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RITOS, MITOS Y LEYENDAS DE BURGOS

La cueva de Ojo Guareña (I). El viejo Lan

Una de las leyendas de Ojo Guareña habla del anciano Lan, de larga barba blanca, que habitaba la cueva en compañía de una osa

Las entrañas de la cueva son el vientre de la madre naturaleza, símbolo de la fertilidad de la tierra y de sus frutos y han atraído a los hombres desde el principio. I. L. MURILLO

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BURGOS
Burgos

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En los albores de la humanidad los clanes habitaban las cuevas y abrigos rocosos. Allí hacían su vida, morían y eran enterrados. Las profundidades de la tierra, oscuras y aterradoras apenas se abrían a la luz de las antorchas con las que una mano primitiva y diestra pintaba capillas de piedra. Pronto el hombre sintió la necesidad de rendir culto a la madre tierra y es en sus profundas y sagradas entrañas donde empezó a darle un significado a la existencia sobre este planeta.

Ninguna cueva es tan profunda e intrincada como la de Ojo Guareña, una catedral rupestre que aún encierra secretos en sus múltiples galerías que como raíces del árbol de la vida penetran en la roca hasta lo insospechado. Cientos de años después de consagrar a la diosa madre la caverna conocida como la Sala de las Pinturas con los trazos con los que un pintor rupestre decoró el santuario, la oquedad mantenía su aura de poder telúrico. No podían dejar de sentirse atraídos por ese poder que emana de la tierra los pueblos célticos que caminaron por aquellos valles y cumbres hace un milenio.

Adoradores de los ríos, de los bosques y de las piedras, sentían un gran respeto por las cavernas en las que quizá veían las entrañas de la diosa madre, el vientre de la creación. Un pueblo repartido en mil clanes, casi idéntico a otras tribus como los Astures o los Cántabros, que convivían con dioses de los caminos, diaños, trasgos y brujas de toda especie está inevitablemente dotado para la creación de leyendas.

Cuentos de niños y mayores que se han quedado prendados en las cumbres de la Sotoscueva y en las oquedades de sus valles en las que van a esconderse los ríos. Como la leyenda del viejo Lan, que resuena aún por los caminos que llevan a la caverna, a la ermita de San Bernabé y San Tirso, santos cristianos que tomaron el protagonismo que en otro tiempo tuvo el anciano druida. 

Arracimados unos junto a otros, al calor de la hoguera, bajo las ramas de una encina sagrada, tosiedo el humo de unas matas aromáticas, los hombres, las mujeres y los ancianos cuentan cuentos a los niños. Leyendas que les hablan de peligros, de costumbres, de cómo recolectar los frutos del bosque y como temer al lobo, de que cueva es buena para abrigarse en la tormenta y en qué caverna se escucha la respiración del demonio. Los animales protagonizan esas historias lo mismo que los hombres o seres mitológicos, todo vale a la luz de la hoguera.

La cueva es una catedral de piedra esculpida por la naturaleza. I. L. M.

El viejo Lan habitó la cueva de Ojo Guareña, bebió en sus manantiales, recogió lo que la naturaleza le ofrecía en esos riscos, en el monte cercano y se hacía compañía con una osa que le seguía como un cachorrillo. Las profundidades de la lóbrega cueva eran el hogar de la extraña pareja. Conocían cada rincón de la oscura tela de araña excavada en piedra y se dice que en el fondo de sus entrañas abrieron un manantial. Una fuente de sabiduría obra del anciano de largas barbas blancas, acaso un druida, acaso uno de los muchos dioses celtas, acaso un hombre santo dedicado a la adoración de la naturaleza.

El sabio Lan conocía el secreto de la caverna, de la diosa madre y sus dulces aguas que saciaban la sed y eran curativas.

El sacerdote en su laberinto, encerrado durante meses en compañía de su osa y de dos monstruosos animales que guardaban su sueño, no era temido por los habitantes de la zona como buen sábio y sanador. Su leyenda ha llegado a nuestros días como el recuerdo de un apacible abuelo barbado, amigo de los animales y de la montaña. Sabio y bueno.

Pero la caverna pronto se convertiría en refugio de bujas, demos, trasnos y diaños. El mismo Belcebú, desde el rincón más oscuro de la cueva de Ojo Guareña, echaba su sulfúrico aliento desde los infiernos para insuflar la maldad de sus huestes en la tierra. El diablo se hizo el amo de la cueva hasta que otro hombre santo la reclamó para sí. Pero es es ya otra historia.