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«El alcoholismo tiene tres destinos: el cementerio, la cárcel o el psiquiátrico»

Alcohólicos Anónimos cumple 88 años y 40 en Burgos ayudando a miles de personas a mantenerse sobrios. Este periódico ha compartido con una decena de hombres y mujeres una de las reuniones que la entidad celebra cada dos días para conocer su funcionamiento y la historia de todos ellos. En el espacio han encontrado «apoyo y comprensión» compartiendo su experiencia con el alcohol pero también sus sueños y metas

Miembros de la asociación en una de las reuniones.©Tomas Alonso

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Burgos

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Entrar en una de las reuniones del Grupo Libertad de la asociación Alcohólicos Anónimos es hacerlo en un espacio de confianza y de apoyo mutuo. Desde hace cuarenta años, cada martes, jueves y sábado, un grupo de hombres y mujeres abordan sus miedos, preocupaciones y dudas y encuentran en estas citas de dos horas a iguales con los que comparten un objetivo común: la sobriedad.

Entrar en las instalaciones que la entidad mantiene en la calle Severo Ochoa, 53 es hacerlo en la promesa de que una vida mejor es posible y que el alcohol es un vil enemigo que lo destroza todo. «El alcoholismo es una enfermedad incurable, progresiva y con un desenlace fatal». Así lo asegura Francisco (nombre ficticio), coordinador del grupo, que en unas semanas cumplirá dos años sobrio.

Las dependencias de esta asociación, que a nivel mundial cumple 88 años, cuentan con un sala para las reuniones y un gran espacio donde charlar y tomar un café en el descanso del encuentro. Precisamente el pasado martes 30 de mayo el grupo celebraba una reunión abierta para que quienes quieran conocer el trabajo que hacen pudieran verlo en primera persona y a la que acudía este periódico.

«Somos anónimos pero no somos secretos», recuerda el coordinador. Por eso «hacemos reuniones abiertas periódicamente, para que la gente venga a conocernos». Francisco se sienta en medio. Él se encarga de dirigir la reunión a la que en esta ocasión han acudido ocho hombres y dos mujeres. «Antes de la pandemia teníamos reuniones de hasta veinte personas, con la covid-19 nos quedamos muchas veces en tres o cuatro personas y ahora estamos recuperando las asistencia», señala.

El único requisito para ser miembro de Alcohólicos Anónimos es el deseo de querer dejar la bebida. «Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol y que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables», afirma el coordinador. «No hay derrota que se asemeje a esta y cada día recordamos que la sobriedad será muy frágil».

Las reuniones de Alcohólicos Anónimos arrancan con la puesta en común de un tema. En esta ocasión la dificultad que supone «deshacerse de la adicción con los propios medios» y «la naturaleza fatal del alcohol». Y es que la historia de cada una de las personas que acude a la entidad tiene un denominador común: que el alcohol está destrozando su vida.

Instante de la reunión abierta.©Tomas Alonso

Durante la reunión no hay interrupciones. Cuando uno habla, el resto escucha. El tiempo es limitado y Francisco se encarga de avisar con un cartelito que hay que apurar la intervención para que hablen los demás. Antes de cada turno cada uno de ellos dice su nombre y la frase: ‘Y soy alcohólico’. «Los hacemos para que no se nos olvide lo que somos y por qué estamos aquí», así lo explica Román (nombre ficticio). «Toda la vida vamos a tener que luchar contra esta enfermedad y es importante que no olvidemos por qué estamos aquí».

Román asegura que él era el «típico borrachín de bar. No tenía unas borracheras escandalosas pero mi consumo cada vez iba a más». Señala que su sufrimiento empezó cuando «dije que no quería beber más» porque «me di cuenta de que no podía parar». A partir de ahí comenzó un camino duro. «Hay que admitir, aceptar y asimilar lo que somos».

Asevera que en este proceso no se trata de «resignarse» si no de «asimilar que soy alcohólico desde las entrañas y que hay un problema al que es fundamental ponerle solución». Una solución que debe partir de las ganas de cambiar de cada uno. Todos coinciden en ello. «Las ganas de dejar la bebida deben salir de uno mismo. La familia o los amigos pueden animarte o intentar ayudarte pero si tú no estás concienciado jamás cambiarás nada», añade y recuerda que para familia y amigos de alcohólicos hay «un grupo de apoyo en Aranda de Duero, Al-Anon».

Román tuvo suerte. Él no perdió a su familia ni su trabajo. Y es que si algo tiene el alcoholismo es que «arrasa con todo». Incluso hasta con la cordura. El propio Francisco explica que pasó «una semana en la Unidad de Psiquiatría» y que la recuperación fue «lenta y muy progresiva».

Detalle de la mesa de la reunión.©Tomas Alonso

Asegura el coordinador del grupo que el alcoholismo es además «una enfermedad contagiosa» porque «afecta a toda la familia» y «cuando uno empieza a mejorar, todo y todos a tu alrededor también lo hacen». Eso mismo asegura Julián (nombre fictio): «yo bebía las copas pero mi mujer se volvía ‘loca’ al ver que no podía hacer nada por mí».

Julián empezó a beber a los 14 años. «Tomaba sidras en el bar y el efecto que me producían ya me gustaba». Después «empecé a beber de jueves a domingo». Su mujer «sabía que algo no iba bien» y Julián decidió acudir voluntariamente a un centro Reto. «Éramos unas quinientas personas, entre ellas gente con otras adicciones y con sida», recuerda.

Julián decidió abandonar el lugar. «La gente me preguntaba que qué me faltaba si lo tenía todo: una mujer que me quería, un hijo...pero yo era incapaz de dejar de beber». Y llegó a Alcohólicos Anónimos. «Aquí encontré la ilusión de volver y aunque sabes que es una enfermedad y que no debes sentirte culpable por ello, es inevitable». Asegura este hombre de sonrisa afable que «dejar de beber es fácil». Que lo complicado «es mantenerse».

"Las ganas de dejar la bebida deben salir de uno mismo"

Y es que volver a beber puede ser «cuestión de un segundo». Para evitarlo cada uno de ellos tiene en su teléfono el móvil de un compañero o de un ‘padrino’ para llamar en caso de que las ganas de beber lleguen. «Hablar con alguien de confianza que comprende por lo que estás pasando en muchos casos evita que tengan una recaída, que tomes esa primera copa que lo desencadenará todo».

El que habla es Mateo (nombre ficticio). «El apoyo mutuo y ver que no eres el único en el mundo al que le pasa esto es fundamental». Mateo habla pausado, con las manos cruzadas y la mirada serena. Sabe que «este es el camino». Y lo hace sabiendo que el alcohol causa en él «furia, desenfreno, líos...».

Afirma que «conocer a gente que lleva años sin beber y que te ofrece su consejo y su apoyo es impagable». En la asociación ha aprendido a «ser honesto conmigo mismo y a mirarme dentro, sabiendo que soy alcohólico y que lo seré siempre». «He ganado en tranquilidad y mi cabeza está más despejada que nunca», señala.

Frase que se puede leer en la sala.©Tomas Alonso

Y es que las reuniones de Alcohólicos Anónimos son para estas personas su toma a tierra. Joaquín (nombre ficticio) empezó a beber en el servicio militar. «Allí arrancó todo y fue allí donde me enganché». Tras acabar la ‘mili’ y regresar a su localidad, Joaquín se casó y montó un pub musical. «Tenía la bebida que quería a mi alcance».

Recuerda que su adición al alcohol duró diez años. «Desde los 21 hasta los 31» y llegar a Alcohólicos Anónimos puso «las cosas en su sitio». «Salí de allí convencido de que no quería seguir bebiendo», afirma. Pero cuando Joaquín no iba a la reuniones el alcohol volvía a su vida. «Muchas veces no recordaba nada de la noche anterior o de cómo había llegado a casa. Una vez me desperté en León sin saber como había acabado allí».

"El apoyo mutuo y ver que no eres el único en el mundo al que le pasa esto es fundamental"

Durante la reunión, el coordinador recuerda que la asociación, creada en la localidad estadounidense de Akron por un doctor y un corredor de bolsa, se rige sobre doce pasos y doce tradiciones. En cada reunión se pone en práctica la séptima tradición: ‘Todo grupo de Alcohólicos Anónimos debe mantenerse a sí mismo, negándose a recibir contribuciones de fuera’.

Para ello, en un momento dado de la cita se pasa una bolsa en la que cada persona mete el dinero que considera y saca la mano abierta. «Si solo puedes echar diez céntimos, perfecto y si no puedes nada, no hay problema», explica el coordinador quien hace hincapié en que la entidad «no concurre a subvenciones porque queremos tener la libertad de gestionarnos como queramos, sin rendir cuentas a nadie».

Folletos informativos de el asociación.©Tomas Alonso

Con la recaudación «sufragamos los gastos de alquiler, luz y calefacción y teléfonos y cuando están cubiertos los gastos de tres meses, el resto se remite al Área 20 que es el correspondiente a Castilla y Léon».

Tocar fondo

Los integrantes de este grupo tienen claro que «es necesario tocar fondo para que la cabeza te haga el ‘clic’ necesario para querer dejar de beber». Un fondo que para unos «está en un punto y para otros en otro, pero al que hay que llegar». Así lo explica Tomás (nombre ficticio). Viene de su localidad natal al grupo de Burgos. «Al principio lo hacía porque prefería que nadie de mi localidad lo supiera».

La de Tomás es una historia de idas y venidas, de entradas y salidas en Alcohólicos Anónimos y de muchas recaídas. «En cuanto me encontraba bien físicamente dejaba de venir y al poco tiempo recaía», recuerda. Cada vez «las borracheras eran más grandes y más fuertes. Además consumía otras sustancias y tuve problemas en casa y con la Justicia y todo porque yo quería aprender a beber como los demás y no era consciente de que estaba enfermo».

En un momento dado, Tomás supo que su alcoholismo solo tenía tres destinos: «el cementerio, la cárcel o el psiquiátrico» y volvió al grupo porque «sentía que o paraba o me destrozaba la vida».

Merche (nombre ficticio) también lo sintió así. Ella es una del 30% de mujeres que acuden a la entidad a nivel nacional. Y es que dos de cada tres alcohólicos que acuden a la asociación son hombres. En las reuniones Merche recuperó «el amor propio» que el alcohol le había robado durante años. Empezó a beber con dieciocho y el alcohol la metió en una espiral de descontrol y sexo que acabó por romperla en muchas ocasiones. «Me iba con cualquier hombre que me pagara la bebida», recuerda.

Cartel antiguo de la entidad.©Tomas Alonso

Merche es muy franca al hablar. Lo hace sin tapujos y asegurando que desde que acude a la asociación se siente «bien». «Tengo fe y esperanza. Ahora me quiero y sé querer a los demás». El fondo de Merche llegó cuando tras una borrachera tuvo una caída y se fracturó el coxis. «En aquel momento llegué a pensar que me pude haber quedado en una silla de ruedas por el alcohol».

También siendo un adolescente comenzó el consumo de alcohol de Quique (nombre ficticio). «Empecé a beber con quince años y fue a más». Tanto que llegó a beber conduciendo el camión con el que trabajaba y en casa, donde «tenía mi propia bodega». Asegura entre risas que en la primera reunión a la que acudió pensó que sus ahora compañeros eran «una panda de frikis», pero algo en él cambió. «Al poco tiempo como no tenía como venir, decidí acercarme andado desde el pueblo en el que vivo a la reunión». Aquello debía ser una señal. «Si me esforcé tanto en venir era porque sabía que aquí podían ayudarme».

La misma ayuda y apoyo que ha encontrado Mario (nombre ficticio). Camarero de profesión, este joven explica que «cocinando me ponía la botella al lado y bebía mucho más de lo que usaba para el guiso». Fue su mujer la que le hizo entender que «tenía un problema» y además de empezar en terapia psicológica, se acercó a la asociación.

"Desde que no bebo disfruto de todo más que cuando bebía"

«Desde el principio me sentí identificado con algunos de mis compañeros», apunta al tiempo que recuerda con tristeza como el alcohol, le generaba «nerviosismo y agresividad». Asegura que «al principio no quería reconocer que tenía un problema pero venir a las reuniones me ha abierto mucho los ojos».

La reunión acaba con el testimonio de Mario. Lo hace puntual. A las 21 horas. Es el momento de la reflexión final. «En este camino no hay varitas mágicas» y «es fundamental llevar el mensaje de que se puede salir al alcohólico que aún sufre».

«Desde que no bebo disfruto de todo más que cuando bebía. No cambio mi peor día sin beber por el mejor día bebiendo», asegura Francisco. «Cada día sin probar el alcohol es un triunfo», afirma. El grupo entrelaza sus manos como símbolo de unida y apoyo mutuo. Allí mismo se encontrarán dos días después y volverán a encontrar apoyo hayan o no bebido en esas 48 horas.