Con la mirada de un niño
El Obispillo ha bendecido a los presentes en la Plaza Mayor tras pedir a la alcaldesa mejoras en los parques y reclamar a los adultos que eviten que haya niños que mueran de hambre y otras desgracias
La dulce mirada de Diego era ayer, más que nunca, la de un niño, la de todos los inocentes a los que este pueri cantor de doce años encarnaba en su día y vestido de autoridad para la ocasión. La dulce mirada de Diego, el Obispillo de 2023, no perdía detalle de lo que ocurría a su alrededor, que era mucho y muy importante, y cada tanto se detenía en la de su orgullosa madre, María, que lo seguía de cerca. Y sus ojos sonreían aún más.
Recorrió el centro sobre el poni Sarabi. Lo condujo desde la calle Nuño Rasura a la Plaza Mayor, tras el encuentro de tú a tú con el arzobispo de Burgos, Mario Iceta, que incluso repartió bombones al término de una cita en la que no faltaron las menciones a las guerras en Ucrania y Palestina.
No le amilanaron ni los inesperados amagos de brincar del animal, que también se estrenaba en su papel. Confesaba después el joven protagonista que un poco nervioso sí se había puesto en ese momento, al cruzar el Arco de Santa María, pero los dos días de entrenamiento previos sirvieron para encauzar un paseo que, como cada año, causaba sensación. La comitiva se multiplicaba a cada metro del Espolón y una nube de móviles certificaban que aquella estampa, la de un niño con rostro angelical, mitra, báculo y anillo, a lomos de un caballo blanco, bien valía grabarse para el recuerdo.
Ajenos a las pantallas, los más pequeños de entre el público preferían batallar por los caramelos que el resto de los Pueri Cantores -agrupación que organiza este arraigado evento local- lanzaban a puñados por el camino.
Tres espontáneos ‘vivas’ marcaron la ruta. De extremo a extremo del Espolón, los dos primeros. El último, a los pies mismos del Ayuntamiento, donde aguardaba la alcaldesa, Cristina Ayala, que hasta ayudó al joven alumno de primero de ESO en el instituto Comuneros de Castilla a colocarse las vestiduras tras saltar de su corcel.
Las dos autoridades procedían entonces a subir al Salón de Plenos. Con ellos, varios concejales, un diputado nacional y familiares de los integrantes de la escolanía que, colocados en sus puestos y a las órdenes de Amador Pérez, entonaron el 'Adeste Fideles'.
Con el aplomo que otorgan los debidos ensayos, Diego trasladó a la regidora la firme y sencilla petición de mejorar los parques de la ciudad «para que los niños sean felices». Al vuelo agarraba Ayala la solicitud y se comprometía a cumplir.
Tocaba después dirigirse a los burgaleses devotos de la cita o paseantes casuales. Con idéntica soltura aprovechó el Obispillo el micrófono para exigir a los adultos (inspirado en el capítulo 18 del evangelio de San Mateo) que se vuelvan un poco niños y, con esa mirada y desde esa inocencia, eviten que, «todavía hoy, haya pequeños que mueran de hambre, enfermedades y desgracias».
Ponían el broche las voces de sus compañeros, a los que en futuras ediciones, según prometió la primera edil, además de escuchar, podrán ver en el balcón los reunidos en la Plaza Mayor.