El Correo de Burgos

TRIBUNALES

El asesino de Ana Belén niega las agresiones previas a dos mujeres en Miranda con un martillo: «Tengo la conciencia bien tranquila»

La Fiscalía pide 32 años de cárcel mientras Clara Campoamor eleva la pena a 36 por agravante de violencia de género / Las víctimas, con secuelas aún visibles, declaran que solo se atreven a salir de casa si van acompañadas

Agustín H., asesino confeso de su esposa Ana Belén, declara por su presunta agresión a dos mujeres con un martillo en Miranda. SANTI OTERO

Agustín H., asesino confeso de su esposa Ana Belén, declara por su presunta agresión a dos mujeres con un martillo en Miranda. SANTI OTERO

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El asesino confeso de Ana Belén J., cuyo cadáver fue localizado en el interior de un vehículo el 3 de octubre de 2017 en Miranda de Ebro, ha negado en la Audiencia Provincial de Burgos que agrediese previamente  a otras dos mujeres con un martillo en la misma zona con el objetivo de desviar la atención y descartarse como principal sospechoso. Pese a las pruebas que le sitúan en el lugar donde acontecieron ambos episodios, fruto de la «casualidad» según su testimonio, Agustín Herrero declaraba ante el juez que no tiene «nada que ver» y que se encuentra con «la conciencia bien tranquila». Tras ser condenado a 21 años de prisión en la Audiencia Provincial de Álava por el asesinato de su mujer en Turiso y el posterior traslado de su cuerpo a Miranda, Herrero se enfrenta ahora a otros 36 años de cárcel: 18 por cada una de las víctimas. Es lo que pide la Asociación Clara Campoamor, personada como acusación popular, al entender que en ambas agresiones concurre un agravante de género. En este sentido, el letrado de la entidad manifestaba en sus conclusiones que actúo «contra mujeres por el hecho de ser mujeres» y movido por su afán de «encubrir un crimen contra su mujer por ser mujer». En sintonía con la acusación particular, el Ministerio Fiscal solicita una pena de 32 años al entender que lo único que buscaba el presunto agresor era una «víctima desamparada» independientemente de su género. No en vano, el fiscal llegaría a asegurar que «no he visto un espectáculo de frialdad y de crueldad tan grande como el que hemos visto en esta sala». Y es que más allá de lamentar que «no existe ni el más mínimo freno moral» en el acusado, considera «materialmente imposible que los hechos sean una coincidencia». Por su parte, la letrada de las dos mujeres agredidas recalcaba que «no estamos ante meros indicios», amén de subrayar que lo único que pretendía Herrero era «crear una gran alarma social» que le excluyese de la investigación policial. Por último, la defensa del asesino de Ana Belén reclamaba su absolución porque los delitos imputados solo ofrecen «indicios o pruebas circunstanciales». A este respecto, incidía en la inexistencia de testigos presenciales, el hecho de que no se hallasen restos de sangre en la ropa que supuestamente llevaba su cliente el día que se cometieron los ataques o los resultados negativos de ADN en el martillo, localizado en su domicilio, con el que asestó un golpe mortal -lo acreditan los forenses- a su esposa. En cuanto a la ausencia de coartada y su ubicación en la zona cuando sucedieron los ataques, señalaba que el acusado «iba habitualmente» a Miranda y que por eso «no puede acreditar qué estaba haciendo». Hablan las víctimas Ninguna le vio la cara porque recibieron el martillazo por la espalda y no les dio tiempo a reaccionar. Pilar M. G. y María Teresa S. G. tuvieron la desdicha de encontrarse en la calle Condado de Treviño, el 27 de septiembre y el 3 de octubre, respectivamente, cuando nadie pasaba por ahí. Nadie salvo la persona que les golpeó brutalmente con un martillo en la cabeza, por la espalda, causándoles graves lesiones y secuelas posteriores tanto físicas como psicológicas. Con paso lento y ayudada de una muleta entraba en la sala de vistas María Teresa. Incapaz de contener el llanto, ha relatado que el día de autos acudía a prestar un servicio de ayuda a domicilio. Al llegar antes de la hora acordada, se sentó en un banco para fumar un cigarro en torno a las 9:20 horas. «No recuerdo si lo llegué a terminar o no». De repente, lo vio «todo negro» y al cabo de poco tiempo, no sabe cuánto, alguien le preguntó qué le había ocurrido porque «estaba llena de sangre». A raíz del martillazo, María Teresa necesita un andador para «tramos muy largos». Ya no puede utilizar la moto, su medio de transporte habitual, y continúa en tratamiento psicológico. Además, no se atreve a salir a la calle «si no es acompañada» porque el miedo se apodera de ella. El mismo «temor» siente aún Pilar, que sale lo justo de casa y solo con sus hijos o amigos. Aún así, «a nada que escucho unos pasos detrás de mí me vuelvo rápidamente». Tampoco recuerda cómo se produjo la agresión, que tuvo lugar a «cuatro pasos» de su casa poco antes de las 10 y media de la noche. Despertó en el hospital y «no sabía qué era lo que me había pasado». Tal fue el impacto recibido que le tuvieron que poner una placa de titanio y, después, una de metacrilato. Al igual que María Teresa, desconocía quién le había podido hacer esto porque no tenía enemistad con nadie. La versión del acusadoParco en palabras, Herrero expresó de entrada su malestar por las preguntas del Ministerio Público sobre los acontecimientos previos al asesinato de su esposa en el domicilio conyugal de Turiso. Tras preguntar, «qué tiene que ver con esto», el fiscal replicaba que su única intención era «poner en contexto un relato coherente» que permitiese determinar qué le movió a trasladar el cuerpo de su mujer hasta la calle Río Ebro tras el asesinato y la agresión, ese mismo día, a María Teresa. Según su versión, dejó su cuerpo en dicha calle por «nervios». «Mi cabeza no funcionaba en ese momento», apostillaba tras indicar que «podría haberla dejado en cualquier otro sitio». Sin embargo, las acusaciones y la Policía Nacional sostienen que estacionó el vehículo lo más cerca posible de la zona en la que se habían registrado los otros dos ataques para jugar al despiste. Sea como fuere, el acusado alega que si merodeaba por la zona fue porque estaría con algún cliente del lavadero de coches que regentaba aunque no lo recuerde con exactitud. Enrocado en la «casualidad» durante su testimonio, reconocía además que ambos días no se encontraba en su puesto de trabajo. Las pruebasCuando la Policía Nacional se hizo cargo de la investigación por el asesinato de Ana Belén, el agente instructor del caso y sus compañeros no tenían constancia de las agresiones anteriores a Pilar y María Teresa. En tal caso, «sin lugar a dudas se hubiese abierto una nueva línea de investigación» aunque «sin descartar» a Herrero, conocido en su entorno por ser una persona «celosa» que tenía «controlada» y «amenazada» a su esposa. Cuando este agente acudió a interrogar al acusado a su puesto de trabajo, se encontró con una persona «fría» e «impasiva» que «en ningún momento» se interesó «por su mujer ni por sus hijos» y que ni siquiera intentó «forzar el llanto». Obtenida ya su confesión, y tras conocer los casos de estas dos mujeres agredidas en la misma zona, los investigadores solicitaron la pertinente autorización judicial para acceder al teléfono móvil del sospechoso y rastrear sus movimientos. Pese a los desfases horarios entre las cámaras de seguridad de establecimientos, edificios públicos e incluso de la A-1 y el GPS, la Policía pudo demostrar que Herrero se encontraba en la zona donde acontecieron las dos agresiones. Los mismos días y a las mismas horas. De no ser porque tenía su localización en Google Maps activada, no se hubiese podido imputar sendos delitos al presunto agresor. En ambos casos, sus viajes de ida y vuelta se realizaron en un Mercedes A 200d rojo que conducía regularmente. Otro de los puntos flacos del testimonio de Herrero tiene que ver con su coartada para el 3 de octubre. Dijo que había ido a Rivabellosa a desayunar, pero el dueño del bar al que solía acudir lo desmintió rotundamente. Por otro lado, en su taquilla se localizó una gorra -con un martillo dentro- como mínimo muy similar a la que aparece en las cámaras que captaron algunos de sus movimientos. Según los investigadores, el asesinato de Ana Belén -planificado de antemano- se precipitó a raíz de una discusión inesperada dos horas y media después del ataque a María Teresa. En cualquier caso, el agente instructor no tiene «ninguna duda» de su implicación en las agresiones previas. A preguntas de la defensa sobre un supuesto tercer ataque a raíz de un reto viral consistente en golpear a alguien y dejarle inconsciente, uno de los agentes que participó en el volcado de información de Google Maps del móvil de acusado replicaría que un testigo ya confirmó en su día que la presunta víctima «se cae al salir de un bar». Por otra parte, ha dejado clara la contradicción existente entre los recorridos que marca el GPS y la coartada del desayuno en Rivabellosa, que tampoco coincidirían con posibles encuentros con clientes del lavadero en Miranda. «Potencialmente letal»Si algo tuvieron claro los forenses que examinaron a las víctimas y elaboraron el posterior informe es que sufrieron un golpe «potencialmente letal». Así lo corroboraba Joaquín Manuel González mientras precisaba que los ataques, de un solo golpe, se produjeron con «una maza, un martillo o algo similar». Por lo tanto, no cabe ninguna duda de que existía «riesgo vital» y que si salvaron su vida fue porque recibieron una pronta asistencia sanitaria. Así las cosas, se trata de dos agresiones prácticamente calcadas porque fueron atacadas por la espalda, en la misma zona craneal, y no se aprecian «indicios de defensa». A petición de Clara Campoamor, el también forense José María Urbón, encargado de la autopsia de Ana Belén, explicaría a continuación que pese a recibir infinidad de golpes, algunos contra el suelo y con diferentes objetos, su fallecimiento se debió a un martillazo, en la misma zona que María Teresa y Pilar, que le causó una «herida mortal que le inhabilita instantáneamente».

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