El Correo de Burgos

SOCIEDAD / CORONAVIRUS

«Energía positiva» en puestos de responsabilidad

Olga y Jorge, burgaleses afincados en Vitoria, encaran la crisis del Covid con «energía positiva» / Él, en un piso tutelado de menores; ella, en una residencia de ancianos

Olga y Jorge, burgaleses residentes en Vitoria,permanecen al pie del cañón pese al Covid-19 desde sus respectivos puestos de trabajo. ECB

Olga y Jorge, burgaleses residentes en Vitoria,permanecen al pie del cañón pese al Covid-19 desde sus respectivos puestos de trabajo. ECB

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Podría decirse que se encontraban en el ojo del huracán. Cuando el coronavirus empezó a expandirse por el país, en Vitoria se habían encendido todas las alarmas. Para entonces, Jorge y Olga ya intuían que se avecinaba una «situación bastante complicada». Sin embargo, esta joven pareja burgalesa no dudó ni lo más mínimo en seguir con su trabajo, más necesario que nunca en los tiempos que corren. Él, como educador en un piso tutelado de menores. Ella, en una vivienda comunitaria para enfermos de alzheimer. Pese a los riesgos que conlleva el Covid-19 y la necesidad de redoblar esfuerzos, ambos mantienen la mejor actitud posible. Quizá no lo sepan, pero su ejemplo y el de tantos otros profesionales al pie del cañón resulta crucial para garantizar una adecuada asistencia sociosanitaria a colectivos vulnerables. 

Aunque viven «más o menos tranquilos», lo cierto es que Jorge se preocupa por Olga y viceversa. Su rutina, como la del común de los mortales, ha cambiado radicalmente desde mediados de marzo. No en vano, la capital alavesa ya veía las orejas al lobo a principios de mes y por eso, precisamente, se restringieron las visitas a la residencia donde trabaja Olga. En cualquier caso, se han adaptado a la coyuntura actual con «energía positiva». Claro está, dejarse la piel hoy por hoy resulta «muy agotador», más que nunca, pero están «contentos de mantener la tranquilidad y minimizar el riesgo» desde sus respectivos puestos de innegable responsabilidad. Para Jorge, su pareja es una «heroína» entregada a una tarea fundamental: salvar vidas en uno de los sectores más perjudicados por el virus.

«Apoyo mutuo»

El problema de convivir con adolescentes, sobre todo con aquellos en riesgo de exclusión social, es que «necesitan mucha calle». Afortunadamente, la decena de chavales con los que Jorge trabaja actualmente tomaron «mucha conciencia» de lo que sucedía desde el minuto uno. «Les pusimos las noticias y rápidamente se dieron cuenta de la gravedad de la situación», recuerda orgulloso de las múltiples «lecciones de saber estar» que le han dado los chicos. Sabía que era «muy difícil lidiar con ello», pero tanto él como sus compañeros se quitaron el sombrero y «les agradecimos cómo lo estaban gestionando». 

Si algo ha dejado vislumbrar esta pandemia es que durante el confinamiento «sale a la luz lo mejor y lo peor de cada uno».

Resulta inevitable que, de vez en cuando, salga a relucir una gran cantidad de «rabia, tensión y malestar acumulado». Sobre todo al principio, antes de las salidas con limitación horaria, porque «estar encerrados bajo cuatro paredes puede ser una bomba de relojería». Por eso, los menores disponen de su propio «espacio de desahogo» en una sala expresamente habilitada para ello. Necesitan sus «momentos de soledad y conectar con ellos mismos», como todo hijo de vecino. Además, pueden «expresar lo que sienten» en cualquier momento gracias a las «paredes con papel» que los educadores han habilitado para tal fin. 

Un factor clave, máxime en época de cuarentena, es la «contención emocional». El equipo educativo pone especial énfasis en este aspecto. De entrada, lo fundamental era «hacerles ver que todos estamos en la misma situación». El «apoyo mutuo» bajo cualquier circunstancia, las «consignas positivas» y la instauración de la «normalidad» en la medida de lo posible ayudan a sobrellevar el día a día. Al final, si algo ha dejado vislumbrar esta pandemia es que durante el confinamiento «sale a la luz lo mejor y lo peor de cada uno». 

Lo más complicado de trabajar en un piso tutelado con el coronavirus campando a sus anchas es «generar actividades de la nada». Pero no queda otra, imaginación al poder para que los chavales se sientan «motivados». Y como en la variedad está el gusto, Jorge y sus compañeros se esmeran cada jornada para organizar planes de ocio alternativo y casero, desde ejercicio físico hasta bailes pasando por artes plásticas, karaoke o concursos de talentos. También, cómo no, se reserva cada tarde ese rato necesario para «echar todo fuera». Es decir, expulsar las emociones negativas y compartir los instantes de felicidad. 

Jorge es consciente de que la mayoría de menores con los que convive son «víctimas de negligencias familiares». No lo han tenido fácil, de ahí la necesidad de acompañarles en esta importantísima etapa vital de cara al futuro. Lógicamente, los chavales tienen que cumplir una serie de normas, aunque dadas las circunstancias resulta conveniente un poco de «manga ancha» en determinadas situaciones. «Flexibilizar» es el verbo por antonomasia y Jorge aboga por ello. Por ejemplo, «dejándoles más tiempo de televisión» si se lo ganan. 

De mil amores

Cuando se «blindó la residencia al exterior» la primera semana de marzo, a Olga le pareció una decisión «muy acertada». No es para menos, ya que los usuarios del complejo forman parte del colectivo más vulnerable. Desde entonces, se impuso como «medida excepcional» una reestructuración de horarios para que los auxiliares doblen turno cada día, de tal manera que «entran menos personas y hay menos riesgo». Para esta joven burgalesa, la medida es comprensible e incluso gratificante, ya que los pacientes «son casi como nuestros propios abuelos». 

Los profesionales del centro graban vídeos de las «actividades diarias» y transmiten «mensajes positivos» a las familias.

Sin lugar a dudas, lo peor en este contexto de pandemia es la «ansiedad de las familias». Olga se pone en su piel e imagina lo mal que lo deben estar pasando. Por suerte, el personal de la residencia no se limita a videoconferencias esporádicas para tranquilizar a los seres queridos de los usuarios. De mil amores, los profesionales del centro graban vídeos de las «actividades diarias» y transmiten «mensajes positivos» que las imágenes ya muestran por sí solas. Y si alguno cumple años... qué mejor manera de celebrarlo que con vídeo «soplando las velas y un saludo de todos». 

Los familiares «agradecen muchísimo» todos y cada uno de estos gestos audiovisuales. En este sentido, Olga reconoce la ventaja que acarrea trabajar en una residencia pequeña porque a diario «podemos dedicar tiempo a cada uno». Entretanto, tanto ella como el resto de la plantilla han extremado las medidas de seguridad y los controles sobre los usuarios para detectar posibles positivos y evitar contagios. Como es lógico, tiene «muchas ganas de volver a la normalidad». No obstante, le congratula observar cómo el trabajo en equipo da sus frutos. Asimismo, agradece las «facilidades» para favorecer el descanso y la conciliación, que beneficia sobre todo a las madres. 

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