le otorgaba «cierta envergadura» académica pese a que sus experimentos resultasen ser en realidad un conjunto de «chapuzas», no solo por «la forma de hacer las encuestas o de actuar», sino también por las «barbaridades analíticas que se describen después». Aún así, se convirtió en el primer catedrático numerario de Psiquiatría del país.Para deducir la «práctica imposibilidad de lograr los cambios necesarios» para que los brigadistas «revirtiesen su ideología política» debido a sus «carencias intelectuales y tachas temperamentales, determinadas por una variedad insospechada de factores sociales», Vallejo-Nájera analizó la «personalidad» de los presos en función de su nacionalidad. Su principal objetivo, tal y como expuso en la revista Semana Médica Española en octubre del 38, era «hallar las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político democrático-comunista».Por mucho que lo negase, los informes del doctor «destilan bastante racismo». Así lo acreditan sus conclusiones sobre los brigadistas hispanoamericanos: 21 cubanos y otros 19 residentes en España, 32 argentinos, tres chilenos, dos mexicanos y un uruguayo. Y aunque sus prejuicios se centraban en los cubanos -«predominan los tipos degenerativos»-, todos los presos de este grupo fueron calificados de «poco inteligentes» o «débiles mentales». Tan solo una mínima parte -entre el 5 y el 15%- poseía una capacidad intelectual «buena», pero nunca superior y en todo caso condicionada por una «ínfima» cultura. En cuanto a su apoyo a la lucha de clases, el psiquiatra estima que dicha aspiración obedece a su «inferioridad», de la que «seguramente tienen conciencia y por ello se consideran incapaces de prosperar mediante el trabajo y el esfuerzo personal».Quienes presentaban un mayor grado de «civilización» eran los «indeseables» norteamericanos, cuyas «tendencias liberales y democráticas en cierto modo fanáticas y supersticiosas» se alejaban del marxismo porque tendían a «labrarse un porvenir mediante el personal esfuerzo». No en vano, los 72 prisioneros de la Brigada Lincoln -divididos de acuerdo a su origen racial- presentaban mayoritariamente una «inteligencia media, baja o deficiente». Por su parte, los 41 británicos encarcelados en Cardeña llamaban la atención por su falta de «espiritualidad patriótica» y sus nulas aficiones culturales porque preferían «el bar, el club, la taberna o los bailes». Además, casi todos poseían una situación económica estable que sacrificaron «impulsados por la lucha de clases y odio hacia el capitalismo».«Menores atenciones» dedicó Vallejo-Nájera a los 30 «gregarios portugueses» que se vieron influenciados por «el ambiente social obrerista vizcaíno y asturiano». Lo más destacado de su análisis respecto a nuestros vecinos peninsulares era su elevado nivel de analfabetismo, su «posición económica lindante con la pobreza», su alcoholismo y el rechazo a su patria por considerarla «débil y pobre».El día a día en Cardeña estaba marcado por el «frío», los «piojos», una «dieta escasa» sin «agua potable» y un «estreñimiento constante». Por cuestiones ideológicas, quienes más sufrieron la ira del franquismo fueron los brigadistas italianos, alemanes y austriacos al proceder de países aliados. No obstante, las «penosísimas condiciones» de todos ellos eran mejores que las de los presos españoles porque Franco no tenía con quien negociar un futuro canje de combatientes.De acuerdo a los informes custodiados en el Archivo General Militar de Ávila, al menos 480 brigadistas procedentes de los campos de concentración de Alcañiz, Medina de Rioseco, Bilbao y Logroño se instalaron forzosamente en Cardeña a principios de abril de 1938. Se estima que dos de ellos no lograron sobrevivir, aunque «las fuentes en este sentido son bastante opacas». Por ello, precisamente, Martín está dispuesto a seguir investigando porque no le cabe duda de que esta truculenta historia puede «dar más de sí».Tal y como está el panorama hoy en día, Martín asegura que «el conocimiento no reabre heridas». Más bien todo lo contrario, ya que nos permite «congraciarnos con nosotros mismos». «No deja de ser nuestra historia», le pese a quien le pese, y por eso insiste en la necesidad de conocer a fondo el pasado sin entrar en revanchismos políticos ni bandos. A fin de cuentas, se trata de relatar verdades que aún permanecen ocultas.