«El mote del ‘cura de la motosierra’ me lo pusieron los serranos burgaleses»
Fermín González ha sido durante cuarenta años cura de diversas parroquias de la provincia burgalesa / Dedicó más de veinte años a arreglar más de 600 iglesias para las que construyó 1.700 estructuras de madera / Su historia se ha hecho viral
En apenas unas horas, el cura burgalés Fermín González se ha hecho viral tras su aparición en el canal de youtube CreoTV. Lo ha hecho especialmente por lo llamativo de su mote: ‘el cura de la motosierra’ y es que este sacerdote nacido en Espinosa de los Monteros hace 68 años ha dedicado más de veinte años de su vida a rehabilitar y reconstruir tejados y torres de más de 600 iglesias de la provincia. En total, ha construido 1.700 estructuras que han dado una nueva vida a los templos de decenas de localidades de la provincia.
Asegura entre risas que el mote de ‘el cura de la motosierra’ le gusta. «Es un apelativo cariñoso que me pusieron los serranos burgaleses de tantas veces que iba a Rabanera del Pinar a por madera para las estructuras de las iglesias y al final se acabó extendiendo», explica.
Comenta que nunca tuvo un accidente con la herramienta pero sí con una azuela. «Me hice un buen corte arreglando la iglesia de Villamorón». Los vecinos le llevaron hasta Villadiego para que le atendiera el médico. Doce puntos y cuatro días después estaba otra vez subido al tejado.
Comprometido con las causas sociales y con el medio rural, González ha sido durante cuatro décadas cura de diversas parroquias rurales. Fue en su primer destino como cura, en Cebrecos, donde surgió esta curiosa forma de «hacer comunidad».
«La iglesia del pueblo estaba destrozada y no había dinero para hacer el arreglo por lo que lo hicimos con nuestras propias manos». «Usamos un pequeño tractor para ir a la sierra a por madera y así no tener que pagar los portes y encargamos el corte a una serrería», comenta González. Los vecinos de Cebrecos y el sacerdote arreglaron así «la torre y años más tarde los pórticos y la sacristía».
Lejos de lo que pueda parecer, Fermín no tiene conocimientos «ni de arquitectura ni de albaliñería», pero tiene una gran destreza para dibujar y una muy buena visión espacial. «Dibujaba los planos y la estructura para calcular la madera que necesitábamos», explica. Tal fue el éxito de esta primera rehabilitación que llamó la atención de Víctor Ochoterena, el aparejador de la Diócesis de Burgos.
A partir de ese momento ambos trabajarían mano a mano para recuperar decenas de iglesias del territorio burgalés a través del servicio técnico de obras del Arzobispado. El que ha sido durante varios años capellán de la prisión de Burgos recuerda que, poco después de arreglar la iglesia de Cebrecos, se apuntó a un curso de dibujo porque «reglaban un ordenador».
Un antiguo Spectrum con el que probó a «hacer los planos de los siguientes arreglos». Sin embargo, acabaría haciendo «la mayor parte de los planos, por no decir todos, a mano». Así hasta completar las 1.700 estructuras que ha rehabilitado durante dos décadas. A este periplo se sumaría también uno de los aparejadores de la Junta de Castilla y León, Benito Fernández.
«Los dos aparejadores se encargaban de fotografiar y desmontar las estructuras viejas para ver cómo estaban encajadas y estudiar los distintos tipos de ensamblaje para después replicarlo con las estructuras de madera», comenta el clérigo. «En la mayoría de los casos replicamos la técnica mozárabe que se usaba en los siglo XII y XIII», apunta.
Durante veinte años hay tiempo para decenas de anécdotas e historias. Por ejemplo, en Fuenteodra «la ermita estaba condenada a desaparecer por la falta de mantenimiento» y aunque su arreglo estuvo incluido en el convenio de las goteras, el Ayuntamiento no tenía el dinero para aportar el 30%» y «ahora están recuperándola a través de un micromecenazgo». En la pequeña localidad de Ura, sin embargo, «se tuvo que vender la antigua casa del cura para poder arreglar la pequeña iglesia de la localidad», comenta y explica que «poco a poco se fue rehabilitando entera».
Afortunadamente nunca hubo un accidente ni una caída aunque sí «muchos resbalones hasta el borde de algún tejado», señala entre risas y asegura que «hoy en día sería impensable que nos dejaran hacer lo que hicimos».