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Presentación literaria

Manuel Baruque: «La pandemia supuso un punto de inflexión para la salud mental»

El autor burgalés presenta este jueves en el Palacio de la Isla ‘El peso de la perfección’ (Atticus), una crónica sobre la enfermedad mental y los trastornos de alimentación que padeció durante su adolescencia

El autor burgalés Manuel Baruque, con un ejemplar de ‘El peso de la perfección’.ÓSCAR CORCUERA

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Burgos

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Abruma la madurez del discurso, muy natural y nada afectado, con que Manuel Baruque Marijuán (Burgos, 1998) acude a esta entrevista. Admite que su enfermedad le hizo crecer de forma diferente a sus amigos, que su adolescencia transitó por bosques y senderos distintos a la mayoría de las personas de su generación. Hubo más espinas que rosas, más tormentas que tardes de sol.

Hace unos años, no muchos, un libro como el que se presenta este jueves a partir de las 19.30 horas en el Palacio de la Isla hubiera pasado más desapercibido. Pero 'El peso de la perfección' (editorial Atticus) ha llegado en un momento social y político donde el eje sobre el que gravitan las páginas de esta obra nos apelan de una forma u otra a toda la población: la salud mental. «La pandemia fue un momento terrible para todos. Pero también supuso un punto de inflexión en el conocimiento de algunos temas, y la salud mental fue uno de ellos».

La presentación de mañana en la sede del Instituto de la Lengua, que conducirá Pilar Pérez-Canales de la Librería del Espolón, coincide con la salida de la segunda edición de El peso de la perfección, que aguarda una novedad que a Baruque le ha hecho una especial ilusión. En la contraportada aparecen unas palabras de David Ruiz, cantante y compositor de La M.O.D.A., donde subraya que «hay libros que te llegan dentro y este es uno de ellos. La historia de Manuel y su forma de contarla hace que te sientas muy cerca del narrador, casi como si te pudieras poner en su propia piel».

'El peso de la perfección' es una crónica de una enfermedad que comenzó a gestarse en 2010 hasta que el protagonista fue dado de alta en abril de 2015. «Yo me crié en el colegio Vadillos. Cuando acabé y pasé al instituto Comuneros de Castilla conocí un mundo diferente y a gente de muchos lugares de Burgos, algo que lo hace especial. En ese momento tenía sobrepeso, pero me movía mucho, hacía deporte y no le daba importancia. Pero llega un día que se te agolpan algunas circunstancias: los médicos te dicen que debes bajar de peso por salud y empiezas a escuchar algunos comentarios peyorativos sobre tu cuerpo que, aunque no me los tomé muy mal, te empiezan a crear las inseguridades típicas de la pubertad. Entonces hice un ‘clic’ y, con ayuda de nutricionistas, comencé a bajar peso de forma saludable», señala.

Manu Baruque amaba, y sigue amando, el deporte. Jugaba al tenis soñando emular a Rafael Nadal, peloteaba al baloncesto -«soy un sufridor del San Pablo»- y formaba parte del club de fútbol La Fanega, ya desaparecido. Su condición física era un factor importante para sentirse bien. También a esa edad, con trece años, comenzaron sus hormonas a rebelarse. Como es natural. «Es un tiempo en que quieres agrandar tu círculo de amistades donde, claro, entran las chicas. Y estar mejor físicamente también entra dentro de la ‘normalidad’... Creo que eso también influyó en lo que ocurrió más tarde».

La segunda madre

Un episodio que marcó la adolescencia de Manuel Baruque fue el fallecimiento de su abuela. «Era mi segunda madre... Vivía con nosotros y me ha cuidado, querido y mirado como nadie. Pensaba que era alguien que iba a estar ahí para siempre... ¡todos pensamos que los abuelos van a ser eternos!», apunta. «Creo que la enfermedad no fue a raíz de esto, algo se estaba fraguando desde antes. Pero la muerte de mi abuela me rompió todos los esquemas. Me sentí muy solo e incomprendido».

El desorden alimenticio, una gran autoexigencia en los estudios, la bomba de relojería que es el cuerpo de un adolescente cuyas instrucciones vienen siempre en chino, el golpe de perder a alguien tan querido... Todo desembocó en una depresión donde unas voces comenzaron a imponerse sobre la voluntad y la cordura de Manu. «Tu cabeza no te deja filtrar esos pensamientos tan negativos, te los crees todos y los llevas a rajatabla sin valorar la gravedad que conllevan... Además de la enfermedad mental, todo esto lleva a un deterioro físico que ha afectado a mi crecimiento, que se estancó durante un tiempo y he tardado en recuperarme», destaca.

Manuel Baruque ha volcado con valentía su experiencia vital en su primer libro.ÓSCAR CORCUERA

Tanto los padres de Manu como el propio escritor no entendieron en un principio el diagnóstico que se llevaron para casa tras una cita en la Cruz Roja en la primavera de 2014: «Su hijo tiene una anorexia nerviosa con una fuerte depresión». A partir de ahí, conocido el problema, avistado el abismo, comenzó un tortuoso pero esperanzador camino hacia la solución.

El vacío del tiempo

Desde ese momento, 'El peso de la perfección' narra los dos ingresos -uno de diez días, otro de tres meses y medio- de Baruque en la URTA (Unidad Regional de Trastornos Alimenticios) del Hospital Universitario de Burgos: la incredibilidad de estar allí, la íntima convivencia con desconocidos que están mucho más cerca de ti de lo que piensas y el paso del tiempo que se estira como una goma -horas lentísimas, semanas muy rápidas- hasta caer en el vacío de perder la consciencia como un reloj estropeado.

Las visitas de su familia, cortas pero intensas, la compañía de su pequeño transistor y el poder redentor de la lectura fueron algunas de las tablas de salvación a las que el escritor burgalés se subió durante aquella fuerte marejada con áreas de mar gruesa y muy gruesa, que dicen los profesionales de la meteorología. «Un día, por recomendación de los médicos, comencé a tomar notas sobre mi experiencia en el hospital. Escribí un cuaderno verde de tapa dura, de esos que utilizaba para Conocimiento del Medio... Lo guardo como un tesoro», señala. Aquellos apuntes apresurados, sin filtro ni temor alguno, fueron el germen del libro que Baruque mañana presenta y que ha pergeñado en el último año con una prosa fresca, cercana y llena de sensatez.

Otros protagonistas

Además de sus padres, hay dos personajes muy importantes en esta historia. Uno es Eduardo, el hermano mayor de Manu. Aunque sea un secundario guadianesco a lo largo del libro, el autor siempre lo tiene muy presente. «Es la persona que más admiro y siempre he querido parecerme a él. Pero admito que sufrí cierta presión en mi entorno al compararme tanto con él, un estudiante brillante, gran deportista... ¡Pero también tiene ventajas ser el pequeño!», indica entre risas. El otro gran personaje es la psicóloga del hospital, que Baruque esconde en el libro tras el nombre de Estela. Tiene palabras generosas para todo el personal del HUBU y de la URTA, pero con Estela «hablaba de todo, cosas que no contaba a nadie. Fue mi guardiana y parte de mi salvación», confiesa.

Manu salió del hospital el 28 de abril de 2015, «un día inolvidable, feliz pero también extraño». Volvió al instituto y, gracias a su empeño y el apoyo del profesorado, no perdió el curso y acabó el Bachillerato con normalidad. «A pesar de haberme perdido tantas cosas, volví con otra mirada, más ‘hecho’. Sé que no viví una adolescencia normal, pero experimenté cosas que mucha gente tampoco vivirá y de las que yo he sacado lecciones para siempre», asevera.

«Un problema de salud mental que acabe derivando en un trastorno alimenticio le puede pasar a cualquiera, tanto en edad, género o condición. Sí es verdad que hay más casos en mujeres y especialmente jóvenes, pero mi caso como hombre no es único. Tenemos que vigilar las señales», concluye Manu, con sus hermosos 25 años y un luminoso futuro por delante.