JUEGO PATOLÓGICO / EN PRIMERA PERSONA
«Los propios trabajadores jugaban continuamente y te incitaban a apostar»
De jugarse un «eurillo suelto» a pasar horas en salas de juego, un joven de Gamonal superó su adicción tras ver «lo que había y cómo engañan»
Prefiere no revelar su identidad, aunque tampoco se avergüenza de lo sucedido. De hecho, en su día alzó la voz contra las casas de apuestas, megáfono en mano, durante un acto organizado por la Asociación Burgalesa para la Rehabilitación del Juego Patológico (ABAJ). Para este joven de Gamonal, al que llamaremos Asier, aquel «eurillo suelto» que se jugaba de chaval acabó derivando en una adicción que supo frenar a tiempo. Lo hizo sin ayuda externa y plenamente convencido tras ver «lo que había y cómo engañaban».
Asier frecuentaba varios salones de juego del barrio. De la quiniela cuando era adolescente y las apuestas con lo mínimo recién estrenada la veintena, cada vez iba gastando más. Por «suerte», no llegó a verse con el agua al cuello. «Ganaba y perdía», sin mayores sobresaltos. Aún con todo, reconoce que «lo que más he perdido ha sido el tiempo». Porque llegó un momento en el que su rutina diaria se limitaba prácticamente a los estudios y el juego. Con sus padres «apenas hablaba», de ahí que desconociesen su afición.
Asier (nombre ficticio) sospecha que los 'tipsters' «están compinchados con las casas de apuestas».
Poco a poco, el joven fue estableciendo una suerte de «vínculo» con el gerente de una sala especializada en apuestas deportivas. Agasajado cuando su presencia ya era habitual, la relación cambió de forma abrupta «cuando veía que ganaba». De repente, dejó de servirle comida gratis y no tardó en descubrir que «decía cosas por la espalda». Como es lógico, sintió una «rabia profunda» porque «me estaban intentando echar».
Echando la vista atrás, Asier lamenta lo que ocurre en estos negocios de puertas hacia dentro. Pudo observar cómo «los propios trabajadores jugaban continuamente» mientras «te incitaban a apostar». Un negocio redondo para el empresario, ya que el salario que paga a sus empleados acaba retornando, con un alto índice de probabilidad, a sus bolsillos.
Aparte de acudir diariamente a esta clase de establecimientos, el joven también pasaba mucho tiempo en internet. Entró en contacto con los tipsters, supuestos especialistas que asesoran a los jugadores a la hora de realizar apuestas deportivas. Es decir, gurús con ínfulas de eficaces pronosticadores a los que «pagas para que te digan dónde apostar». Los hay, tal y como comenta Asier, con miles de seguidores en redes sociales o canales de comunicación como Telegram.
Recuerda al dueño de un bar del barrio al que veía a menudo en una sala y que «tuvo que cerrar».
Por puro desencanto, y a sabiendas de que podía caer en un pozo sin fondo, el joven se apartó definitivamente de este mundo. Sobre los tipsters, sospecha que «están compinchados con las casas de apuestas». Y lo dice con conocimiento de causa porque tuvo la oportunidad de apreciar varias de sus triquiñuelas.
Cuando Asier tomó el megáfono, no solo quiso expresar su rechazo a la expansión de esta clase de negocios. También pretendía advertir sobre los riesgos que se corren. Cualquiera puede tener un golpe de suerte, pero las buenas rachas se acaban y la caída suele ser estrepitosa. Y aunque no conoce casos cercanos, recuerda al dueño de un bar del barrio al que veía a menudo en una sala y que «tuvo que cerrar». Su principal conclusión, visto lo visto, es que hay un «circo montado» del que se benefician unos pocos. Y no precisamente los que apuestan.
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DIEGO SANTAMARÍA