El Correo de Burgos

Burgos exprés

En poco más de media hora el recorrido monumental ofrece más de treinta referencias clave del rico patrimonio cultural local / Los usuarios valoran la parada en el mirador del Castillo

Momento estelar del recorrido, cuando el convoy se detiene en el mirador del Castillo.

Momento estelar del recorrido, cuando el convoy se detiene en el mirador del Castillo.OSCAR CORCUERA

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Un último empujón y la ruta estará coronada. Los árboles permiten ya intuir el premio. César se afana por dominar los miles de kilos que maneja con soltura. Es veterano y se nota. Comienzan a sonar exclamaciones. Compiten con el sonido del motor. Las agujas de la Catedral aparecen en el horizonte. Los viajeros preparan sus móviles. César decelera. La voz metálica de la grabación anuncia una breve parada. Las puertas se abren y las decenas de pasajeros se lanzan al mirador del Castillo. He ahí el momento estelar de la ruta que repite desde marzo -día a día, hora a hora- el tren turístico.

Unos 15 minutos antes comenzaba el viaje. La sombra de un magnolio hace las veces de oficina. Vuelan tiques y auriculares para niños y mayores. Parejas y familias se animan a inaugurar la jornada conociendo sobre ruedas los principales enclaves del centro histórico burgalés. La audioguía no da abasto, en los primeros metros se acumulan la iglesia de San Lesmes, el Palacio de Justicia, el López de Mendoza. En silencio, los viajeros mueven sus cabezas a izquierda y derecha, cual partido de tenis en movimiento. Sorprende a Daniel y Cristina, padres de las criaturas más pequeñas del trayecto, el parque infantil que respira paz a esa hora en pleno corazón de la Isla. Buena sombra, lo anotan para después. Alba, la mayor de los dos hermanos con cuatro años recién cumplidos, escucha atenta al robótico cicerone mientras el convoy gira en el paseo de los Cubos para enfilar la calle Santa Águeda. El Teatro Clunia, otrora cárcel, el Solar del Cid, el mausoleo del Empecinado…

Empieza la cuesta. Comprenden varios que solo por evitar tan empinado paseo a pie -y más en días como los recientes, con un sol de justicia- el viaje ya merece la pena. Se lo dice Antonio a Juani, su mujer, y ella asiente mientras vislumbra que tras el bosque la ciudad de Burgos está a punto de abrirse ante sus ojos. Cinco minutos bastan para captar el momento desde el balcón instalado en el cerro del Castillo. Selfis de grupo, retratos individuales y, cómo no, instantáneas de la principal atracción de toda primera visita: la Catedral. «Es lo que más les gusta», confirma César, el conductor, mientras aguarda que los viajeros vuelvan al tren sin tan siquiera tener que pedirlo. «Hay días que sí que tengo que tocar la campana», comenta divertido.

Superado el ecuador, resta la bajada con puesta a prueba de la amortiguación incluida junto al Arco de San Esteban. La culpa, del empedrado, causante de hecho de algunas de las averías que han traído de cabeza a la empresa propietaria del vehículo y por extensión al Ayuntamiento. Capitanía ofrece un bonus con demolición en directo del edificio vecino del que lógicamente la grabación no habla, tampoco menciona el futuro del mercado norte -ay, si lo supiera- al virar hacia San Lesmes, donde da buena cuenta de la vida (y milagros) del santo francés patrón local.

Más de uno se propone visitar la calle Vitoria luego, atraído por alguna firma allí presente. Se comenta que también puede degustarse cordero por la zona. Otra ‘sorpresa’: el Cid cabalga. Nuevos intentos de fotos en marcha. Adrián, el pequeño de la familia residente en Badajoz, comienza a inquietarse. Bien aguanta la más de media hora de recorrido con apenas año y medio y sonríe a quien le quiera mirar. Surca el tren el Espolón por la vera, casi a la orilla del mismo Arlanzón, antes de adentrarse bajo el Arco de Santa María para rematar el paseo con una estampa memorable: la Seo se alza luminosa en la plaza del Rey San Fernando. El guía suena más humano que al comienzo. Se despide y desea lo mejor al grupo. Fin del trayecto.

Bajan los turistas casi con el mismo silencio que han mantenido durante el viaje. Quizá enumeran mentalmente los lugares -más de 30 referencias- que han desfilado ante sus ojos, dispuestos ahora a elegir de entre el menú aquellos que degustarán con calma. Para eso, pasa saber qué ver después ya a pie, usan muchos este servicio. Antonio y Juani, matrimonio del madrileño pueblo de Villanueva del Pardillo que descubre Burgos gracias a un regalo de sus hijos, lo tienen claro. Allá donde van, lo primero es localizar el tren o el autobús turístico. «Es lo mejor. Te muestran las cosas más interesantes y te explican. Así ya te ubicas y puedes elegir», comenta él. Ella se encarga de escoger su hallazgo favorito que es, sorpresa, el mirador: «Es que las vistas son espectaculares», afirma. Se dirigen ahora a la Catedral.

Mismo plan tienen Daniel, Cristina, Alba y Adrián. Están en Burgos de paso, de vuelta de unas vacaciones en tierras francesas. No conocían la ciudad. Sí León y Logroño, explican, urbes que asimilan a la burgalesa por lo que han visto de momento. Les gusta. Ven el tren como una fórmula cómoda para conocer lugares clave, «más aún al ir con los niños», incluso esencial si, como en su caso, la visita es fugaz. No falla. ¿Qué es lo que más les ha interesado? La panorámica desde el cerro del Castillo, con retrato familiar incluido. Les ha parecido barata la experiencia (a razón de 6,50 euros por adulto y 4,50 por niño mayor de 3 años).

César, enfundado en su polo gris, vuelve a la sombra del magnolio. No le sorprenden las positivas opiniones de los pasajeros. Suelen trasladárselas a él al finalizar el trayecto. Mira el reloj, toca volver a rodar en 20 minutos. Ya hay gente comprando su billete para el próximo turno.

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