El terremoto de Marruecos en primera persona. Una familia burgalesa cuenta la experiencia vivida en el seísmo
Raquel, Pepe y tres de sus hijos fueron sorprendidos por el seísmo ocurrido en el país vecino durante sus vacaciones. La familia asegura que un suceso como este te hace «valorar la vida más que nunca». Aún asimilando lo vivido recuerdan «la calma tensa que siguió al terremoto»
Raquel López y su familia ya están en casa. El martes por la noche llegaban a Burgos después de vivir una de las experiencias más extremas de su vida, el terremoto que el pasado fin de semana sacudía Marruecos y ocasionaba miles de fallecidos y desaparecidos. La visita de esta familia burgalesa al país vecino no era otra que disfrutar de unas bonitas vacaciones conociendo «un país con una cultura distinta y mucho que ofrecer», apunta Raquel.
La estancia incluía ocho días conociendo parte del país: Marrakech, el Valle de las Rosas, Valle del Dades, el Sáhara y el Valle de Ouarzazate, punto en el que les sorprendería el seísmo. «Ha sido un viaje muy bonito y con grandes experiencias para nosotros y para nuestros hijos». «Fue muy interesante», añade Luna, hija de Raquel.
El terremoto sorprendió a la familia en su alojamiento en Ouarzazate. «Casualmente estábamos todos juntos en una habitación aunque teníamos dos reservadas». El fuerte movimiento despertó a Raquel. «El edificio se movía de lado a lado y nosotros nos agarramos los cinco debajo de un dintel de una puerta y nos quedamos ahí el tiempo que duró».
La burgalesa asegura que no le dio tiempo a pensar en nada. «Yo solo miraba a Pepe, mi pareja, y le decía que era un terremoto». Recuerda con viveza el sonido del seísmo. «Era como escuchar unos truenos bestiales», relata. «Todo se movía mucho y cuando bajo la intensidad un trabajador del alojamiento nos animó a bajar y salir del edificio hacia la zona de piscina», apunta Mara, hija de Raquel, quien explica que, ya fuera del hotel «tuve un ataque de ansiedad». Su hermana Luna, sin embargo, se quedó «en blanco» y «con el miedo en el cuerpo de que aquello volviera a ocurrir», explica. Raquel recuerda que «cuando todo había pasado imperaba el nerviosismo». «Cada uno reacciona de forma diferente a un suceso como este», añade.
Por su parte Pepe asegura que «solo podía pensar en proteger a mi familia» y que cuando todo pasó «nuestro papel como padres era consolarles y explicarse lo afortunados que habíamos sido porque aunque no conocíamos la magnitud del terremoto sabíamos que había dejado consecuencias muy graves».
La burgalesa señala que tras los momentos más impactantes se acordó de su hijo mayor, que no había ido con ellos al viaje. «Pensaba que se podía haber quedado solo y en ese momento te das cuenta de la suerte que tuvimos y de la fragilidad de la vida».
Hablar con la familia en España y comunicar que estaban bien era el siguiente paso. «No sabíamos si era conveniente hacerlo a esas horas o si en España ya os habíais enterado del suceso», apunta Raquel. «Fueron momentos de incertidumbre, especialmente por posibles réplicas».
La dirección del hotel decidió en aquel momento que «lo mejor era que no saliéramos del espacio de piscina en el que estábamos porque había que atravesar el edificio y podía ser peligroso». Raquel destaca que «todos los trabajadores estuvieron muy pendientes de los huéspedes en todo momento a la vez que estaban pendientes de conocer el estado de sus familiares a través de los teléfonos». En ese momento y aunque «la prioridad eran mis hijos», Raquel se ofreció como sanitaria al director del hotel por si «podía ser de utilidad».
El vuelo de vuelta a España de esta familia burgalesa estaba previsto para dos días después. «Decidimos esperar a ese día y alargar nuestra estancia en el alojamiento en el que estábamos porque tenía un gran jardín y tumbonas para dormir al raso», pero «sobre todo pensamos que lo mejor era evitar el aeropuerto esas primeras horas porque nos llegaban noticias de que había mucha gente intentando salir del país y estaba colapsado».
Los días posteriores al terremoto fueron «especialmente malos para nuestros hijos». «Pensábamos en cada momento que el terremoto se podía repetir», recuerda Luna. «A cualquier sitio que ibas tenías todo el rato en la cabeza la forma de evacuar si había réplicas y cómo tranquilizar a los niños. Una calma tensa como se suele decir», añade Raquel.
Si hubo una persona clave en este viaje fue Hakim, el guía de la familia. «Fue un acompañante excepcional, nos ayudó en todo lo que pudo y más». Una vez la familia regresó a Marrakech «nos echamos a la calle porque era donde nos sentíamos más seguros». De hecho, Raquel recuerda que «tan solo dos días después del terremoto la Medina volvía a estar viva y había puestos reabiertos».
Precisamente en las conversaciones que la familia pudo mantener con algunos marroquíes para saber si podían ayudar de alguna manera «siempre nos decían que no dejásemos de ir a Marruecos porque gran parte de la población vive del turismo».
Para no olvidar
Sin duda esta familia no olvidará nunca su paso por Marruecos. Luna es clara: «Te das cuenta de que un día estás y al siguiente no». «Hemos comprendido que es clave vivir la vida y apreciar lo que tenemos», añade Mara. «La vida puede acabar en unos segundos», afirma Raquel al tiempo que recuerda que «allí conocimos a personas que habían perdido a una veintena de familiares».
La vuelta a casa fue también algo que esta familia no olvidará. «Familia y amigos nos pusieron carteles de bienvenida en casa. Fue una auténtica sorpresa y nos sentimos muy arropados», asegura Raquel, que ahora y junto a su familia deberá gestionar «poco a poco» una de las experiencias más impactantes de su vida.