Así es la hospedería de San Pedro de Cardeña
Como el burgalés, decenas de monasterios y conventos de Castilla y León abren sus puertas a quienes buscan desconectar.
Las hospederías monásticas como la de San Pedro de Cardeña ofrecen una experiencia espiritual de calma cada vez más demandada. La vida sencilla y el silencio son los grandes alicientes de estos alojamientos. Además de poder asomarse 'de cerca' a la rutina de los monjes.
Bien de Interés Cultural
Diez kilómetros separan el monasterio de San Pedro de Cardeña de la capital burgalesa. Ubicada en el término municipal de Castrillo del Val, esta abadía trapense está considerado Bien de Interés Cultural y fue declarada monumento histórico-artístico perteneciente al Tesoro Artístico Nacional mediante decreto de 3 de junio de 1931. Un aliciente más para los que buscan un espacio para desconectar.
Vocación de atención al pobre y al peregrino
Enclave con solera, cenobio trapense con siglos de historia, lugar cidiano por excelencia, paso de peregrinos y tesoro artístico, el burgalés es uno de los cientos de monasterios que en la región con hospedería. Cumplen así los monjes la vocación de atención a los pobres y peregrinos de la orden impulsada por San Benito de Nursia.
Sentirse como en casa
El objetivo es ser un hogar para el huésped, quien asume las tareas de limpieza de su habitación. Los alojados comparten el comedor y disfrutan del mismo menú que los monjes, aunque en distintas estancias. Deben servirse ellos mismos y después, claro, fregar los platos. Para algunos esta es la verdadera experiencia 'religiosa'.
Servicio casi altruista
El donativo incluye desayuno, comida y cena. En verano -con más demanda y sin necesidad de calefacción- pueden llegar a cubrir gastos. En invierno, de ninguna manera. De ahí la vocación como motor.
Un perfil diverso: religiosos y buscadores de calma
Nunca faltan huéspedes con motivaciones religiosas, lleguen en solitario o en grupo. El perfil, sin embargo, es diverso. Cada vez más personas recalan en San Pedro de Cardeña con la quietud y el silencio como objetivos.
Experiencia completa.
Pasear por las instalaciones reservadas a los huéspedes es en si mismo una experiencia. El silencio reina y la mirada se escapa a sus bellos rincones. El claustro, que se puede contemplar desde la ventana ubicada frente a la capilla, es una de las vistas que más atrae.
Rezos que "amansan"
En invierno, los monjes realizan sus siete oraciones diarias en la capilla, más cálida que la iglesia. Los huéspedes están invitados a sumarse, que no obligados. Incluso en la vigilia de las cinco de la mañana suelen tener compañía. Su rezo, siempre cantado, tiene algo especial, aseguran. «Amansa», dicen.
Sencillez ante todo
El monje responsable de la acogida, Fray José Luis, pone el nombre de los ocupantes de cada habitación en la puerta, un detalle de bienvenida que todos agradecen. Dentro de los cuartos (24, con calefacción y baño completo), al igual que fuera, la austeridad manda. Y es que esa sencillez forma parte de la experiencia de encontrarse a sí mismo.
Desconexión total
La ubicación del convento y sus gruesos muros refuerzan la desconexión a la que invita este alojamiento, perseguida de hecho por los que lo eligen. La cobertura llega justa y solo hay wifi en la pequeña biblioteca cercana a las habitaciones. "Es una casa de oración, reflexión, silencio y recogimiento que busca favorecer el encuentro consigo mismo, con Dios y con el prójimo. No es un restaurante, ni un hotel", precisan los monjes en su web.