La lucha de Aída contra el cáncer de mama metastásico: «Si no me hacen la prueba a tiempo me muero»
Cada vez que esta burgalesa tiene cita con su oncólogo en el HUBU, se ve obligada a protestar para que le adelanten el TAC. Solo así es posible comprobar si su tratamiento sigue siendo efectivo
Los efectos secundarios son devastadores, aunque Aída Fernández hace todo lo posible para reponerse y seguir luchando. «La gente me dice que estoy muy guapa, pero la procesión va por dentro», reconoce, con una tímida sonrisa que deja entrever su fortaleza, esta arquitecta de 46 años que se las ve y se las desea para conseguir citas a tiempo en el Hospital Universitario de Burgos (HUBU). En 2020, en pleno confinamiento, le diagnosticaron cáncer de mama metastásico. Incurable, pero no letal con los tratamientos adecuados. El problema, según denuncia, es que las pruebas a las que se debe someter cada cuatro meses (una gammagrafía y un TAC) se programan después de su cita en Oncología para revisar los resultados. Para evitarlo, no tiene más remedio que poner el grito en el cielo aún sabiendo que «la situación se va a volver a repetir».
Aída planta cara a su enfermedad. Luce una camiseta de la Asociación Española de Cáncer de Mama Metastásico (AECMM) cuyo lema, en inglés, viene a decir 'que le jodan al cáncer'. Padeció linfoma de Hodgkin a los 29 y lo superó. Su actual batalla es bien distinta. Quiere vivir y es consciente de que el tratamiento de ahora tal vez no sirva el día de mañana. Pero rendirse no es una opción. Y hará todo lo que esté en su mano, como hasta ahora, para que las pruebas lleguen a tiempo. A base de reclamar, aunque cueste, y con el firme objetivo de «defender la sanidad pública, que es lo mejor que tenemos en este país aunque la gente no sea consciente».
«Es difícil decir que me muero, pero tengo que hacerlo para intentar calar un poco en el administrativo que tengo enfrente»
«No te preocupes, que no te vamos a dejar», le prometió un neumólogo, al poco de recibir el peor de los diagnósticos, tras descartar que la metástasis se hubiese extendido al pulmón. Sabía que estaba en buenas manos. Nada hacía presagiar la «impotencia» que acabaría sintiendo al comprobar el retraso sistemático de las citas. «No te preocupes, te la vamos a adelantar», le aseguraban. «Y así era, hasta que dejaron de hacerlo y tenía que ir yo. Acudía a Secretaría de Rayos, me apuntaban y al final me llamaban por teléfono diciendo que tenía que ir de un día para otro».
Con el tiempo, el «no te preocupes» dio paso al silencio administrativo. Dejó de recibir llamadas y se tenía que personar ella misma en el complejo asistencial para ejercer «presión». También ha presentado tres reclamaciones en Atención al Paciente. Las dos primeras veces le hicieron caso. La tercera fue la gota que colmó el vaso. Tenía cita con su oncólogo el 5 de agosto y el TAC programado para el 21. Fue a pedir explicaciones y, para su sorpresa, le acabaron cambiando la cita al día 25. Como aquello no tenía ni pies ni cabeza, se plantó en el HUBU a mediados de julio con una nueva queja y una carta dirigida a la Gerencia. Lo de la misiva debió surtir efecto, pues finalmente le realizaron la prueba el 29 de julio.
Es triste, pero Aída siente que tiene que ir a «mendigar». «¿No entendéis que si no me hacen la prueba tiempo me muero? Es difícil decir que me muero, me ha costado muchos años poder decirlo, pero tengo que hacerlo para intentar calar un poco en el administrativo que tengo enfrente». Pese a este caos organizativo, no duda en resaltar que «los profesionales que me han atendido son muy buenos». Al mismo tiempo, afirma que «el hospital está muy bien dotado». De hecho, hasta dispone de un TAC de última generación, pionero en España, que realiza las pruebas en «un minuto».
«Como paciente no quieres creerte la realidad, pero eso te lleva a conclusiones erróneas»
Dentro de lo que cabe, Aída se siente afortunada de contar con el respaldo de Enrique Lastra, jefe de Oncología Médica del HUBU. «Como dice mi hermana, Enrique es mi oncólogo y mi psicólogo». Siempre desde la franqueza más absoluta y «con los cinco sentidos puestos en el paciente». Ella lo agradece: «No me gusta que me cojan en palmitas ni que lo adornen». Más que nada, porque «como paciente no quieres creerte la realidad, pero eso te lleva a conclusiones erróneas». Desde el principio, el doctor fue «clarísimo». Además, transmite «seguridad» y Aída está al tanto de su situación «en todo momento».
Menopausia precoz, dolores e incapacidad permanente
«Tengo la edad física de una señora de 70 años». De ahí lo de que la procesión va por dentro. Quizá desde fuera no se aprecie, pero el vía crucis de Aída comenzó hace cuatro años, siendo inducida a una menopausia precoz «muy inmediata» que provoca «sofocos, insomnio y taquicardias». Por si fuera poco, su primer tratamiento a base de Palbociclib resultó efectivo pero dejaba su sistema inmune «por los suelos». Obviamente, hubo que cambiar porque «me iba a matar» al ser «carne de cañón para cualquier infección».
«No es que mi pareja me haya apoyado, es que me ha levantado directamente»
A la ansiedad que ya de por sí conlleva la enfermedad se suman numerosos dolores articulares porque «el desgaste de huesos avanza muchísimo». Y tampoco hay que perder de vista el tema sexual, que Aída no rehúye porque «es igual de importante». Sea como fuere, su pareja ha sido, desde siempre, un «apoyo fundamental». «Oigo hablar a otras pacientes y me doy cuenta de la suerte que he tenido. No es que me haya apoyado, es que me ha levantado directamente».
Antes de que el cáncer de mama irrumpiese de forma abrupta en su vida, Aída trabajaba entre 12 y 14 horas diarias. Además, «viajaba muchísimo» por cuestiones laborales y lo primero que pensó cuando recibió el diagnóstico fue que «iban a prescindir de mí». No dejaba de preguntarse: «¿Y ahora qué hago?». Como arquitecta autónoma, le preocupaba sobremanera su futuro profesional.
«Es un momento en el que te supera todo», confiesa. Pero no quedaba otra que buscar alternativas y una trabajadora social de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) le recomendó pedir la discapacidad. Sin embargo, un tribunal médico analizó su expediente y le concedieron la incapacidad permanente.
A día de hoy, Aída se aferra a la vida con la esperanza de que su reivindicación permita mejorar la gestión de citas en el HUBU. Para ella y para todo el mundo. Cuando expuso su problemática en redes sociales, hubo quien le recomendó hacerse la prueba por lo privado. «Flaco favor», aunque fuese con «buena intención», para la sanidad pública. Básicamente, porque «un TAC te puede costar 2.000 euros» y la mayoría no se lo puede permitir. Por todo ello, anima a «asistir a las manifestaciones» contra los recortes y las privatizaciones. De lo contrario, poco o nada se podrá hacer el día de mañana.