Los guerrilleros del M23 amenazan la supervivencia del Proyecto Rubare en el Congo
El misionero Domingo de la Hera acoge estos días a miles de desplazados que llegan desde el norte del país centroafricano, donde se encuentra la frontera con Ruanda y Uganda
El misionero Domingo de la Hera se asoma a su ventana y solo ve miseria: familias enteras bajo tiendas de campaña elaboradas con algunos plásticos, barro, cuerpos empapados por la lluvia y, sobre todo, una desesperanza continua en una de las zonas más pobres del mundo, o lo que es peor, un escenario que ya se ha convertido en su propia pandemia. “La gente ya se lo toma con cierta filosofía. Están muy escamados y cuando ven las orejas al lobo, huyen”, sostiene el salesiano burgalés desde el campo Don Bosco, en San José Ngangi Goma (Congo), donde la orden desarrolla una labor solidaria sin precedentes, tal y como conoció Ical in situ.
El hermano De la Hera acoge estos días a miles de desplazados que llegan desde el norte del país centroafricano, donde se encuentra la frontera con Ruanda y Uganda. El motivo de esta nueva oleada, de una población ya acostumbrada a estos movimientos, es la ocupación, de nuevo, del movimiento rebelde M23, un grupo financiado por el Gobierno ruandés para intentar colonizar una zona, el Kivu, rica en todo tipo de minerales y sobre la que tienen pretensiones históricas. Se trata de la misma maniobra que ya intentó hace una década y que se vio forzado a abandonar ante la presión internacional.
Y es que el este de la República Democrática del Congo lleva más de dos décadas sumido en un conflicto entre milicias rebeldes y los ataques del Ejército. Todo ello pese a la presencia de la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (Monusco), que tiene más de 14.000 efectivos, pero “que se mantienen impasibles y no hacen nada”, lamentó De la Hera, quien añade que desde el 8 de noviembre han llegado al centro en el que trabaja alrededor de 25.000 personas procedentes del norte (se cree que a la ciudad de Goma han arribado 120.000), muchos de ellos de la población de Rubare, donde la oenegé burgalesa Proyecto Rubare desarrolla acciones escolares, sanitarias y de alimentación a la población, ahora amenazadas por esta situación, tal y como confirma a Ical Tomás Martínez, director de la asociación.
Tomás Martínez, director del proyecto Rubare, alerta de que o la FAO “trae alimentos rápidamente o aquí va a pasar algo muy gordo, porque la gente ya muere de inanición”.
Tras los primeros días se ha podido atender a los bebés, embarazadas y ancianos, incluso para darles un techo. “Pero es imposible que podamos atender a esta oleada de gente porque no tenemos capacidad operativa”, lamenta De la Hera, quien celebra al menos poder haber colocado letrinas y agua potable para evitar problemas sanitarios mayores. No es el caso de la alimentación, para el que lanza un “grito de auxilio”: “Tenemos cantidades pequeñas, pero es que además es muy complicado hacer un reparto entre tantas miles de personas”, critica el hermano, quien afea la actitud en este sentido de UNICEF y del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU.
“Da la impresión de que todo está muy politizado. Y como siempre sufren los mismos, acostumbrados ya a “acudir a por ayuda a la congregación siempre que hay catástrofes, erupción del volcán u otras intrusiones del M23”. De la Hera augura que la situación podría enquistarse en el tiempo hasta que concluya con una negociación entre este grupo rebelde y el Gobierno congoleño, pero de momento Kinshasa se niega, asegura el hermano salesiano, quien no prevé regresar pronto a Burgos, “y menos con esta situación”.
“No sabemos como terminará”
En la misma línea se expresa la hermana Chantal, que trabaja con Cáritas en el mismo centro del Instituto Religioso San José de Gerona. Burgalesa de adopción, desconoce “cómo terminará esto”. Mientras, ayudan con alimentos a los desplazados, aunque advierte de las dificultades futuras, pues una de las vías de la llegada de productos básicos la protagoniza la carretera N-2 que llega del norte, de Rutshuru, y que los rebeldes mantienen cortada. La otra forma es a través del lago Kivu.
No en vano, la escasa comida que ahora pueden adquirir ha multiplicado su precio. “Un saco de arroz costaba 20 dólares. Ahora 40; y un kilo de alubias, medio dólar, frente a los cinco en estos momentos. Es una zona que se muere día a día a pesar de ser muy fértil”, lamenta.
Ahora entregan un saco de harina a cada familia, parte importante de la limitada dieta de los congoleños de esta zona. “Pero es escaso, porque aquí las familias son muy numerosas”, relata Chantal, quien advierte de que la gente “tiene miedo” porque los rebeldes ya han rodeado Goma y los miliares del ejército que llegan de la batalla “lo hacen sin esperanza de ganar, no tienen ropa adecuada, están mal pagados y eso hace que la población huya aún más lejos”. Pero también, está observando “mucha agresividad” entre los que residen en los campos por la “desesperación y la poca posibilidad de futuro y de concluir el conflicto”.
La hermana agradece la ayuda a Proyecto Rubare, que sin ir más lejos donó esta misma semana una gran cantidad de harina, la cual pueden producir en las afueras de Goma, a dónde han trasladado el molino para que no lo interviniera el M23. No obstante, no resulta barato. Un saco de 140 kilos de maíz para elaborar el producto final ha pasado de costar 30 a casi 100 dólares.
El proyecto, en peligro
Tomás Martínez, director del proyecto Rubare, recuerda que fue en junio cuando los rebeldes ya se adentraron en la zona y llegaron a solo cinco kilómetros de sus instalaciones, desde donde no solo fabrican harina, sino también cuentan con hornos, atienden a escolares y a mayores con la ayuda de las monjas. “En ese momento nos asustamos y empezamos a sacar lo que pudimos”, relata. Allí se quedó la de azúcar y caña, “difícil de mover porque pesa 800 kilos”. El proyecto vendió todos los animales porque el M23 “los robaría”. Por todo ello cree que este movimiento nacido en Burgos está en peligro: “Cruzamos los dedos”.
El grupo rebelde alcanzó Rubare hace un par de meses, momento en el que los desplazaron fluyeron, atenazados, como ríos hacia Goma. En ese momento se cerraron las escuelas y consta que un batallón del M23 ha entrado en las instalaciones de la oenegé, pero se desconoce el daño creado. “Nadie quiere ir allí por miedo”, dice Martínez. Además, se han apropiado con los alimentos de un almacén de la ONU dirigido a los niños y han tomado la central hidroeléctrica, junto a la famosa reserva en la que se encuentran los gorilas.
Y en el medio de todo ello, al menos tres hermanas de San José residen en el centro de salud de Rubare, donde atienden a la población residente, “que no sale de casa”, pero también a los rebeldes, motivo por el que éstos “no lo atacan”. Además, el campo de caña de azúcar que el proyecto poseía “ha sido arrasado” por los habitantes de la ciudad con antelación a la llegada del M23 para evitar que ellos se aprovecharan después.
Sin embargo, y a pesar de las dificultades, la obra social y solidaria que proyecto Rubare ejecuta en la zona continúa adelante gracias a las donaciones de diversas administraciones y a través de este sistema. También con el código otorgado por Bizum ONG 04658.