Retrato de leyenda
Voluntarios captan vistas cenitales de la tumba del Cid y doña Jimena para poner en valor la pieza. A falta del plan director de la Junta, del que no se sabe nada, el monasterio de San Pedro de Cardeña acumula restauraciones pendientes, como la del claustro románico, el pavimento de entrada o la portada barroca. Hace diez años de las últimas obras
Una reja negra custodia el mausoleo. En él no descansa quien debiera, siglos después de su muerte. Kilómetros separan los restos correspondientes del espacio diseñado para un eterno reposo que no lo ha sido tanto. La tumba del Cid y doña Jimena se erige, pues, como evidencia de ello prácticamente vacía (apenas algún hueso queda en su interior) en la capilla de San Sisebuto emplazada en la iglesia del monasterio de San Pedro de Cardeña, enclave cidiano por excelencia al que serlo le renta lo justo en cuanto a inversiones públicas se refiere.
Y es que entre otras reivindicaciones está la, esta vez sí, eterna de recuperar el lustre del sepulcro citado, pues los daños acumulados a lo largo de su azarosa historia son evidentes. Sin embargo, la Administración regional, responsable del cuidado de este inmueble catalogado como Bien de Interés Cultural y monumento histórico-artístico desde 1931, nunca ha invertido un euro en este elemento, como pueden apreciar los turistas, peregrinos y huéspedes de la abadía que se acercan a conocerlo.
Cuenta la leyenda que la Junta tuvo en algún momento intención de elaborar un plan director para el monasterio de San Pedro de Cardeña. En la práctica, nada se sabe de él y nadie ha visto siquiera un boceto. El documento permitiría articular las actuaciones que a todas luces requiere este edificio insigne, que luce por su ubicación menos de lo que debiera en la oferta turística de su vecina capital burgalesa, de la que dista unos diez kilómetros.
Burgos
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Sus moradores destacan varias restauraciones pendientes, incluso urgentes, como la del claustro románico: único en España, cuya combinación de colores, con dovelas rojas y blancas, evoca influencia árabe, pero en arcos de medio punto típicamente románicos. También apremia actuar en el pavimento de la entrada al cenobio y en el retablo barroco en piedra coloreada que corona el portalón, cuya degradación es patente. Sería conveniente además implementar medidas para garantizar la accesibilidad a las dependencias.
Continuaría así una lista de obras que comprende cinco en los últimos treinta años. A comienzos de los noventa se renovó el piso de la iglesia, en 2003 llegó el turno de las cubiertas del templo, en 2005 tocó la torre cidiana y cuatro años después se remodeló el tejado de la biblioteca.
Se cumple ya una década de la última intervención, que se centró en el tejado de la parte neoclásica que se asoma al claustro románico antes citado, llamado también patio de los mártires, donde, según la tradición, se produjo el martirio de los 200 monjes de Cardeña hacia el año 834.
Mientras esperan a que se obre el milagro y el plan en cuestión abandone el cajón en el que duerme el sueño de los justos, los monjes suplen como pueden tal carencia y tiran de economía propia y colaboraciones altruistas para poner en valor sus tesoros. La pasada semana, sin ir más lejos, tres jóvenes burgaleses se encargaban de captar imágenes cenitales del citado sepulcro. En tiempos había una escalera que permitía asomarse a la parte de arriba y contemplar las esculturas yacentes de Rodrigo Díaz de Vivar y Jimena, que, cuenta la leyenda, le despidió cuando emprendía su camino a Valencia desde un ventanuco ubicado a unos pocos metros de la tumba.
Tras las obras en la iglesia se retiró esa escalera porque entrañaba cierto riesgo y en la actualidad es imposible disfrutar de los detalles de la pieza. Los que el paso del tiempo no ha borrado, claro.
A vista de dron
Mario, Miguel y Guillermo -el instigador de la misión- se lanzan sin dudar a retratar con un dron la escultura. La idea de la comunidad cisterciense es utilizar las instantáneas tomadas desde la altura para imprimirlas en gran formato y colocarlas en la capilla, completando así la visita.
«Durante una comida con mi padre en el monasterio salió el tema y conocí la intención. Se lo propuse a Miguel, porque sé que dispone de dron, y junto con Mario se animaron desde el primer momento. Es una cosa bastante sencilla desde el punto de vista técnico, me sorprende que la Junta no se haya hecho cargo de esta labor», relata Guillermo, para lamentar precisamente el olvido institucional al que, hasta la fecha, está condenada una pieza de gran relevancia por su vínculo con la que es una de las grandes figuras de la historia local.
Dicho y hecho. Dron en ristre, con los focos en posición y varios testigos inesperados -huéspedes algunos del monasterio al que la iniciativa les ha llamado la atención- capturan para la posteridad el momento actual del sepulcro cidiano original en varias fotos y, como extra, un vídeo sobrevolando la ilustre capilla de estilo barroco situada en el brazo izquierdo del crucero de la iglesia.
No ha sido tranquila la existencia del sarcófago que la ocupa, con sendas figuras talladas en piedra. Con algún que otro movimiento previo, dentro del recinto monacal, permaneció en calma total desde que en 1736 se construyera la capilla hasta la llegada de las tropas napoleónicas, con cuya intervención comenzó el peregrinar de los restos que allí reposaban. Los soldados profanaron la tumba y esparcieron los huesos que hallaron. Un general devoto del Campeador ordenó recoger gran parte, comenzando ahí un periplo que en 1921 culminaría en su actual ubicación, bajo el cimborrio de la Catedral. El sepulcro, por su parte, también viajó, llegando a exponerse protegido por un baldaquino, a orillas del Arlanzón: unas fuentes afirman que en el panteón que levantaron los franceses en los Cuatro Reyes para congraciarse con la ciudad por el saqueo perpetrado y otras lo ubican en el lado opuesto, junto a la Glera, en el Espoloncillo. Sea como fuere, la tumba regresó en 1826 al lugar que hoy ocupa, inmortal.