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CORONAVIRUS / BURGALESES A CIENTOS DE KILÓMETROS

Pánico y solidaridad ante el Covid-19 en Estados Unidos

Afincado en Estados Unidos, Marcos se ha adaptado «perfectamente» al teletrabajo / El «egoísmo» consumista contrasta con la actitud «sorprendentemente solidaria» de quien «dona todo lo que tiene»

Marcos, burgalés afincado en California, trabaja desde casa debido a la crisis del coronavirus. / ECB

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Burgos

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Marcos empezó a trabajar desde casa a mediados de marzo, justo tres días después de que Pedro Sánchez decretase el Estado de Alarma en España. Por aquel entonces, este burgalés afincado desde hace siete años en el condado de Los Ángeles (California) ya intuía que los protocolos de seguridad se volverían mucho más estrictos. En Fullerton, su ciudad de residencia, ya se habían registrado por esas fechas una veintena de casos y ningún fallecido. Entretanto, las autoridades de San Francisco se vieron obligadas a imponer una cuarentena inicial de tres semanas tras el desembarco de los pasajeros de un crucero en el que se detectaron 21 positivos por Covid-19.

Supervisor técnico en una empresa especializada en tecnologías ópticas de cálculo de lentes,  Marcos ha podido adaptarse «perfectamente» a la nueva situación porque su empresa cuenta con los mecanismos necesarios para «trabajar en cualquier momento y lugar del mundo» aunque resulte del todo imposible realizar «controles de calidad» de manera presencial. No en vano, la compañía también se dedica al desarrollo de lentes fotocromáticas, de ahí la decisión de «mandarnos a casa y proteger a los empleados de la fábrica para que no enfermen». De lo contrario, el coronavirus tendría un «impacto muy fuerte» en términos económicos. En otras palabras, «la producción no se puede parar». 

Tras un mes de expansión incontrolada, California se ha revelado como uno de los estados en los que mejor se ha contenido el coronavirus.

Dos semanas antes de imponer el teletrabajo, la empresa de Marcos canceló todos sus viajes internacionales. Además, los desplazamientos dentro de Estados Unidos se limitaron a los «totalmente imprescindibles». Tanto él como sus compañeros se movieron a otros condados «sin problema» porque la pandemia aún no había causado estragos en el país. Aún así, Nueva York canceló la feria internacional más importante del sector mientras su compañía acordaba la suspensión de unos seminarios previstos a principios de abril. «De todas maneras, si no hubieran cancelado esos eventos no habríamos ido». A lo sumo, apunta, «hubiésemos asistido con un equipo muy reducido». Por seguridad, por supuesto, y también porque «nadie quería viajar». De hecho, a mediados de marzo muchos norteamericanos ya empezaban a «reunirse con sus familiares para pasar la cuarentena». Sus vecinos, tal y como pudo comprobar, ya preparaban las maletas por aquel entonces para «irse de viaje». 

Tras un mes de expansión incontrolada, California se ha revelado como uno de los estados en los que mejor se ha contenido el coronavirus. Según los últimos datos, hay 28.963 positivos, 810 altas y 1.072 fallecidos en un territorio que supera los 39 millones de habitantes. En el mismo periodo de tiempo, Nueva York ha registrado 236.732 casos confirmados, 28.089 pacientes curados y 17.671 muertes. El censo, en este Estado, ronda los 8,5 millones. Y lo peor, tal y como está el patio, es que «mucha gente se aglomera en parques y calles aunque estén peor». 

Muchos norteamericanos han reaccionado «con pánico y aprovisionándose como si fuesen a sufrir un ataque zombi, de vampiros o nuclear».

En cualquier ciudad de California se aprecia «más movimiento en las calles» que en España. Puede que «la gente trabaje más de lo que debería», aunque los protocolos de seguridad parecen haber calado hondo entre la población. Marcos, por ejemplo, nunca sale de casa sin «mascarilla, guantes y gafas». Y si sale, es para hacer la compra y poco más. No obstante, «en algunos condados donde la cosa está peor van a empezar a multar, entre 1.000 dólares y seis meses de cárcel, por ir sin mascarilla». Sea como fuere, el Gobierno federal recomienda encarecidamente «usar máscaras de tela y guantes». Además, tiene potestad para intervenir y ordenar la fabricación de material sanitario si hubiese problemas de abastecimiento, «como si estuviésemos en tiempos de guerra». 

Antes de que el condado de Los Ángeles decretase el cierre de espacios públicos y estableciese restricciones para frenar la curva del coronavirus, las reuniones multitudinarias -sobre todo de índole religiosa- comenzaron a limitar su aforo para prevenir posibles contagios. Desde ese instante, Marcos tuvo claro que «íbamos a seguir los mismos pasos que en San Francisco». Lo que no alcanza  a comprender es el «pánico» instaurado entre buena parte de la población. «La gente se piensa que los gobiernos te van a poner en cuarentena y no te van a alimentar, que te van a matar de hambre», subraya tras observar cómo «la gente madruga muchísimo para llevarse todo a su casa y meterse en un búnker». Las colas en el supermercado, a su juicio, «no tienen sentido». Más que nada, porque el Ejecutivo «jamás te va a prohibir comprar. Sería peor el remedio que la enfermedad». 

Pero no todo el mundo se ha dejado llevar por el «alarmismo». Puede que haya gente «reaccionando con pánico y aprovisionándose como si fuesen a sufrir un ataque zombi, de vampiros o nuclear», pero al mismo tiempo muchas personas asumen la situación con «normalidad y calma». Y aunque desde fuera quizá resulte chocante, se percibe una corriente «sorprendentemente solidaria» que contrasta de pleno con el exacerbado consumismo norteamericano. «Hay poblaciones totalmente opuestas: gente egoísta peleándose por un rollo de papel y gente donando todo lo que tiene u ofreciéndose a hacer la compra a sus vecinos ancianos». 

«Aquí la pensión pública es más baja que la que puede tener un trabajador en España. A no ser que ya tengas tu casa y pocos gastos, es muy difícil sobrevivir».

Lo que está garantizado es el abastecimiento de productos de primera necesidad. «El problema es que hay gente que compra para sobrevivir durante un año y por eso escasean las cosas a lo largo del día», señala Marcos satisfecho por la aplicación de ciertas medidas como la restricción de «dos unidades por persona» en muchos establecimientos comerciales. Además, la reestructuración de horarios para «reabastecer y desinfectar» o el fomento de las «compras desde el coche» ha permitido atender mejor, dentro de lo que cabe, a esa marea de consumidores que se lanzó «sin motivo» a llenar sus despensas como si fuese a declararse oficialmente la tercera Guerra Mundial. 

De lo que no cabe duda es que se avecina una «crisis económica bestial» que afectará a los cinco continentes. En Estados Unidos, más allá de la destrucción de empleo, a Marcos le preocupa el futuro de las pensiones. «Aquí la pensión pública es más baja que la que puede tener un trabajador en España. A no ser que ya tengas tu casa y pocos gastos, es muy difícil sobrevivir». Es por ello que quienes pueden permitírselo suscriben fondos privados para ir «metiendo parte de tu salario sin que te cobren impuestos salvo cuando lo sacas». También cabe la posibilidad de aventurarse en inversiones para incrementar ese colchón, pero no parece lo más conveniente en estos momentos porque «las bolsas están pegándose el batacazo del siglo». Pese a ello, Marcos teme que vuelva a «pasar lo mismo» que en 2008. Es decir, «que la gente en edad de jubilarse pierda todos sus ahorros y tenga que trabajar hasta que se muere».