El Correo de Burgos

SOCIEDAD

Intervención social y dignidad en El Encuentro: el último poblado chabolista de Castilla y León

María José Lastra y Silvia Rodríguez conviven a diario con las 20 familias pendientes de realojo en pisos de titularidad municipal / Su objetivo: combatir el «factor pobreza» desde la atención «integral» y el apoyo educativo a los menores

María José Lastra y Silvia Rodríguez, trabajadoras de Promoción Gitana, en el poblado chabolista de El Encuentro. TOMÁS ALONSO

María José Lastra y Silvia Rodríguez, trabajadoras de Promoción Gitana, en el poblado chabolista de El Encuentro. TOMÁS ALONSO

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Burgos

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Si el Ayuntamiento de Burgos cumple con los plazos previstos, el último asentamiento chabolista de Castilla y León dejará de existir en 2023. Con esa fecha de caducidad en el horizonte, una veintena de familias en situación de extrema vulnerabilidad esperan impacientes el ansiado realojo. En cualquier barrio de la ciudad, pero dentro del casco urbano. Mientras tanto, acuden prácticamente a diario al despacho de María José Lastra y Silvia Rodríguez. Son como de la familia, depositan toda su «confianza» en ellas porque «saben que se les va a escuchar y atender». Lo que haga falta, desde la gestión de cualquier trámite hasta una amigable conversación para desahogarse.

La intervención sobre el terreno, fruto del convenio entre el Ayuntamiento y la Asociación de Promoción Gitana, «no ha cambiado mucho» desde que el alcalde, Daniel de la Rosa, se comprometiera a erradicar el poblado nada más asumir el bastón de mando en junio de 2019. Obviamente, se atiende a menos familias porque la mayoría ya residen en viviendas de titularidad municipal. No en vano, el barrio tira y muchos lo visitan regularmente. La transformación, palpable sobre todo en los menores, ha sido «radical».

‘Toc, toc’ justo cuando María José habla de esta «causa efecto» y de lo «contentos» que están los realojados. A lo largo de la mañana, recibirán unas cuantas visitas. «Antes no llamaban a la puerta y ahora vienen todos los días», apunta esta veterana trabajadora social, ya involucrada con la comunidad gitana en tiempos del extinto asentamiento de La Tejera, nada más regresar al despacho.

Es entonces cuando echa la vista atrás para describir aquellas chabolas en las que «no había agua ni luz» o la imperante «economía sumergida» gracias a la chatarra. Por suerte, la cosa fue mejorando -más allá de las condiciones materiales, siempre supeditadas a la eterna precariedad- y de El Encuentro han salido «buenos profesionales» de la albañilería u otros oficios.

El racismo, la incomprensión hacia muchos chavales en Secundaria y la ubicación del poblado elevan el riesgo de marginación. 

Aún con todo, el «factor pobreza» no deja de ser una losa demasiado pesada. «Son víctimas porque viven al margen de la ciudad», advierte María José a sabiendas de que la escasez va más allá del plano económico. Si ya el entorno juega en contra de por sí, la estigmatización hace el resto.

La proliferación silenciosa pero pujante del «racismo» genera preocupación, aunque al final lo que más se nota es la incomprensión que sufren muchos chavales, principalmente en Secundaria, cuando llegan con «un nivel bajísimo». Asimismo, la ubicación del poblado eleva exponencialmente el riesgo de marginación.

Derechos y obligaciones

De casi todo lo malo se aprende para mejorar. En este sentido, María José no deja de recordar a sus ‘vecinos’ que «tienen derechos y obligaciones» y que «hay que pagar impuestos para que las sociedad sea más justa». Si algo tiene claro el equipo de Promoción Gitana es que no basta con dar peces, también hay que enseñar a pescarlos. Y qué mejor momento que ahora, con los residentes que aún quedan -inclusive 34 menores de edad, algunos ya con hijos-, para esforzarse al máximo y combatir  la «apatía» de quienes han «tirado la toalla».

María José: «Lo mejor son las personas, humanamente no lo cambiaría por nada del mundo. Gracias al trabajo en equipo todo se supera».

A expensas de que salgan los últimos residentes, Silvia se enorgullece de «formar parte de esta comunidad como educadora porque te llevas mucho». Lo malo, eso sí, es que a menudo toca lidiar con «la dificultad de no poder intervenir de forma rápida». El problema reside en que «la Administración no nos lo pone fácil», ya que «al estar todo tan burocratizado se pierde la esencia de la intervención directa». Por ejemplo, «en un trámite tan sencillo como cambiar tu número de teléfono para la Seguridad Social tienes que hacer unas peripecias... Entiendo la parte de seguridad y de protocolo, pero no comulga con la realidad que tenemos aquí».

«Lo mejor de este trabajo son las personas, humanamente no lo cambiaría por nada del mundo», confiesa María José refiriéndose a la comunidad y, cómo no, a todas las compañeras de Promoción Gitana -entre ellas Sara Esteban, actualmente de excedencia- con las que ha compartido penas y alegrías. Las penas, o quebraderos de cabeza, se producen cuando «una familia está pasando por una situación muy dificultosa y no vemos salida. Eso crea tensiones y te lo llevas a casa», reflexiona no sin antes remarcar que «gracias al trabajo en equipo todo se supera».

María José y Silvia en su despacho dentro de El Encuentro. TOMÁS ALONSO

María José y Silvia en su despacho dentro de El Encuentro. TOMÁS ALONSO

 «Una vida distinta»

Cuando Silvia empezó a trabajar en el poblado, concretamente en apoyo escolar, le costaba «entender ciertas conductas». Tras asumir una mayor carga de responsabilidades, acabó comprendiendo que «en las actuaciones de cualquier ámbito se necesita una visión integral de todo lo que está sucediendo». Para entonces, ya era plenamente consciente del hándicap que supone el absentismo, pues «no ir a clase implica no tener tarea». Y más que hacer los deberes, resultaba mucho más necesario abordar con los menores «cuáles son sus inquietudes» y buscar estímulos positivos para ponerles las pilas.

Consciente de «el cambio viene cuando hay una vivienda digna», Silvia espera que este «choque de realidad que la gente tiene totalmente olvidado» no vuelva a reproducirse.  

Saltarse las clases y residir en un enclave donde el ocio está tremendamente limitado «no les favorece para normalizar y tener una vida distinta». Partiendo de esta indiscutible premisa, Silvia y María José dedican los viernes al desarrollo de actividades de ocio y tiempo libre. Su principal objetivo, que «no inviertan tanto tiempo con el móvil porque les deja muy apagados en el sofá» y eviten el «peligro» que conlleva un mal uso de las redes sociales. Por otro lado, promueven iniciativas acordes a su edad en «un espacio muy convulso en el que, a veces, se confunden los problemas de los mayores con los de los pequeños porque los viven en primera persona».

Con la cuenta atrás en marcha para que El Encuentro desaparezca de una vez por todas, María José confía en que todas y cada una de las familias consigan una «mejor calidad de vida». En la misma línea, Silvia espera que este «choque de realidad que la gente tiene totalmente olvidado» no vuelva a reproducirse. Dicho esto, si algo tiene claro es que «el cambio viene cuando hay una vivienda digna»

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