RITOS, MITOS Y LEYENDAS
La pastora de Fresneda de la Sierra. Una piedra milenaria
Una antiquísima piedra con una enigmática figura labrada encierra varias leyendas, todas relacionadas con el pastoreo, el lobo como representación del mal y una pastorcilla, el ejemplo del bien
La Historia está escrita en piedra en la provincia de Burgos. La que se aprende en los libros de texto y de divulgación y la que se cuenta en los pueblos al amor del fuego del hogar, en las noches de tormenta, en susurros y al oído entre los niños.
Desde el primer antepasado que dejó la huella de su mano en la pared de una caverna y un trazo parecido a un antílope que había servido de alimento al clan o el dolmen de «La Cabaña» en Sargentes de la Lora a las construcciones arquitectónicas que maravillan al mundo, como la Catedral de Burgos, el monasterio de Santo Domingo de Silos, el sepulcro de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal en la Cartuja. La piedra guarda memoria de los dioses y de los hombres, de los pecados y pecadores, igual que de los hombres y mujeres de santidad probada.
En muchas iglesias, el lienzo mayor del arte en piedra, se representan pecados contra los que se pretende advertir a los fieles. Capiteles con imágenes explícitas que son un catecismo en piedra. Pero muchos siglos antes, los romanos ya levantaban sus altares a sus dioses con la piedra de las canteras burgalesas. Recientemente hablamos de las matres, divinidades de origen céltico que siguieron rondando por los hogares romanos en Clunia.
Hoy nos fijamos en una leyenda muy antigua, de aquellos tiempos antes de los romanos en los que la piedra se labraba con mensajes eternos.
Como la culpa.
En Fresneda de la Sierra, se custodia desde, al menos, el siglo III una estela pétrea en la que aparece una misteriosa figura antropomórfica. Una pastora dice la tradición. Esta gran piedra de más de un metro y treinta centímetros de alta, que ahora puede verse en una de las plazas del pueblo, apareció en medio del monte hace muchos siglos. Los habitantes de la comunidad de aquel entonces, a buen seguro mucho menos que un pueblo, siempre creyeron que aquella misteriosa figura fue milagrosamente tallada en una piedra del monte por un rayo que cayó del cielo.
En las culturas célticas de aquella época prerromana una piedra enhiesta era poco menos que sagrada
Los pastores reverenciaban la piedra desde tiempo inmemorial
En las culturas célticas de aquella época prerromana una piedra enhiesta era poco menos que sagrada y más si, como se creía, aquella recordaba que siempre hay que temer al lobo, que siempre hay que alejar a los niños del mal, que la familia debe permanecer unida y que siempre hay temibles colmillos que acechan en la oscuridad.
La piedra parece ser anterior a la leyenda o se solapan dos mitos en un mismo objeto ritual. Por un lado, los pueblos célticos que habitaron aquellos parajes de Fresneda mantuvieron la creencia de que aquella piedra de forma fálica, enraizada en un prado, favorecía al ganado. Incluso la hierba era más verde y fresca a sus pies que en otros prados. Los duendes, dioses y demás espíritus protectores abundaban en esa cultura tan entregada al pastoreo y al monte. Así que los pastores reverenciaban la piedra desde tiempo inmemorial, por pura y simple superstición. También en la época romana e, incluso con la llegada del cristianismo.
Pero aquí surge otra parte o versión de la leyenda que mezcla unas creencias con otras y cuenta que érase una vez una pastorcilla que subía desde Fresneda al monte a apacentar al rebaño de ovejas de su padrastro. Eran tiempos de feroces lobos que acechaban en los montes a cualquier presa, de animales indómitos que no temían al hombre y que, bien al contrario, parecían obrar con despiadada eficacia en obras de justicia, venganza o escarmiento.
Y aquí juega su papel la pastorcilla, pobre niña que en cierta ocasión, un día de Nochebuena, recogió pronto al rebaño para ir corriendo a ayudar a su madre a preparar la poca cena que aquellas gentes iban a compatir para celebrar la venida del Niño Jesús. Cuando ya iban a empezar a cantar los villancicos, el temible padrastro llegó del corral con la noticia de que faltaba en el rebaño el último cordero nacido. Un lechacillo blanco e inocente que iba a ser la fortuna de la familia. Montó en cólera y obligó a la joven pastorcilla a volver al monte en busca del cordero.
La joven tuvo que obedecer y subió al monte, aterrada por la oscuridad que la rodeaba y los avisos del lobo que había escuchado en el pueblo en los días anteriores. A cada paso que daba ladera arriba, el miedo trepaba un escalón. Se figuraba ver destellantes ojos fijos en sus pasos desde la espesura del bosque, esperando a que se alejara lo suficiente para que nadie oyera sus gritos. Y gritó. Claro que gritó. Nada más ver los restos del inocente cordero blanco ensangrentados, desechos con la fuerza de las fauces del lobo.
Nada más se oyó aquella noche. Al día siguiente, unos pastores se la encontraron muerta en aquel funesto prado y dice la leyenda que fueron ellos los que esculpieron en la piedra centenaria la imagende la pastorcilla para recordar los peligros del lobo, la vileza del padrastro y la abnegación de la joven pastorcilla. Al fin y al cabo, no hay como representar al mal para ahuyentarlo.