BRUNO ZALDO / POLÍTICO Y EMPRESARIO, FUNDADOR DEL BANCO HISPANO AMERICANO
El ascenso social del «hombre que solo sabía trabajar»
La vida y obra de Bruno Zaldo, el ‘indiano’ más célebre de Pradoluengo, no deja de sorprender a los historiadores / Juanjo Martín y María José Zaparaín, docentes de la UBU, aportan nuevos e interesantes datos sobre su meteórica carrera empresarial y política
Inteligente y audaz, visionario como pocos, se ganó a pulso la vitola de «hombre que solo sabía trabajar». Llegó a definirse, en declaraciones al periódico La Época a finales de noviembre de 1883, como un «socialista práctico» porque «así como voy recibiendo el dinero lo voy repartiendo por aquí y por allá».
Consideraciones aparte, lo cierto es que Bruno Zaldo supo construir desde la nada un amplio y diversificado imperio mercantil que le permitió encaramarse hasta las altas esferas, por las que se movía como pez en el agua. Sin embargo, aún queda por saber -rescatar, más bien- sobre aquel ‘indiano’, natural de Pradoluengo, al que los historiadores Juanjo Martín y María José Zaparaín desentrañan a fondo a través de un artículo publicado en Naveg@mérica, revista electrónica editada por la Asociación Española de Americanistas.
Profesores ambos de la Universidad de Burgos y autores de Entre México y España. De la emigración a la construcción de una imagen de poder, aportan información desconocida hasta la fecha para el gran público sobre una figura que «no solo bailó al compás de la trepidante velocidad que imprimía la nueva partitura de la segunda revolución industrial y del imperialismo capitalista, sino que, cual virtuoso solista, se adelantó en el emprendimiento de novedosas actividades de rabiosa modernidad en los campos económico y social».
«Este hombre da juego para otros cinco artículos como este o una tesis en condiciones», asegura Martín, paisano de Zaldo e investigador apasionado sobre su vida y obra, de la que ya ha sacado jugo con anterioridad tras descubrir, por ejemplo, su papel como mecenas de la réplica a tamaño real del mihrab de la mezquita de Córdoba que se expuso en la Feria Universal de París en 1878. Sea como fuere, el artículo en cuestión desgrana las «fórmulas» empleadas por el empresario pradoluenguino para «estar dentro de la sociedad madrileña».
El empresario burgalés «sabía de dónde venía» y «era muy popular, incluso entre los propios obreros de sus empresas».
De entrada, su apuesta por la diversificación de negocios -desde el comercio al por mayor hasta la banca pasando por el sector de la construcción- fue crucial para amasar una fortuna capaz de abrirle muchas puertas. No en vano, su espíritu filantrópico también resultó de vital importancia para intensificar su influencia en la Villa y Corte. A este respecto, Martín y Zaparaín señalan que «la panoplia de donativos, cuestaciones, suscripciones, proyectos sociales y demás limosnas caracterizaron las actuaciones de Zaldo y su familia, aunque, a la par que generosas, no fueron totalmente desinteresadas. Estas muestras caritativas le permitieron abrir y consolidar su círculo de contactos y conocidos de las altas esferas, así como la construcción de su figura como la de un ‘buen patrón’ preocupado por sus obreros».
Lo de ‘buen patrón’ no es baladí. Tampoco fruto de lo que hoy en día se denomina ‘postureo’. A diferencia de otros ‘indianos’ de su tiempo, Zaldo «sabía de dónde venía» y nunca permaneció indiferente a «las dificultades que pasaba la gente». Por eso, apunta Martín, «entregaba mucho dinero a los más desfavorecidos» y «era muy popular, incluso entre los propios obreros de sus empresas». En definitiva, «nunca perdió la perspectiva de saber que salía de un agujero» y lo demostró con la tierra que le vio nacer. Su obra culmen en Pradoluengo, soñada por su hermano y posteriormente costeada de su bolsillo, sería el Hospital Asilo de San Dionisio.
Además, construyó viviendas de gran envergadura que conformarían «una avenida destacable dentro de las limitaciones del tradicional urbanismo rural burgalés» y que «la retranca popular» denominó en su momento «la acera de los ricos». Por otro lado, no dudó en encargar una bomba contra incendios para el pueblo que, según sus propias palabras, era el «último modelo adoptado en el mismo París».
Así las cosas, queda claro que este emprendedor burgalés «no era un niño de papá». Tampoco un codicioso sin escrúpulos, pues a lo largo de su vida «no dejó de producir beneficios en la sociedad». En su patria chica, en Madrid e incluso en Veracruz (México), su punto de partida empresarial. Ahora bien, «más que un socialista al uso era un liberal capitalista», sostiene Martín. De su época, que quede claro.
SALTO A LA POLÍTICA
«Como él hubo unos cuantos, pero eran más presuntuosos». Martín pone el foco sobre este aspecto para remarcar que Zaldo se desligó de las pretensiones de aquellos, como el marqués de Comillas, que «intentaban crear una nueva aristrocracia» mediante la adquisición de títulos nobiliarios.
En este sentido, los autores de Entre México y España. De la emigración a la construcción de una imagen de poder subrayan que el también cofundador del Banco Hispano Americano lo hubiese podido conseguir «sin grandes trabas». Pero «no fijó sus metas en tales oropeles», sino en cargos más prácticos a través de la política «al objeto de consolidar su estatus».
Llegó a competir en las elecciones de 1910 con Benito Pérez Galdós y el PSOE de Pablo Iglesias, quienes le sacaron más de 10.000 votos de ventaja.
Dentro de este apartado, los docentes de la UBU apuntan que «al tiempo que la ejerció sin grandes alardes ideológicos, su adscripción a los liberales de Martínez del Campo se basaba no solo en raíces de paisanaje -los orígenes de este último se encontraban en Pradoluengo y el cercano Belorado-‒ sino que presentaba matices de pensamiento».
La trayectoria política de Zaldo arranca en Madrid, donde ejerció como vocal de la Junta Municipal del Ayuntamiento de Madrid entre 1889 y 1908 «formando parte de la comisión de ensanches» y contribuyendo al imparable crecimiento de la ciudad mientras hacía de la promoción inmobiliaria un «próspero negocio».
Entre medias, salió elegido como diputado por Madrid (1905) gracias a su «posición económica y popularidad», ganada a pulso -entre otras cosas- por su afán de «disminuir el paro obrero» o defender la «apertura de la necesaria Gran Vía 72». Y aunque salió reelegido dos años más tarde, optó por renunciar al cargo para tomar posesión como senador por la provincia de Burgos tras la muerte de Manuel de la Cuesta.
Ese mismo año, recibiría la Gran Cruz de Isabel la Católica, «única distinción que ostentó y de la que se mostró especialmente orgulloso». Por si fuera poco, llegó a formar parte en 1910 de la candidatura monárquica, compitiendo con Benito Pérez Galdós y el PSOE de Pablo Iglesias, quienes le sacaron más de 10.000 votos de ventaja.
EN FAMILIA
Como bien dice Martín, la biografía de Bruno Zaldo da como mínimo para unos cuantos artículos. El texto coescrito con Zaparaín es un mero «encuadre», aunque aporta un sinfín de acontecimientos que permanecían en el olvido.
Lo que parece evidente, y en ello insiste el historiador, es que la trayectoria vital del célebre ‘indiano’ pradoluenguino aún esconde unos cuantos relatos pendientes de darse a conocer. Lo complicado, al margen de la intensa búsqueda en archivos históricos o municipales y prensa de la época, es acceder a «cartas o documentación» que ayuden a conocerle en mayor profundidad.
Por suerte, se han podido rescatar relatos cuanto menos curiosos como aquel premio de la Lotería de Navidad ganado por casualidad. Y es que quiso la suerte ponerse de su lado tras un error empresarial que le obligó a quedarse con varios boletos.
Tal era su afán por cerrar un círculo seguro a su alrededor que casó a su hija Isaura con su hermano Gervasio. Es decir, el tío carnal de la novia.
En el plano social, advierten los investigadores, «hay un hecho que parece entroncar más con las pautas de la vieja nobleza que con una actitud moderna». Si algo tenía claro Zaldo es que su patrimonio debía preservarse en familia. Para ello, tejió una red clientelar para proteger sus negocios que, a lo sumo, incluía a amigos y paisanos muy cercanos.
Tal era su afán por cerrar un círculo seguro a su alrededor que casó a su hija Isaura con su hermano Gervasio. Es decir, el tío carnal de la novia. De igual manera, su otra hija, Victoria, contrajo matrimonio con Adolfo Espinosa, también oriundo de Pradoluengo y unido a la familia por «fuertes lazos de apadrinamiento y clientelismo parentelar». No en vano, su vástago Vicente se desmarcó de dicha tendencia al casarse con Amada Muriedas, perteneciente a la alta sociedad madrileña.
Con unos cuantos interrogantes aún por resolver, no cabe duda de que Bruno Zaldo era adicto al trabajo. Tras hacerse de oro en Veracruz y tender puentes con Europa a través de España, se instaló en su país natal negándose a «vivir de las rentas».
Podría haberlo hecho, pero «supo aprovechar las nuevas oportunidades de negocio que ofrecía la expansiva etapa de la Restauración, fundamentalmente en los sectores de la construcción y la banca, aunque sin dejar de lado ninguna otra rama de actividad que le pareciese atractiva». Entretanto, fue consolidando un legado que le permitió ganarse el cariño de mucha gente, con independencia de su estrato social.
Cómo no, Pradoluengo lloró su pérdida el 28 de agosto de 1916. Allí residía de últimas porque nunca olvidó de dónde venía y quería estar cerca de casa. Enterrado en el panteón familiar tras un funeral de primera clase que contó con la banda de música de la villa, el Ayuntamiento se hizo eco del «sentir general del vecindario» consignando en las actas municipales «el sentimiento profundo que le ha causado la muerte del hijo más ilustre de Pradoluengo, Don Bruno Zaldo, que tantos beneficios hizo a su pueblo natal por el grande amor que siempre le profesó, suplicando respetuosamente a la familia del difunto, tengan la amabilidad de proporcionar al Ayuntamiento un retrato del mismo para ponerle en lugar preferente en el salón de sesiones».
Lo que se desconoce aún es si dicho cuadro llegó a existir porque no se tiene constancia de que se trasladase al Consistorio. Lo que sí se sabe es que el empresario mantenía una relación muy estrecha con el arte. De hecho, todavía se conserva un retrato de Isaura Zaldo ejecutado por el mismísimo Joaquín Sorolla.