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Muchas horas lectivas y muy pocas accesibles para los alumnos sordos

Tres familias burgalesas y un denominador común: la escasez de medios materiales y humanos para recibir una educación de calidad que se adapte a sus necesidades. «Es muy triste tener que luchar por unos derechos que vienen marcados»

Alfonso, Fernando, Florentina y Marta, junto a Martín, demandan más recursos para los alumnos con discapacidad auditiva.SANTI OTERO

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Burgos

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Martín es sociable, inquieto y «muy observador». No le ha costado hacer amigos en su primer año de cole y se desenvuelve bastante bien en clase porque «los conceptos básicos que se dan en Infantil son más manejables». Samuel empezó Primaria en septiembre. Gracias al bucle magnético financiado por la Asociación de Madres y Padres (AMPA) a través de distintas iniciativas solidarias, se puede comunicar mucho mejor con sus compañeros. Laura ya está en el instituto. Estudió en el Antonio Machado y le correspondía el Diego Porcelos, pero tuvo que ir al Camino de Santiago al ser el único centro referente para alumnos con discapacidad auditiva. «Lo lleva mal», confiesa Florentina Firescu, su madre. «Cuando no está la intérprete en lengua de signos a veces entiende algo, muy poco, y cuando pierde el hilo no se entera de nada».

Tres historias, diferentes niveles académicos y un denominador común: la abrumadora falta de recursos para garantizar la plena inclusión de los estudiantes sordos en las aulas. La reclamación no es nueva, lleva muchos años sobre la mesa. Y las familias, cuya paciencia tiene un límite, han decidido alzar la voz para que sus hijos sean lo que quieran ser el día de mañana. Sin silencios administrativos, sin excusas, sin trabas. «Debemos seguir luchando, aunque desgraciadamente este curso ya lo tenemos perdido», esgrime Fernando Fraile, el padre de Samuel. Marta Pérez y Alfonso Rodríguez le secundan mientras su hijo Martín juguetea con ellos. «Nos plantaremos, ahí estaremos», zanja Florentina.

El panorama va de mejor a peor cuando los chavales pasan de curso. Martín cuenta con el respaldo de una intérprete de lengua de signos tres horas al día. Quince de veinticinco a la semana. Compartidas, eso sí, con su compañera Carolina. También tiene profesora de audición y lenguaje. Lo que no hay en las instalaciones de Infantil es un sistema bucle magnético. Sería lo suyo, aclara Alfonso, porque «en el informe de valoración que se hizo antes de entrar al cole se pidió».

La Dirección Provincial de Educación no se ha pronunciado al respecto. «Nos preocupa el futuro. No queremos estar todo el día quejándonos, pero Martín acaba de empezar con los implantes cocleares. Igual todavía no discrimina el ruido del resto de niños de clase, pero le vendrá bien ir adaptándose desde pequeño», apunta Alfonso. En la misma línea, y basándose en la experiencia de otros progenitores, Marta subraya la necesidad de que su hijo cuente con «los recursos necesarios para tener una educación igual que la del resto de niños».

Decíamos que la situación empeora conforme avanzan los cursos y la «incertidumbre» crece. Samuel, que también padece neurofibromatosis tipo 1, empezó con dos horas diarias hasta que se las quitaron en tercero de Infantil. «Es oralista, pero necesita a la intérprete porque a los niños con deficiencias auditivas les cuesta más entender el mensaje». En base a ello, sus padres empezaron a enviar multitud de escritos, tanto a Burgos como a Valladolid. El equipo directivo del Machado, por su parte, «pidió catorce horas de un total de veinticinco». Le concedieron seis y la respuesta que Fernando recibió de Educación fue que «no me podía quejar porque por lo menos tenía más que el año anterior». Hace mes y medio, le dieron otras cinco que en teoría pertenecen a «un niño que no las ha querido coger».

«Otra de las grandes peleas es que las intérpretes formen parte del profesorado como personal laboral»Fernando Fraile, presidente de Fampa Burgos

«Doce horas de intérprete, cuatro horas de apoyo en Matemáticas y otras cuatro de apoyo en Lengua. La profesora de Matemáticas sabe algo de lengua de signos, pero la de Lengua nada». Doce horas, todas compartidas salvo una, y las dieciocho restantes esforzándose al máximo para intentar entender. Casi siempre acaba «aburrida y perdida». No es para menos.

Florentina, Fernando, Marta y Alfonso recogen el guante lanzado la semana pasada por la Asociación de Familias de Personas Sordas de Burgos (Aransbur). La entidad dijo «basta» al «claro retroceso en la atención educativa» que sufren los chavales con discapacidad auditiva y los padres no piensan tirar la toalla. La principal demanda es que se incrementen los recursos humanos y materiales, pero tampoco pasan por alto el hecho de que compartir intérprete no ayuda en absoluto porque cada niño tiene un nivel educativo distinto. Eso es, precisamente, lo que le ocurre a Laura con su amiga Marian en el instituto. Ambas acaban perdiendo el tiempo porque requieren explicaciones diferentes sobre una misma materia.

«Otra de las grandes peleas que tiene Aransbur es que las intérpretes o los mediadores comunicativos formen parte del profesorado como personal laboral». De esta forma, tal y como subraya Fernando, «daríamos a nuestros hijos una continuidad con los mismos intérpretes y mediadores». De momento, la Junta de Castilla y León sigue abogando por las contrataciones externas y «cogiendo siempre el precio más bajo».

Si hay que movilizarse, adelante. Lo que sea para que «todos los apoyos que se piden desde el colegio o desde el instituto se concedan desde el minuto cero». Fernando, que también es presidente de la Federación de la Federación de Asociaciones de Madres y Padres de centros públicos no universitarios de Burgos (Fampa), agradece el respaldo del Machado. «Tanto el equipo directivo como los profesores han trabajado codo con codo con nosotros, pero el gran miedo que tenemos es qué va a pasar en el futuro». Marta y Alfonso comparten su inquietud. Florentina ya la sufre y espera que se tomen medidas.

«Es muy triste tener que luchar para conseguir unos derechos que vienen marcados», concluye Fernando. Se puede decir más alto -y lo harán, eso seguro- pero no más claro.