El Correo de Burgos

CIENCIA

Ni el núcleo de la tierra se para ni se invierten los polos… Y no sería el apocalipsis

El geocronológogo de Atapuerca y responsable del equipo de datación del Cenieh, Josep María Parés, aclara el tsunami informativo provocado por la tesis de ralentización del núcleo sólido de la tierra. Lanza cuatro puntos para tener las cosas claras

Imagen de la tierra desde el espacio exterior. IGEO

Imagen de la tierra desde el espacio exterior. IGEO

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El ser humano ha logrado llegar a la luna y explorar mediante un robot enviado a 130 millones de kilómetros el terreno de otro planeta como Marte. Pero nada sabe de lo que pasa a 7.000 kilómetros de profundidad de la tierra. Y ese es el primer problema que se encuentran los geólogos y estudiosos de los movimientos del planeta. “Sólo hemos podido perforar hasta llegar a 12 kilómetros de profundidad de la tierra en un proyecto desarrollado en la península de Kola, Rusia, toda la información sobre el movimiento de la tierra se basa en datos indirectos y en la interpretación de los mismos”, señala el geocronólogo del Centro Nacional de la Evolución Humana (Cenieh), Josep María Pares.

El lunes 23 de enero conocimos que el núcleo interno de la tierra se había ralentizado. Algunos interpretaron como el parón total del núcleo. A partir de ahí las elucubraciones fueron a más, la noticia se hizo viral, y había quien hablaba ya de una inversión de los polos, la caída de los satélites, la vuelta a la edad de piedra y un entorno hostil para la vida dominado por las ondas directas del sol. El apocalipsis más o menos.

Una interpretación errónea, a juicio de Parés, de una simple frase de un estudio plagado de cálculos y comparaciones. “El artículo viene a decir que ‘el patrón globalmente consistente sugiere que la rotación del núcleo interno se ha detenido recientemente’ una apreciación que, si se va más allá, viene a ser que se observan movimientos diferenciales en ciclos de 70 años”, sostiene Parés. Algo que es “imperceptible para el ser humano, la diferencia de movimiento entre el núcleo interno y el externo alarga los días pero es algo que no llegamos a apreciar”. Así, hace 400 millones de años los días tenían 22 horas y, en ese periodo de tiempo, se han ganado dos horas a un mismo día que no es otra cosa que el movimiento de rotación de la tierra sobre sí misma.

1.- La tierra como una cebolla infranqueable

Del suelo que pisamos al núcleo interno de la tierra hay 6.300 kilómetros de los que sólo se ha extraído testigo de 12. El resto es conocido de manera indirecta. “La tierra es concéntrica y tiene una estructura de cebolla con varias capas”, señala. Así la corteza tiene 40 kilómetros de grosor. El manto terrestre arranca a los 40 kilómetros de profundidad y se extiende hasta los 2.900 kilómetros donde nos encontramos con el núcleo. Éste se divide en dos. El núcleo exterior, que es líquido, se prolonga hasta los 5.100 kilómetros de profundidad. Y, en último lugar, está el núcleo interior de la tierra que se prolonga desde los 5.100 a los 6.300 kilómetros. Es una esfera sólida cuyo movimiento es independiente. La parte más interna de la cebolla infranqueable que es la tierra y es a la que se refiere el estudio que se ha vuelto viral.

La tierra cuenta con capas como una cebolla. 6.300 kilómetros hay entre el suelo que pisamos y el núcleo interno. MEH

La tierra cuenta con capas como una cebolla. 6.300 kilómetros hay entre el suelo que pisamos y el núcleo interno. MEH

2.- El territorio desconocido bajo nuestros pies

El núcleo interno de la tierra tiene un movimiento independiente del núcleo líquido que lo envuelve. Esta parte interna de la tierra se conoce desde hace bien poco. “Siempre se había creído que el núcleo era uno, hasta que en el año 36 una sismóloga danesa (Inge Lehmann) propuso que había dos capas de núcleo: una externa y otra interna”, explica Parés. El problema en la investigación de la tierra es que no es una análisis directo.

“Todo lo que sabemos del interior del planeta es un concepto de movimiento relativo en función de su punto de referencia y la imagen que tenemos es indirecta, surge del estudio de la transmisión de ondas sísmicas (terremotos, ondas de explosiones nucleares etc) con referencias en el tiempo de esas ondas en diferentes puntos y es lo que permite saber que hay un pequeño movimiento diferencial entre la bola sólida del núcleo y el resto de la tierra”, señala.

De esta manera, ese pequeño movimiento diferencial queda registrado en las ondas sísmicas cuyo registro es constante en diferentes puntos del mundo. Es el mismo sistema que ha permitido inferir que el núcleo interno se mueve a distinto ritmo y que a veces se ralentiza. La cuestión está en determinar la periodicidad en la que esto se produce. Y es lo que se analiza en este estudio. Comentan que, en función de los registros de ondas, no hay movimiento relativo del interior del núcleo desde 2009, que el núcleo interno gira al mismo ritmo que el resto de capas de la tierra. “Hablamos de un movimiento relativo de una esfera dentro de otra esfera, habrá que esperar años para ver si los patrones periódicos se cumplen”, añade. Hay quien define que los cambios de movimiento se producen cada seis o siete años. El estudio que ha levantado la polvareda mundial y se ha hecho viral habla de periodos de 70 años y habrá que esperar a 2040 para observar nuevos cambios.

3.- Campo magnético protector

Las interpretaciones del estudio de los investigadores de la Universidad de Pekín inferían que esa ralentización afecta al campo magnético de la tierra y que eso generaría una situación muy cercana al apocalipsis. Un escenario donde no sería posible la vida en el exterior, marcado por la radiación solar. Tampoco es cierto. “El movimiento del núcleo interior de la tierra nada afecta a la polaridad, los campos magnéticos de la tierra vienen determinados por la parte líquida del núcleo donde hay hierro fundido y se genera el campo magnético, no le afectan estos movimientos de la parte sólida”, aclara.

Imagen Josep María Pares en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana de Burgos.

Imagen Josep María Pares en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana de Burgos.

Destaca que tampoco está relacionado el cambio del campo magnético de la tierra con grandes procesos de extinción. “En 3.000 años de vida de la tierra hay evidencias de que se ha invertido el campo magnético en varias ocasiones y la vida ha seguido su curso, no hay porqué preocuparse”, explica Parés. Unas variaciones geomagnéticas que, curiosamente, también se producen en periodos de 70 años, el propuesto por los científicos chinos sobre el cambio de movimiento del núcleo.

Señala Parés que el campo magnético es un escudo protector de la radiación solar, es decir, garantiza la vida. Y sus cambios no se miden en términos de vida humana. A pesar del antropocentrismo que se observa en cada poro de la tierra, sus cambios se producen en ritmos donde una vida humana a penas es un nanosegundo en tiempos geológicos. “La brújula no cambia de un día para otro, el ritmo es lento, estos cambios pueden durar entre 4.000 y 6.000 años, son miles de generaciones humanas y son pequeños cambios, no hay un efecto inmediato”, especifica.

Sí es una oportunidad para datar yacimientos arqueológicos. Es lo que se llama Arqueomagnetismo en lo que Josep María Parés es un gran experto. Estos cambios se han producido hace 190 millones de años, hace 1,8 millones, un millón y el último gran cambio registrado se vivió hace 780.000 años. En Atapuerca hay registro en esa época, también en otros puntos de la península y de todo el mundo. “El cambio de polaridad nos sirve para referenciar el tiempo de un yacimiento, pero hay registro, hay fósiles, hay vegetación, la vida no se para en esos momentos”, añade.

4.- La tierra, un planeta vivo

Para Parés el desarrollo de un campo magnético, además de permitir la vida en la superficie al frenar la acción de los rayos ultravioletas del sol, también son el mejor ejemplo de que “la tierra está en constante movimiento y que es un planeta vivo, no es un planeta inerte como otros muchos en los que ni hay movimiento ni campo magnético”. Todo el mundo apocalíptico de seres humanos que no salían de sus cuevas, de un momento en el que los satélites se pararán, la electricidad no será posible y volveremos a la edad de piedra y a recluirnos en casa porque en la calle nos achicharrarían los rayos del sol “no es más que ciencia ficción”.

El estudio deja, para Parés, otra reflexión y es “lo poco que conocemos el interior de nuestro propio planeta”. Una tierra en constante movimiento, sobre sí misma para marcar los días, alrededor del sol para marcar el año y que, en su interior, a 5. 100 kilómetros, alberga otro mini planeta que se mueve a su propio ritmo. El núcleo que ha levantado las teorías apocalípticas en medio mundo al plantear que las ondas sísmicas registradas hablan de un movimiento ralentizado desde 2009.

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