El Correo de Burgos

Ictus, el golpe invisible que cada vez llega antes

La media de edad de usuarios de Adacebur tienen 65 años, pero en los pacientes de 40 a 55 años «el desencadenante parece ser el estrés». Adaptados a la ‘anormalidad’ incorporarán filtros hepa para la ventilación

Adacebur retomo los talleres grupales, reducidos como siempre, a partir del mes de junio. ECB

Adacebur retomo los talleres grupales, reducidos como siempre, a partir del mes de junio. ECB

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Burgos

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A partir de las 18,30 horas de la tarde empieza a anochecer. Con los primeros fogonazos de las farolas se iluminará el edificio del Ayuntamiento de Burgos. Hoy lo hará en naranja. Es el color que identifica el ictus. Una patología por la que se estima que fallecen 27.000 personas en España al año, según el último Atlas del Ictus de 2019 elaborado por la Sociedad Española de Medicina Interna. Es la segunda causa de muerte en España. Pero este informe también refleja que cada año se detectan más de 70.000 nuevos casos. Y dos de cada tres pacientes que sobreviven lo hacen con algún tipo de secuela. En la Asociación Burgalesa de Daño Cerebral Adquirido (Adacebur) aprenden a seguir adelante después de un ictus. A sobrellevar las consecuencias de ese nuevo compañero de viaje en la vida. «El daño cerebral adquirido (DCA) se presenta de forma repentina, por un ictus o tumor, un accidente... nadie se lo espera y cuando ya forma parte de uno mismo se empiezan a vislumbrar las secuelas que pueden ir desde el área física, cognitiva, sensitiva o emocional y es entonces cuando podemos iniciar la rehabilitación», explica la neuropsicóloga de Adacebur, Inma García Jorge. Es una enfermedad que no avisa. Una dolencia cerebrovascular que, por su elevada incidencia y prevalencia, constituye la primera causa de discapacidad adquirida en un adulto y la segunda de demencia después del Alzheimer. Llega de manera repentina pero, entre las secuelas físicas más comunes están las relacionadas con la movilidad, la visión o el habla así como en el ánimo y en aspectos cognitivos y de personalidad. Con el paciente las secuelas implican a todo su entorno familiar. El tratamiento que se lleva a cabo en la asociación trabajan desde la terapia neuropsicológica, la terapia ocupacional, la logopedia o fisioterapia... Pero, también, enseñan al paciente que no es el único. «Generalmente, el área social se ve muy reducida y para ello contamos con talleres grupales, de cinco a seis personas porque verse con iguales, compartir, comprenderse empatizar...», explica la educadora social de la entidad, Mónica Alba. En esos talleres se trabaja desde la estimulación cognitiva, el mantenimiento físico, laborterapia, terapia hortícola, habilidades sociales, expresión corporal o neuroinformática. «Proporcionamos una atención integral a personas con DCA  y su familias», señalan. Entre la labor que se presta figura la información, orientación, asesoramiento, sensibilización, atención neuropsicológica, psicológica, terapia ocupacional, fisioterapia, logopedia, hidroterapia, terapia hortícola y talleres grupales. El zarpazo de la CovidEl colectivo de pacientes con secuelas del ictus o con daño cerebral adquirido de distinto origen, ha visto como el impacto de la Covid ha debilitado sus terapias como en otros tipos de enfermedades crónicas. «Por un lado, el miedo al contagio por el Covid, las personas llaman mas tarde para que se inicie el protocolo Ictus» aunque reconocen que «en los pacientes crónicos se ha observado algún retroceso en su evolución por no recibir las terapias habituales», señalan. A ello hay que añadir que una de las consecuencias de los pacientes que han superado el Covid tienen, entre sus secuelas, daños cerebrales. La atención que se presta en la asociación también se ha visto afectada por esta pandemia. Durante el confinamiento todos estaban en su casa. Después de la cuarentena «comenzamos a elaborar un plan de desescalada donde poco a poco fuimos empezando a reabrir nuestras terapias individuales», explica Mónica Alba. Para mediados de junio habían retomado las actividades grupales adaptándose no en número, puesto que siempre son un grupo reducido, pero si generando confianza. «Nos fuimos adaptando a las personas que querían volver, hay muchos que por miedo aún no lo han hecho», señala. Todos los movimientos en la sede de Adacebur en el edificio sociosanitario del Graciliano Urbaneja han implementado todas las medidas para ganar esa confianza como limpieza del gel hidroalcohólico, limpieza del calzado al entrar al centro, termómetro, puntualidad en las citas para no saturar las salas de espera y la ventilación. Este último punto lo consideran fundamental y por ello, de cara al invierno, realizarán la adquisición de filtros hepa. «Intentamos que dentro de esta ‘anormalidad’ todo sea lo más normal posible para ellos», señalan. 

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