ENTREVISTA A FERNANDO PÉREZ DEL RÍO / PSICÓLOGO
Fernando Pérez del Río: «El 'pin parental' no tiene mucho recorrido»
Quien no escucha no aprende. Y tampoco empatiza. Hablando se entiende la gente y las nuevas generaciones tienen mucho que decir. Por eso, cuatro jóvenes se sentarán esta tarde a las 20.15 horas en el MEH junto al autor de ‘Escuela de padres. Guía básica para familias y educadores’
Vagos, hedonistas, todo el día pegados a la pantalla... Los prejuicios sobre los centennials (jóvenes nacidos entre finales de los 90 y principios de los 2000) enmascaran sus cualidades, aquellas que pasan habitualmente desapercibidas entre las generaciones previas, millennials inclusive. Para romper una lanza a su favor y promover un diálogo constructivo, lo mejor es ponerse en la piel de padres, educadores y jóvenes. Los tiempos cambian a una velocidad vertiginosa y hay que saber adaptarse. Es lo que toca, guste o no, y Fernando Pérez del Río aporta una serie de claves básicas para que nadie se sienta desplazado.
Pregunta.- Presenta esta tarde Escuela de padres junto a dos jóvenes y dos adolescentes...
Respuesta.- Tiene una explicación. Quería hacer algo diferente y creo que es un símbolo hablar de los adolescentes, que lo presenten ellos, darles voz. Hoy en día, los jóvenes lo tienen dificilísimo en el tema laboral, no tienen hijos, viven en las afueras... Además, la adolescencia siempre tiene un cariz negativo aunque yo no lo veo así. Para mí, la adolescencia es una gran oportunidad. Los padres se quejan de que son vagos, de que no hacen nada. Yo les veo todos los días y hacen un esfuerzo enorme por encontrar su identidad y su lugar, por definirse a sí mismos. El conflicto es una forma de enlazarse con el entorno e ir entendiendo al otro.
Que digan lo que quieran. Son la nueva generación, la Generación Z o centennial. Y me encanta porque es curiosísima. En primer lugar porque son estudiosos y, según las encuestas, consumen muchas menos drogas que en los años 90 y que los millennials. Al mismo tiempo, es la generación que más soledad percibe. Esto es muy interesante porque estamos desbordados por las nuevas tecnologías, las redes y la comunicación, pero se sienten solos. Me parece apasionante lo que está ocurriendo, y creo que hay dos hechos de los que no se suele hablar. Y es que la transmisión de información intergeneracional es menor porque no viven los abuelos en casa y no tienen hermanos.
P.- ¿No debería haber invitado también a algún padre?
R.- Ese lugar lo ocuparé yo (ríe). A estas alturas ya me dan igual los títulos y los semblantes. Hago estas cosas porque me gusta la gente. Lo lógico es que vaya el representante de una asociación o institución, un político o un profesor universitario; pero prefiero que hablen los jóvenes.
Los millennials han vivido en la abundancia. A los centennials les hemos dejado las migajas.
P.- ¿Cuántas generaciones, entre padres e hijos, abarca esta Guía básica para familias y educadores?
R.- Al ser moderno y actual, este libro estaría entre los millennials y los centennials. En el fondo, las pautas educativas son parecidas. Lo que cambian son las circunstancias y el contexto, aunque hay cosas nuevas.
Creo que las escuelas de padres son lugares muy interesantes, pero solo si se enfocan desde el debate y la intención de compartir. Es muy bueno hablar de educación, y en España hubo un momento clave, hace cinco o seis años, cuando una madre empezó a recoger firmas porque la obligaban a hacer los deberes con sus hijos y ya tenía tres. Lo bonito era debatirlo, más allá de saber qué pasó. A partir de ahí se empezó a hablar de educación, algo que faltaba. Antes, eso se suplía con las generaciones, como los Alcántara. Ahora, todo es bastante distinto.
P.- Los millennials ya somos padres. Me da la sensación de que nos involucramos más, pero al mismo tiempo percibo más inmadurez. Los hay, por ejemplo, más enganchados a los videojuegos que sus propios hijos.
R.- Son padres bien formados que se han dado un castañazo muy grande porque han vivido en la abundancia. No así los centennials, a los que les hemos dejado las migajas de la fiesta. Los millennials se han chocado de bruces pensando que se iban a comer el mundo, es una posición casi castrante.
La principal diferencia es que van a las escuelas, las anteriores generaciones no. Casi por exceso, los millennials tienen que saber las notas del niño, qué deberes tienes, cuántas kills han tenido en Fortnite...
No hay mucho recorrido en el debate del 'pin parental'. Debe haber libertad de cátedra.
P.- Encima ahora surge el debate con el ‘pin parental’.
R.- No hay mucho recorrido en este debate. Como profesor, debo tener libertad de cátedra. Es fundamental, si no sería una locura, algo imposible. Además, el alumno sabe que hay profesores de izquierdas, de derechas, unos que dicen bobadas, otros que son divertidos... Yo, por ejemplo, soy muy pesado a la hora de poner ejemplos reales y prácticos. No digo que sea bueno o malo, cada cual tiene su estilo, pero si yo te diera clase te plantearía distintos problemas que puedes encontrar. Creo que es bueno que el chaval vea diferencias, no hay ningún problema. La base está en educar en el espíritu crítico, es absolutamente fundamental.
También quiero romper una lanza a favor de los psicólogos. En mi tercer libro, diseñé escuelas de sexualidad. ¿Qué es un taller de sexualidad? Aprender cómo me acerco al otro, cómo me encuentro ante el otro, cómo me reconozco... Es el ejercicio máximo de tolerancia. ¿Qué tiene que ver eso con lo que se está diciendo?
Hay otro debate más allá del ‘pin’. Y es que la gente se está educando en la pornografía con tan solo dar un botón en el móvil. Eso sí que es un problema actual y nuevo. De repente, te encuentras una sexualidad machista y agresiva. Existe una diferencia abismal entre la pornografía dura y un taller de educación sexual.
Ahora, curiosamente, el padre es el que busca la atención de su hijo.
P.- El libro también aborda el cambio progresivo en los modelos de familia convencional.
R.- La gran diferencia de hoy, una diferencia abismal, es que el hijo constituye a la familia. Es la argamasa, si no hay niño no hay familia. Ahora, curiosamente, el padre es el que busca la atención de su hijo. Antiguamente, en mi generación, tenías que buscar tu lugar entre los hermanos y que te hiciera caso tu padre.
La otra gran diferencia es que hay familias posfamiliares. Siempre pongo el ejemplo del Orgullo Gay en Madrid, donde vi una pancarta que me llamó mucho la atención: «Somos familias monoparentales, lesbomarentales, homoparentales... Living apart together». Esto no es malo, vendrán cosas nuevas y habrá que adaptarse. La cuestión es que los principios siguen siendo los mismos. Un chaval va a buscar una figura de apego fiable, y si no es su padre se va a buscar a otro. Los chicos que no han tenido padres fiables van a fijarse en otras figuras. A veces, el terapeuta cumple un poco esa función y hay que saber manejarlo.
P.- Aunque cada vez menos, aún existen ciertas reticencias a esos cambios y una defensa a ultranza de la familia tradicional.
R.- El modelo tradicional, el patriarcado, siempre tendrá sus vestigios, pero se desvanece en favor de que predomina la personalidad de cada padre. Tú vas a ser padre en función de tu personalidad, no según un rol o modelo. Ese es el futuro. El cambio social va muy deprisa y a mucha gente le cuesta asumirlo, por eso los valores a veces van despacio. Aún así, lo que prepondera es que cada uno actúe de acuerdo a su personalidad.
La gente se está formando un semblante narcisista: me miro en el espejo y me enamoro de mí mismo.
P.- ¿Cómo se comporta la Generación Z en las aulas?
R.- Son obedientes, estudiosos, perciben más soledad, son absolutamente tecnológicos... De hecho, aprenden muchas cosas por los tutoriales de Youtube. Al ser pocos están protegidos, pero también han visto las orejas al lobo. Son realistas, con mucha apertura a la sexualidad y huérfanos digitales. Son nativos porque han nacido con las tecnologías, pero sus padres no les han sabido enseñar. Hoy en día, el teléfono es como una proyección de su cuerpo, de su forma de ser. No pueden estar sin él, no como dependencia, sino como algo asumido.
P.- Culto al cuerpo, ansias de fama a través de las redes... Supongo que tanta sobreexposición conlleva sus riesgos.
R.- Antes sabíamos que la felicidad se entendía como un imperativo, no como un derecho. Ahora ese imperativo se expone. La gente se está formando un semblante narcisista: me miro en el espejo y me enamoro de mí mismo. El postureo es exageradísimo, por eso decía antes que es muy importante educar en el espíritu crítico. Muchas veces los padres preguntan qué es eso. Es algo tan sencillo como ver un anuncio y comentarlo con tu hijo. Preguntarle qué ve y hacerle pensar. No es dar la chapa ni comerle el coco, sino algo tan básico como analizar un anuncio. Hoy en día, la inteligencia se muestra más por lo que rechazas.
P.- ¿Hacia dónde camina la Generación T?
R.- Es muy pronto para saberlo, aunque tengo clarísimo que la ecología va a ser clave. Los centennials ya están ahí y algunos se han sublevado. Va a ser muy importante porque existe una especie de negación en la sociedad, todos lo vemos y nadie dice nada.
También creo que seguirá la posfamilia y podría llegar el modelo sueco del individualismo, que a mí no me gustaría nada. Siempre ponemos esos países como ejemplo y a mí me parece un desastre que sean tan individuales. Al final uno se muere y nadie recoge su cuerpo porque nadie llama al vivir todos solos.