Tres burgaleses, entre los misioneros que ayudan en el caos del Congo
Los salesianos Honorato Alonso y Domingo de la Hera y la hermana Urbana Sancho apoyan desde sus misiones la reubicación de población en lugares seguros, especialmente de los niños que tienen a cargo / Proyecto Rubare teme por la Escuela de Idji, que acaban de abrir
Ayudar y construir lugares de refugio para que los pequeños y jóvenes congoleños tengan un futuro en un país que lleva años desangrándose entre guerras internas y corrupción. Es la labor que durante décadas han realizado los misioneros presentes en el Congo.
El coronavirus, y el ébola que como la lava del Nyiragongo vuelve a aparecer de vez en cuando, ha puesto las cosas aún más difíciles. La violencia ha subido unos grados más y ahora el Nyiragongo, volcán que nunca estuvo dormido después de sepultar la ciudad de Goma en 2002, ha vuelto a escupir lava.
La situación ha generado miedo entre la población que huye por las pocas carreteras que quedaban transitables desde el pasado sábado en que el volcán dejó ríos de lava. Allí siguen ayudando cinco misioneros españoles, tres de ellos burgaleses. La hermana de la orden de San José de Gerona, Urbana Sancho, natural de Castrillo de Murcia, y que es parte de la comunidad que apoya a la población más vulnerable de Rubare. Desde allí el rojo del volcán se ve con toda crudeza. Aunque la violencia fue, es y seguirá siendo el principal escollo con el que se topan en su labor de acompañar, curar, educar y formar en esta región olvidada por todos.
Ya en Goma, aunque en una zona más al norte, se encuentra Honorato Alonso, de Rioseras. Tras 40 años en el Congo no piensa que la situación esté para abandonar sino, más bien, para ayudar. «Me encuentro en Bosconia, en la Escuela Técnica, junto con el director de la Escuela y estamos preparados en caso de que hubiera algún anuncio o sospecha de erupción para salir lo más pronto posible», explica vía audio de Whatsapp desde allí.
El otro salesiano burgalés, Domingo de la Hera, de Villanueva de Odra, estuvo más cerca de la lava del Nyiragongo. «El sábado comenzó la erupción por la parte baja del volcán formándose un río de lava cortando la carretera que va al norte y dejando la ciudad un poco aislada. Poco después se abrió otra salida hacia el sur, contra los barrios periféricos de Goma, donde se encuentra nuestro centro», explica desde una plantación a 24 kilómetros de Goma, a donde fueron evacuados. «Estamos en una espera tensa, no sabemos cuándo terminará esto», lamenta.
El trabajo de los salesianos presentes en Goma ha sido el de evacuar al personal y los niños y jóvenes que atienden en zonas seguras desde que gobernador militar de Kivu Norte, Constant Ndima, ordenó la evacuación de 10 de los 18 barrios de la ciudad el pasado jueves. Desde el sábado al miércoles, Honorato ha pasado estos terribles momentos en la escuela técnica. «No he abandonado la escuela porque conocemos un poco el movimiento de erupción volcánica y, en caso de que hubiera un riesgo, tomaríamos precauciones para salir». Otro grupo se encuentra en Boscolac a 10 kilómetros de Bosconia que está fuera de riesgo. Los niños y bebés que acogen fueron trasladados a Maison Marguerite. Y los jóvenes y chicos más mayores a Guinia en el centro de la ciudad. El personal y usuarios de Ngani llegaron hasta las instalaciones de Sasha.
Terror, miedo y hambre
La respuesta de la población, que no olvida la erupción de 2002 que sepultó la ciudad, fue huir. A lo largo de la semana una hilera incesante de gente «prácticamente con lo puesto» daba cuenta del terror. Las zonas de Sake, a 25 kilómetros, o Sasha son algunos de los destinos de los 400.000 desplazados, la mitad menores. Otra salida es la frontera con Ruanda y, en la carretera del norte, la única practicable, para llegar a Rutshuru.
En la erupción del sábado, a partir de las 7 de la tarde, «la reacción de la gente fue de pánico, psicosis por escapar como fuera. Nosotros lo vimos en el personal y los internos del orfelinato a los que intentábamos calmar sin éxito y les evacuamos a una zona más al sur que es más segura». Después de ese primer fenómeno, hacia las cuatro de la madrugada, paró la afluencia de lava. Se quedó a 500 metros del centro de Formación Profesional en el que se encuentra de la Hera. «Cuando todo se calmó la gente que había escapado la tarde anterior comenzaron a volver sin saber lo que se iban a encontrar. Pudimos ver un anchísimo frente de lava aún caliente y gente joven que andaba sobre la lava intentado recuperar algo de chatarra, chapa ondulada» añade.
No volvieron a ver lava, pero no quiere decir que no esté en ebullición. En la zona cuentan unos 500 microterremotos desde el 22 de mayo, síntoma de que el magma corre por el subsuelo. «Se ha observado una actividad sísmica importante, temblores cortos pero muy frecuentes, y se han abierto brechas en el suelo, derrumbado algunos edificios, lo que hace pensar que el fenómeno no ha terminado», resume el salesiano de Villanueva de Odra. «Eso tiene que salir ya sea por el centro de Goma o por el lago Kivu y ahí el temor es muy fuerte porque bajo el lago hay una bolsa de metano que, si entra en contacto con la lava, puede estallar», explica el responsable de Proyecto Rubare en Burgos, Tomás Martínez, quien sigue lo que está sucediendo en Goma de primera mano.
El embarcadero del lago, en la ciudad de Goma, es otra de las vías de escape de la población para llegar hasta Bukabu, capital de Kivu Sur. La explosión podría ser fatal. Un suceso similar en el lago Nyos en Camerún acabó con la vida de 1.800 personas en 1986. Para Proyecto Rubare, la zona del pueblo está a salvo, pero desde ahí ven el rojo vibrante que sale del volcán. Preocupa más la escuela de Idji, una de las islas del lago Kivu. «Está alejado de la bolsa de metano, pero el temor es que se produzca un pequeño tsunami que afecte a las escuelas donde ya tenemos 175 menores escolarizados», explica, preocupado, Martínez desde Burgos. Tenía previsto viajar el 15 de junio hasta Goma, pero el aeropuerto, a cuyas puertas quedó el río de lava, está hoy por hoy cerrado.
40 años en el Congo
Los salesianos agradecen que a su complejo de misiones y centros de formación «no les ha tocado el último seísmo si bien es cierto que una erupción volcánica puede destruir en pocos minutos todo el trabajo realizado en muchos años», lamenta Honorato Alonso. Conocido como Don Honoré es respetado por muchos congoleños que han asistido a sus clases o han participado en sus campeonatos de fútbol infantil y por las clases de electricidad y electrónica que imparte en el Instituto Tecnológico de Goma desde el año 1981 que llegó a la que muchos denominan ‘La peor ciudad del mundo’.
Domingo también ha realizado su labor misionera en el Congo, primero en las zonas de Bumbasi, Kinsasa y desde hace siente años en Bukabu y Goma. Imparte clases de mecánica en el Centro Don Bosco que tiene un carácter más social. «Es una obra compleja» asegura. Hay un orfelinato con 80 niños de cero a seis años, una escuela materna y de primaria con más de 2.000 alumnos que asisten a clase en dos turnos de 22 aulas «bien llenas» y un internado de niños que «vienen del orfanato, de la calle o desmovilizados de grupos armados», señala. Cuando terminan primaria tienen un centro artesanal para «darles una salida al mercado de trabajo».
Ambos lamentan la terrible situación que vuelve a vivir Goma y sus vecinos, pero recuerdan que los problemas hace mucho tiempo que no abandonan esta zona de Kivu Norte. «El coronavirus cerró las fronteras y, como en Ceuta y Melilla, mucha población vive de trasladar mercancía a las fronteras con Ruanda, y no tienen nada porque vivían de esa economía sumergida», recuerda Tomás Martínez.
«Después de la erupción volcánica habrá muchas necesidades, la más urgente ayudar a quienes la lava ha quemado sus casas con un abrigo provisional y, si es posible, la reconstrucción de sus casas», recuerda Honorato Alonso. Otro punto en el que desde Burgos y occidente se puede ayudar es el alimento, pero refresca la memoria a quienes hoy miran con estupor las colas de desplazados en una carretera tapada por miles de personas que casi no se pueden mover.
«Hemos vivido el problema del coronavirus antes, ahora la erupción volcánica, hay gente que ha perdido el trabajo y encuentra con más dificultad medios para sobrevivir», explica Alonso. Una situación contra la que llevan peleando 40 años y ni un río de lava les ahuyenta de su misión: sembrar esperanza e ilusión donde parece que todo está perdido.