El Correo de Burgos

JUEGO PATOLÓGICO LA ENFERMEDAD SILENCIADA

Ludopatía, el drama de jugar para perderlo todo

La  «nueva epidemia de la juventud» se contagia en las salas de barrio y en las pantallas a través del juego on line

Interior de una sala de apuestas. JAVIER BARBANCHO

Interior de una sala de apuestas. JAVIER BARBANCHO

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Con 18 años Daniel entro a una página de póker on line. «Jugué 50 euros y en una tarde conseguí 3.000. Pensé que era una manera fácil de ganar dinero». A penas 200 euros le quedaron de esos 3.000 que ganó en una tarde. «Saque mil en dos veces, para no llamar la atención, aunque tenía mi propia cuenta, los otros 2.000 los perdí a los tres días jugando, pero, lo que es peor, no podía parar». De los mil que había sacado, perdió otros 800 que apostó para recuperar. 

Esa gran tarde de 3.000 euros por 50 no volvió. «Entonces pensaba que jugaba para recuperar lo perdido, hoy sé que necesitaba esa dopamina, esa adrenalina que generaba el juego y salir de una rutina que me agobiaba y la frustración a nivel personal y profesional que tenía», recuerda. Jugar se convirtió en su salida y «durante 10 años todo tenía que ver con el juego, quería jugar, pero también lo tapaba en cada momento, sabía que tenía un problema que me consumía por dentro, pero solo exteriorizaba alegría». Una doble vida «hasta que ya no lo podía sostener», relata. Aún hoy sigue abonando deudas a los familiares que le ayudaron a salir del bache que frenó al llegar a la Asociación Burgalesa para la Rehabilitación del Juego, Abaj, hace un par de años. 

«El adicto al juego sabe cuando juega que va a perder, es un perdedor en todo, en sus relaciones, en su trabajo, en su vida ... En el juego también», relata el psicólogo de Abaj, David Burgos. Durante estas tres décadas ha observado como el fenómeno del juego patológico no solo no se ha corregido, sino que se ha disparado y atrapa a personas cada vez más jóvenes. «Y con ellos a su familia, la madre que no ve el problema por esa sobreprotección de su hijo, y cuando el problema cae se buscan culpables, no se busca terapia que es la manera de salir», relata. Con la proliferación de Salas de Juego en los barrios y la disponibilidad total, fácil acceso y anonimato del juego on line hacen que la ludopatía sea «la nueva epidemia que infecta a nuestra juventud», explica. 

Con la proliferación de Salas de Juego en los barrios y la disponibilidad total, fácil acceso y anonimato del juego on line hacen que la ludopatía sea «la nueva epidemia que infecta a nuestra juventud».

Porque la familia también busca esconder el problema. Hacer invisible la adicción al juego. «Yo fui enferma de jugador, lo que llaman la codependencia», explica Conchi. Convivió durante 40 años con un jugador. «Yo no me quería, no me valoraba. Él solo vivía por y para el juego. A mí me tocaba tirar del carro sola», recuerda. Por el camino perdió su relación con todo el mundo. «No quería que nadie supiera el problema de adicción de mi marido». Llegó un momento en el que no pudo más. «Fui al médico de cabecera, me recetó unas pastillas contra la ansiedad, pero el problema seguía ahí, me dijo que había asociaciones... El ludópata es cobarde, pero yo también lo era», reconoce. Tras una primera visita de trámite, volvieron a Abaj un año después. «Fue lo más grande, en los tres primeros meses no paraba de llorar, comprendí que tenía que ayudarme a mí para ayudar a mi marido, después de mucha terapia, de mucho trabajo y muchas sesiones durante siete años salimos. Antes vivíamos entre cuatro paredes, ahora tenemos un hogar», asegura quien durante cuatro décadas quiso tapar el problema y ahora ofrece su testimonio en charlas presenciales y on line para hacer visible la enfermedad. «Que no se escondan, como yo, que atajen el problema cuanto antes, todo lo que yo tardé fueron años perdidos». 

Burgos asegura que quien conviven con un ludópata también está enfermo. «Los dos están enfermos el jugador o jugadora del juego, la pareja tiene la enfermedad del adicto, genera una codependencia, ansiedad y acaban ayudando al jugador ocultando el problema mientras los grandes negocios del juego siguen haciendo de las suyas con permiso de la administración», lamenta. Y el otro invisible es la administración que, junto a grandes operadoras y salas, también se reparte parte de un pastel hecho a base de frustraciones. «Se minimizan los efectos y se normaliza el consumo», lamenta.

Cuando Rubén empezó no había internet. Tampoco una sala de juego en cada esquina de su barrio. Con 16 años siempre que podía y le dejaban, echaba unas monedas en la máquina del bar. «Cuando empiezas vas con amigos, el día que vas solo estás atrapado». Reconoce que ha sido adicto a las emociones que generaba el juego que se convirtió en algo crónico, progresivo y recurrente, toda su vida giraba en torno a él. Con terapia pasó el bache, hoy mira con miedo la facilidad de enganchar a los chavales. «Voy a ser jugador toda la vida, pero no voy a ser un enfermo, no voy a permitir que vuelva a robármelo todo, que no dejen que les enganche», recomienda en los institutos. 

Solo uno de cada diez ludópatas, hombre o mujer, adulto o adolescente, pide ayuda. «Donde hay un jugador no hay vida, que llamen, que se pongan en contacto con la asociación que es anónimo y porque de esto se sale, con esfuerzo con ayuda, pero se sale», explica David Burgos. La media del proceso de introspección propio y de la familia es de un año y medio. A los tres meses los afectados son conscientes de que son jugadores. Se necesita terapia personal, terapia de grupo para superarlo. Se trata de recuperar una vida, dejando de lado el juego.

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