El Correo de Burgos

Serrat pregona su activismo y se moja sobre la amnistía, el cambio climático y la inmigración

El cantautor catalán, nuevo doctor Honoris Causa de la UBU, reconoce que Burgos tiene enclaves «maravillosos», desde «el gótico hasta el Museo de la Evolución Humana»

Joan Manuel Serrat, durante su investidura como doctor Honoris Causa de la UBU.

Joan Manuel Serrat, durante su investidura como doctor Honoris Causa de la UBU.SANTI OTERO

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Nació charnego y nunca lo ocultó. Cantó en catalán enfrentándose a la censura mientras enarbolaba la lengua de Cervantes a través de sus letras, ya fuesen propias o de los más grandes poetas. Joan Manuel Serrat acabó siendo, sin darse cuenta, un género en sí mismo. Investido este jueves como doctor Honoris Causa por la Universidad de Burgos (UBU), disfruta de su jubilación entregado al placer de la lectura. Sigue escribiendo por puro «automatismo», aunque no tiene «intención de grabar».

Uno podría pensar que Serrat ya no tiene nada que decir. Quien lo piense, se equivoca. La razón por la que ni se plantea pisar un estudio de grabación obedece, sobre todo, a su desapego de la industria discográfica actual. Está jubilado, punto, pero su activismo prevalece. El Noi del Poble-Sec opina con total libertad, guste o no. Le han llamado de todo, tanto unos como otros. Poco le importó y menos ahora. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Lo de diablo, mejor explicarlo por si las moscas, es una metáfora.

Otra vez en Burgos, tierra que ha pisado mil veces pero de la que poco ha disfrutado por cuestiones de agenda. Serrat responde con honestidad a cualquier pregunta. Le cae una sobre la Ley de Amnistía. Tema peliagudo, pero da la impresión de que no le pilla desprevenido. De entrada, aboga por «separar lo que es el conflicto catalán y dónde están las raíces». Después, sin marear la perdiz, define los indultos como «una posibilidad grande para que el suflé baje y se allane el camino de convivencia entre las diferentes formas que hay de entender el país». En su opinión, la aplicación del 155 fue un «despropósito» porque «en vez de acudir los bomberos, acudieron los pirómanos».

«Soy partidario de tratar de entender al que piensa y actúa de manera diferente a la mía». La réplica de Serrat, a cuento de la amnistía, se puede extrapolar a otras cuestiones como los recientes resultados de las elecciones europeas. En cierto modo, entiende que en muchos países se haya «acentuado mucho una respuesta positiva a fuerzas de ultraderecha». La historia, como bien dice, tiene la «mala costumbre de repetirse» y sabe que en determinados contextos hay «tiranos que aprovechan estas situaciones para comerle el terreno a las democracias».

Tal y como está el patio, su mensaje es claro: «Los demócratas debemos estar atentos y tratar de corregir los errores». Menos zancadillas y más «defender la tolerancia y la libertad». Solo así, concluye, será posible «encontrar nuevos caminos y formas para que (las democracias) se vayan renovando y avanzando constantemente».

Ya en su discurso de investidura, Serrat se guarda unos cuantos ases (activistas) en la manga. La patria, que para su madre Ángeles estaba «allí donde comían sus hijos», se encuentra para él en «los caminos». Cataluña, España, Latinoamérica… También el Mediterráneo, por supuesto. En ese mar inmenso que tanto le ha inspirado y que «otrora fue cuna del pensamiento y parte de culturas», miles de personas se han dejado la vida.

«¿Dónde quedará la patria de esta gente?», se pregunta aquel nen de Barcelona (después pibe en Buenos Aires) frente al paraninfo de la UBU completamente abarrotado. «Ellos solo caminan. Caminan donde los llevan sus zapatos, empujados por la guerra, la pobreza o el impacto climático que convirtió sus hogares en un lugar inhabitable». Inconscientemente, o quizá no, Serrat le está diciendo a más de uno que deje de joder con la pelota.

Ni es científico ni se las da de experto, pero pone «atención a las palabras de los que saben». Voces autorizadas que «desde hace tiempo avisan del peligro que comporta la excesiva dependencia de esta sociedad con los combustibles fósiles». Las consecuencias, advierte, ya se hacen notar. Hasta el punto de que «el cambio climático provoca ya más desplazamientos que las guerras».

En un mundo con severos «problemas de intolerancia» y «tragedias espectaculares», al autor de Penélope le inquieta la «inmediatez» con la que se propaga -y manipula- la información. Las noticias, cada vez más «fugaces y ligeras», se han convertido en un mero objeto de consumo. Usar y tirar, una y otra vez. «Lo que pasó ayer pasa al fondo del armario». Un ejemplo: «la brutal historia del pueblo palestino hace un mes estaba en primera página». ¿Y ahora? 

No todo es política. Serrat es músico ante todo. Lo fue contra todo pronóstico y nunca dejará de serlo. Sus himnos forman parte de la historia de España y reconoce que cada cual es «el resultado de un tiempo y de unos sucesos». No en vano, considera que «la importancia de un texto o de una canción la da su permanencia». Puede estar tranquilo en ese sentido. Aún así, se empequeñece a sí mismo al recordar que «la poesía de Quevedo tiene más siglos que Mediterráneo y es absolutamente perfecta, moderna y adecuada».

El mejor nombramiento que ha recibido Joan Manuel Serrat como doctor Honoris Causa es el último. Lo mismo le pasa con los besos. Carpe diem y eterno agradecimiento a la UBU. Ahora, con tiempo libre de sobra, espera completar la lista de sitios que le quedan por visitar en Burgos: enclaves «maravillosos» desde las joyas del «gótico» hasta el «Museo de la Evolución Humana». Lo habitual, durante sus seis décadas de trayectoria, era «comer en Ojeda, echar la siesta, tocar y volver a Madrid». Eso se acabó y, por lo tanto, ya no tiene excusa. Menos aún después de comprobar que, hoy más que nunca, la ciudad le recibe con los brazos abiertos.  

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