El Correo de Burgos

RITOS, MITOS Y LEYENDAS DE BURGOS

Peña Amaya. La fortaleza en la bruma

La Peña Amaya ha visto la vida y la muerte a sus pies desde su atalaya sobre la meseta, protegidas sus espaldas por las misteriosas Loras, cargadas de brumas de mitos y leyendas. En la Cueva del Moro una monstruosa serpiente que comía niños y atemorizaba a los pueblos murió bajo las patas de Babieca, el caballo del Cid, que dejó sus huellas sobre la piedra

Peña Amaya

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Del sur asoma el peligro; y del este; y del oeste. Del norte, no. El norte lo guardan las loras, los vientos y la fiera gente que allí moraba. Siempre vigilante. Con la atalaya de Peña Amaya en vanguardia y un mar de tierra plana a sus pies hasta donde la vista alcanza.

Las nueve muelas de piedra se guardan entre sí las espaldas en un territorio disputado desde la prehistoria por los antiguos pobladores de esos páramos. La vida era montaña en la edad del hierro o en la del bronce. Los valles no eran seguros. Tuvieron que pasar muchos siglos de invasiones, razias y matanzas y muchos ejércitos y batallas para poder bajar a las llanuras y conquistar la tierra y sus frutos.

Y en las montañas viven las leyendas y se alimentan de misterios y del respeto atávico de los hombres por las cumbres que le rodean. Los cántabros adoraban a Candamo, dios de la tormenta y la montaña y los druidas rendían culto a la luna y al sol. Los solsticios eran mágicos, tiempo de rituales y los curanderos se acercaban a los dioses con sacrificios en la montaña. El arco iris, el sol de los caracoles, abría las puertas de lo oculto.

Cueva del Agua o Cueva de los Moros, en Basconcillos del Tozo. ANAIS GOEPNER

Cueva del Agua o Cueva de los Moros, en Basconcillos del Tozo. ANAIS GOEPNER

Peña Amaya fue capital cántabra o el castro desde el que sus pobladores, cántabros o de cualquier otro pueblo, se lanzaban a rapiñar a los asentamientos cercanos. La historia y la leyenda se mezclan. Las crónicas de Barro, en su Itinerario hallado en Astorga, mencionan la Peña, que fue asolada por las tropas del imperio romano que lo convirtieron en campamento y defensa adelantada de sus posesiones en esas tierras.

Siglos después los pobladores visigóticos, merovingios o de cualquier otro pueblo fueron arrasados por los bereberes. De nuevo el peligro vino del sur y trajo la muerte a los pies de la Peña Amaya. Tiempo hubo después para la reconquista del conde Don Rodrigo que hizo de este territorio un pilar de los primeros pasos para recuperar los dominios del moro fuera del reducto cristiano en Asturias.

Las laderas de la imponente Peña Amaya están teñidas de la sangre de los hombres en batallas que la historia apenas sabe narrar. Las nieblas del norte se arraciman en lo alto de la Peña y las loras cercanas y el eco de la lucha resuena al poner los pies en sus ruinas. El castro, el castillo son vestigios de un pasado en el que se luchaba día a día. Olvidado incluso por el tiempo, que todo lo puede. Amaya fue capital, vanguardia y muralla defensiva. Plantó cara a un imperio y a un enjambre de reyes moros.

En sus alturas se parapetaron los guerreros durante muchos siglos y no hubo mayor fortaleza natural que esa altiva peña en esta tierra que los siglos dieron en llamar Castilla. Ningún torreón fue nunca mejor atalaya que la Peña en la que los cántabros enclavaron su capital.

Peña Amaya. UBU

Peña Amaya. UBU

Es fácil imaginar, desde las alturas de esta muela de piedra que se alza a 1.370 metros sobre el nivel del mar, cómo avanzaban las legiones, desplazándose de forma compacta y amenazante. Es sencillo rememorar los gritos de los guerreros aprestándose a la batalla, de las mujeres y los niños huyendo a las cuevas, escapando entre las rocas hacia el norte, hacia las alturas y la bruma.

La seguridad estaba en las cumbres en un pasado en el que las montañas tenían un valor incalculable y las cuevas eran refugio y misterio. Y eran leyenda. Y Las Loras es tierra de mitos.

Cuenta la tradición burgalesa que una serpiente moraba en la Cueva del Agua, otros la llaman Cueva del Moro, en Basconcillos del Tozo, a vuelo de pájaro y en línea recta con Peña Amaya, donde se divisa todo. Allí donde el Rudrón surge de la tierra cuando lleva mucha agua, el gigantesco animal tenía sus dominios. Y era tan descomunal que en sus idas y venidas acabó por formar en la ladera el Puente del Hoyo, que otros llaman puente del diablo. Y cuenta la leyenda que la malvada serpiente se comió a siete niños y ese crimen llegó a oídos del Cid Campeador que montó en cólera. 

Trinchera de acceso al castro. Valdavia

Trinchera de acceso al castro. Valdavia

Armó a su caballo Babieca y, Tizona en ristre, cabalgó tras la maléfica serpiente. Tanto fue el empeño por darle muerte, tan duro el galope de Babieca que sus huellas quedaron marcadas en el terreno, horadaron enormes oquedades y dejaron señal por los siglos de los siglos. La serpiente se refugiaba en lo más profundo de la cueva alimentándose del ganado de los pobladores más cercanos. Don Rodrigo, el de Vivar, dio la batalla contra la serpiente, que lucho enconadamente. 

Pero la fuerza indómita del Cid y su fiel Babieca doblegaron al monstruo, que murió víctima de las patas del caballo que aplastó la cabeza de la bestia y dio la victoria a su señor. La leyenda hoy habla de La Patada del Cid y debe ser cierta porque desde hace siglos, un mural en la iglesia de Basconcillos del Tozo describe estos acontecimientos y dibuja una especie de dragón con personas en su interior. Tierra de mitos.

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