Talleres Boutefeu. Premio Femebur 22 a la pyme del metal que dirige una mujer
Silvia Boutefeu Alonso es la tercera generación al frente de Talleres Boutefeu. En 73 años de actividad han pasado de mirar al sector agrícola a la construcción y de operar sólo en Miranda a tener actividad en Álava y Rioja.
Silvia Boutefeu ha roto barreras enfundada en un mono azul y entre chispas que reblandecen el metal más duro. Fue la primera mujer en las clases de ingeniería de la soldadura. La primera del país en tener el título de Soldador Europeo. Es una de las pocas mujeres al frente de un taller. Empresa familiar que arrancó su abuelo hace 73 años y que ha sabido transformarse y amoldarse a los avatares del cambio de tendencias económicas y crisis económicas. Es Talleres Boutefeu, empresa especializada en acero al carbono, inoxidable y forja en decoración y para la construcción. La Federación de Empresarios del Metal (Femebur), ha reconocido su labor con el premio Femebur 22.
«Queremos reconocer una pequeña empresa, que está en la tercera generación y que empezó en Miranda hace 73 años. Cuenta con cinco trabajadores más la gerente, y una empresa gestionada por una mujer, algo que no es muy habitual en este sector», explicó el presidente de Femebur, Andrés Hernando. El galardón lo recogió Silvia Boutefeu que dirige el taller de soldadura y que ha ido rompiendo barreras a lo largo de los años en el sector de la metalurgia. «Es un honor recibir este premio primero porque reconoce el trabajo de una micropyme en una ciudad de la provincia que ha sufrido muchísimos cierres con la crisis económica y porque es un empujón para seguir creciendo en un sector complicado para las mujeres y donde hace falta talento femenino», remarcó la premiada.
Silvia Boutefeu fue la primera mujer en estudiar y conseguir el primer título de técnico superior en soldadura inoxidable. «Me he dedicado a la soldadura toda la vida, con el mono y soldando aunque ahora me dedico más a la gestión», señala. Explica que su experiencia personal ser casi la única mujer en el sector del metal y de la construcción, al que presta servicios, no ha sido un handicap. «A mí siempre me han tratado de maravilla, nunca he sentido discriminación», señaló.
Ella es la tercera generación de una empresa que arrancó su actividad en el año 49. Fue su abuelo Agustín Boutefeu quien puso en marcha la empresa centrado en la reparación de maquinaria agrícola por los pueblos de la comarca y localidades del País Vasco y La Rioja. Fue reconocido como Artesano Ejemplar en 1976. Problemas de salud le obligaron a ceder el testigo a su hijo, el padre de Silvia. Con tan sólo 15 años José Luis Boutefau se vio ante el reto de tirar adelante con la empresa y la familia. «Se especializó en forja artística y viró hacia el sector de la construcción para no depender de la maquinaria agrícola en un tiempo de cambio» asegura la presidenta de Talleres Boutefeu.
Con su padre empezaron los trabajos artísticos que han caracterizado el trabajo del taller. El Cid del antiguo Hotel Don César, hoy Hotel Tudanca, se forjó en este taller, esculturas con el artista burgalés Eugenio Cabello. Esa labor de artesanía y forja decorativa mantiene Silvia Boutefeu que formó equipo con su padre «la gente se quedaba extrañada de ver a una chica joven soldando», reconoce. Exploró nuevos materiales, con el acero inoxidable para decoración, y continúo formándose. En 2007 obtuvo el título de Técnico Superior de Estructuras Metálicas.
Con la jubilación de su padre reconoce que «estoy menos con el mono y a pie de taller y más en la gestión», pero es una gran apasionada de esta profesión. En la gestión todo va bien si se mira por el incremento de plantilla experimentado. Han pasado de ser dos personas, un trabajador y ella, en 2017 a tener un equipo de cinco trabajadores y «a la espera de una nueva contratación». En los talleres se forja otra de sus familias con los que afrontan los retos del día a día.
Un ejemplo de diversificación de productos finales (construcción, forja artesana) y de amplitud de miras. La crisis golpeó fuerte a Miranda de Ebro donde los cierres se sucedieron hasta convertirse en el Detroit burgalés, en referencia a la ciudad americana de la automoción que perdió todo su empuje industrial con el avance de los años. «Mi padre no se movía de Miranda pero sí que cuando la actividad se redujo, empezamos a trabajar bastante en Álava y Vitoria, aunque nos ha quitado el tejido empresarial, también es una fuente de actividad porque, literalmente, lo tengo a la puerta de casa y facilita las cosas, y en La Rioja también trabajamos mucho», señala. El 50% de su actividad está fuera de Miranda a día de hoy.
Reconoce que la inflación con el alto coste de los materiales y el aumento de la factura energética les está poniendo las cosas un poco más difíciles. Aún así reconoce que al trabajar a nivel particular facilita la adaptación. En cuanto a los proyectos que recuerda con más cariño es la ya emblemática M de colores en la rotonda más conflictiva de Miranda. «En su momento hubo cierta controversia por esa inversión en plena crisis pero sí tengo que reconocer que a mí me vino de maravilla», explica. Hoy es un emblema de la ciudad mirandesa como la escultura ‘Palo tras palo’ dedicada a la Memoria Histórica y confeccionada en 2007.