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«En el Patillas cada día es una aventura, siempre pasan cosas»

La taberna de Burgos por antonomasia celebra su 111 aniversario. Vermú torero y «música a todas horas». El legado de los Quintano sigue vivo gracias a Valentín Fernández y Javier Ibáñez

Javier Ibáñez y Valentín Fernández, tabernero y propietario del Patillas, respectivamente,SANTI OTERO

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Burgos

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Si Amando Quintano levantara la cabeza (ojalá), no sería de extrañar que cogiese la guitarra y se arrancase por bulerías. «El jueves fue un día precioso en el Patillas. Clima de convivencia, música continuamente, muchas sonrisas y muy buen ambiente», comenta Valentín Fernández, propietario del bar más antiguo y mítico de Burgos. Y Javier Ibáñez, tabernero desde hace poco más de un año, lo corrobora. «Esto es precisamente lo que quería Amando, es el legado que nos ordena mantener».

El Patillas celebra su 111 cumpleaños este sábado 13 de abril. La magia de los Quintano (Elías, Baldomero y Amando) permanece intacta. Miles de recuerdos, de anécdotas y de sonidos entre cuatro paredes. La taberna conserva su aspecto y su esencia, lo más importante a fin de cuentas. Se avecina «un día especial que mucha gente está esperando y ojalá que se repita todos los años», augura Valentín. La fiesta promete, pero que nadie espere fuegos de artificio ni nada parecido. El horario se amplía, vaya si se amplía. De 13:30 a 2:30. Un vermú torero en toda regla que se alargará más de lo habitual porque la ocasión lo merece. 

«Intentaremos que haya música a todas horas, que alguien coja la guitarra, el piano, la bandurria, la acústica o la pandereta. Lo que sea», señala Javier sin perder la sonrisa antes de resolver una cuestión que quizá preocupe a más de uno. ¿Habrá cerveza suficiente para tanto parroquiano? «Por lo menos para los mil primeros», bromea.

«La esencia del Patillas es la espontaneidad; que fluya lo que tenga que fluir, que venga quien tenga que venir»

El aniversario del Patillas se concibe, sobre todo, como un «homenaje». A la clientela, por supuesto, pero también a todas aquellas personas que contribuyeron a la reapertura. Paco Muñoz, Diego Galaz, Ana Berta, Fernando Inés, Pau Doménech, Mario Agüero... Valentín sabe que se deja a unos cuantos en el tintero. La lista es larga. Fueron muchos, confiesa, los que «ayudaron a que el sueño de tanta gente se hiciera realidad».

¿Nervios? No parece. Valentín y Javier están en su salsa. Verles posar para Santi Otero con motivo de este reportaje es todo un espectáculo. La guitarra no puede faltar y unas palmas tampoco están de más. Duende y cachondeo, sobre todo lo segundo. Dice el propietario del establecimiento, y cualquiera lo puede confirmar, que «la esencia del Patillas es la espontaneidad; que fluya lo que tenga que fluir, que venga quien tenga que venir».

Echando la vista atrás, resulta harto complicado quedarse con una anécdota o recuerdo especial. «En el Patillas cada día es una aventura, siempre pasan cosas», apunta Valentín justo antes de revivir un episodio que le permitió extraer una valiosa moraleja sobre los prejuicios. Resulta que «una vez vino un cliente extranjero, aparentemente en muy malas condiciones. Pidió una guitarra a Amando y resultó ser un grandísimo y reconocido artista. La gente se reunió alrededor suyo batiendo palmas». En aquel momento, supo a ciencia cierta que «ese es el espíritu del Patillas: un crisol de culturas en el que cada uno tiene sus problemas, su forma de vida, pero nadie critica a nadie y todo el mundo convive en paz y armonía».

Ese «bueno rollo» tan sumamente contagioso sigue favoreciendo enriquecedores encuentros intergeneracionales. «Ves a gente joven cantar boleros o zarzuelas. Y al revés, gente mayor que aprende a valorar a El Kanka o Vetusta Morla», apunta Javier. «Esto no pasa en ningún sitio más que aquí», apostilla Valentín mientras cita otro caso digno de estudio: el fenómeno Fito.

La persiana está a punto de abrirse y Javier agradece el «cariño por parte de la gente». Se siente «orgulloso» y, al mismo tiempo, «un poco abrumado». Desde que se puso tras la barra, apuesta por el mercado de proximidad. «Todo lo que pueda comprar en el barrio o a clientes, ahí se queda». Vasos, cubiertos o lo que haga falta. Valentín, por su parte, confirma que «el feedback de los clientes es inmejorable». Visto lo visto, no queda otra que brindar por el Patillas para que sople, como mínimo, otras 111 velas el siglo que viene.