El Correo de Burgos

CRIAR CON CIENCIA, AMOR Y HUMOR

«Entender que las rabietas son parte del desarrollo nos ayudará a gestionarlas»

Las expertas Arantxa Arroyo y Cristina López abordan en el séptimo capítulo de ‘Criar con ciencia, amor y humor’ por qué se producen las rabietas, qué tipos hay y cómo gestionarlas desde la empatía y la comprensión

Una madre sostiene a su hija en brazos. ECB

Una madre sostiene a su hija en brazos. ECB

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Las rabietas son una de las situaciones más complicadas de gestionar para madres y padres. La inmensa mayoría de los niños tiene rabietas a lo largo de su infancia. No son niños mimados, ni maleducados, ni nos están retando. Simplemente son niños transitando por una etapa más de  su crecimiento y de su desarrollo cerebral y emocional. Conocer que se trata de un proceso fisiológico permitirá a los adultos (padres y y no padres) ser más comprensivos y sobre todo de más ayuda para los pequeños de la casa en esos momentos.

Con estos mimbres, Arantxa Arroyo, maestra certificada en Disciplina Positiva y guía Montessori, y Cristina López, licenciada en Física, experta en innovación y autora del blog ‘3 con las maletas a cuestas’, abordan en este séptimo capítulo de ‘Criar con ciencia, amor y humor’ las herramientas para acompañar una rabieta desde el respeto y la comprensión.

«Las rabietas son una reacción fisiológica del cuerpo para responder a un hecho que sucede en el entorno y que surge para ponerse a salvo», explica Arroyo. «Una rabieta involucra dos partes del cerebro la amígdala, que es la parte responsable de procesar emociones como la ira o el miedo, y el hipotálamo, que controla acciones del cuerpo como puede ser la temperatura o el ritmo cardíaco», añade López.

En este punto, la físico compara las rabietas con un incendio. «Tenemos que pensar que la amígdala es el detector de humo del cerebro y el hipotálamo quien decide si echar gasolina o agua en el fuego.  En estos casos está claro que lo que hace es echar gasolina» porque «echar agua requiere pasar por la toma de decisión, una capacidad que todavía no tienen adquirida».

En el caso de los adultos (al menos en la mayoría), la corteza prefrontal se pone en marcha cuando alguien siente miedo o rabia, y «controla el sentimiento para ocuparse de gestionar la situación». Sin embargo, la corteza prefrontal no está desarrollada en los niños por lo que «tratar de razonar con ellos en una situación de rabieta es inservible ya que estamos intentando que usen una parte de ellos que se está formando».

Para hablar de rabietas es necesario hablar de emociones. «No hay emociones malas o buenas, unas son más agradables que otras, pero es necesario vivirlas todas el tiempo justo y traen aprendizajes», explica la maestra.

Arantxa ejemplifica con la envidia. «Siempre hemos pensado que es una emoción mala pero tiene un mensaje oculto que nos invita a movernos hacia lo que queremos o anhelamos y hacerlo sin dañar a nadie por el camino y tras reflexionar sobre lo que tenemos».

Los padres y madres «tratamos de tapar esas emociones menos agradables, por norma general desde la protección» porque «no queremos que nuestros hijos sufran». Y es que «a nivel cultural siempre se ha pensado que emociones como la tristeza o la rabia son una pérdida de tiempo porque no producen», añade Arroyo.

Conociendo estas cuestiones, la maestra es clara al asegurar que en ningún caso se puede hablar de evitar rabietas. «Encontramos cientos de noticias en medios que quieren dar herramientas para evitar rabietas y las rabietas no deben evitarse, deben acompañarse», explica. Las rabietas «forman parte del desarrollo de un niño sano» y «lo raro o lo extraño es que no las tengan».

«Los niños deben transitar esa fase», añade Cristina. «Si no expresan sus emociones no las están viviendo y sin duda eso supone un mal desarrollo psicoemocional que podría acarrear consecuencias negativas en la adultez».

En este sentido, la especialista en disciplina positiva recuerda que «la única manera de que un niño evite una rabieta es que su cerebro le tenga tanto miedo a la reacción del adulto por expresar lo que siente que se inhibe». «Inhibe su sistema nervioso porque tiene miedo», lamenta.

Si bien la etapa de rabietas se ubica entre los 2 y los 3 años y medio, «la realidad es que pueden empezar antes y alargarse hasta un poco más allá de los cuatro años», recuerda la maestra.

Los tipos

No todas las rabietas tienen el mismo origen. Las expertas las clasifican en tres tipos. Las primeras son aquellas que van a ocurrir porque los niños no tiene satisfechas sus necesidades básicas, es decir, «tiene hambre, sueño, se han hecho pis o caca o simplemente necesitan contacto físico». Son rabietas que «dentro de lo que cabe podrían no producirse si esas necesidades están cubiertas».

Otro tipo de rabietas son las que tienen que ver con la autonomía de los niños y «podrían no producirse mediante la anticipación», añade Arantxa. La maestra pone como ejemplo cuando entramos a un supermercado y el niño se quiere llevar alguna cosa. «Podemos anticiparnos y evitar pasar por el pasillo que se sabemos que nos traerá  esa situación, pero también podemos pasar y usar la situación como aprendizaje, explicando a nuestro hijo cómo los supermercados colocan los productos de forma estratégica».

Y es que «dar oportunidades de decisión a los niños es fundamental». Llegado el momento «debemos entender que los niños pueden tener autonomía, que  son personas que tienen su opiniones aunque sean pequeños».

Por último están las rabietas que «nos vamos a comer sí  o sí  y por los motivos más variables». «No hay un patrón de repetición y el origen es que una estructura mental que está en la cabeza del niño  de una forma, la encuentra de otra manera y eso le supone un conflicto y tiene una respuesta desmesurada».

La gestión

A la hora de acompañar una rabieta, las expertas señalan que «su calma dependerá de la nuestra porque somos un espejo para ellos» y es que «nuestra reacción en un situación de desborde es fundamental», relata Arroyo. Además, nuestros gestos son muy importantes. «Nuestro cuerpo nos interpreta y ante un rabieta recomendamos tratar de sonreís aunque sea difícil, respirar, balancearnos para buscar la calma, estar en movimiento», añade López.

Por otra parte, recomiendan «relativizar el tiempo» porque «aunque parece una eternidad las mayoría de las rabietas duran unos minutos» y «ponerle humor a la situación porque desde el humor se pueden solventar muchas situación», asegura.  

«Agacharnos a su altura, estar presentes, validar sus emociones y  hacerles ver que comprendemos cómo se sienten en ese momento», son otras de las claves que apunta Arroyo. «Algunos niños querrán que les abracemos, que tengamos contacto físico con ellos y otros lo contrario. Solo tenemos que escucharles. La cercanía y estar presentes no tiene que significar agarrarles, abrazarles o tener contacto», asevera.

Ante un mirada juzgadora en la calle, la maestra recomienda «centrarnos en lo importantes: entender que la crianza con amor, humor y respeto no se centra en cómo la sociedad espera que actúe si no cómo reacciono yo a las acciones de mi hijo» y es que «gran parte de la sociedad valora a un niño bueno como un niño sumiso y la sumisión tiene consecuencias en todas las etapas».

López habla desde la parte que observa. «Si vemos por la calle una rabieta, entender que es algo biológico es lo primero y si queremos ayudar podemos ofrecer nuestro apoyo a esos padres con una simple mirada de comprensión». A los padres «les diría que hagan oídos sordos porque están gestionando un momento clave de la persona a la que más quieren».

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