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DÍA DE TODOS LOS SANTOS 

La memoria de la ausencia

Muchos burgaleses cumplieron un año más con la tradición de recordar a los familiares en el Cementerio de San José. El sol acompañó durante la mañana a las personas que se acercaron para depositar sus flores 

Engalanar las sepulturas con la limpieza es también parte de la costumbre.ÓSCAR CORCUERA

Publicado por
Fuencisla Criado
Burgos

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Todo aquel que ha perdido a alguno de sus seres queridos sabe, que no es necesario un día especial para el recuerdo. Es un sentimiento que acompaña el devenir de la vida, y aun así, hay fechas que marcan el camino para la visita y cumplen la tradición del recuerdo.

El pasillo central del Cementerio de San José volvió a llenarse este uno de noviembre, que amaneció entre nieblas, y en el que el sol brilló con fuerza durante la mañana. Un tiempo que animó a muchos a acercarse al camposanto, aunque, la actividad del lugar ha sido constante desde hace casi una semana. En parte por ser un viernes festivo unido a dos días de fin de semana. Pero también, porque hay muchos que prefieren la tranquilidad del cementerio, rota durante estos días por el flujo, casi continuó, de  visitas.

Y así fue. Largas filas de coches en el atasco en la llegada. Tanto en la puerta principal como por la parte nueva, donde la larga calle de La Obispa se llena de coches que intentaban esquivar la caravana de acceso al recinto. De cualquier forma, el trasiego  fue continuo durante toda la mañana. Grupos, figuras  solas, muchas familias, madres e hijas del brazo en un andar tranquilo. Figuras solas, algunos con bicicletas e incluso encima de patinetes eléctricos esquivando a los peatones.

Poco a poco, el río de visitas que transitan por el pasillo central se va dispersando entre los patios, para dejar su recuerdo floral al pie de cada sepultura.

En cada uno, un pensamiento. En algunos queda la huella del recuerdo doloroso de los que se han ido hace poco, con un discreto pañuelo en la mano para limpiar con disimulo su rostro.

Una abuela se apoya en su nieto adolescente, para compartir el recuerdo de algunas de las mucha vivencias  del abuelo, al que acaban de traer un ramo de vivos colores.

Cerca, una joven contempla quieta, con la mirada fija una lápida. Un rostro serio que se puede entender cuando, al pasar vislumbras, un listado de nombres impresos. Son muchos los que quedan en San José y quizá ya pocos a su lado.

Dos hijas flanquean el caminar de una madre, con el paso lento y precavido, pero con fuerza y alegría en su voz, comparte vivencias compartidas de una en común.

Un grupo de mujeres pasan deprisa, cargadas con ramos y cubos, quejándose del lío de coches en la entrada. «Todos los años igual. ¿No pueden arreglar el terreno ese?».

Otros más serios van comentando el precio de las flores compradas a última hora, seis rosas por 20 euros, pero es que este año «nos ha pillado el toro».

Algunos de los grandes panteones de la entrada están abiertos este día. Es raro verlos así, aunque siempre están cuidados. En el interior de uno de ellos se atisba un grupo de cuatro mujeres ancianas, de luto riguroso, sentadas en sus sillas, dispuestas a pasar el día allí. En la puerta del panteón, los hombres de la familia observan como los funcionarios del ayuntamiento ultiman los detalles para la celebración de la misa mayor que tendrá lugar en el pasillo central del cementerio.

Fuera de la vista de los cuidados panteones se encuentran algunas de las sepulturas más antiguas del camposanto. La mayoría cuidadas, limpias, con sus flores frescas. Aunque, hay otras cada vez son más, las que esperan sin colores nuevos. En parte porque la memoria no exige una visita, ni una ritual especial para el recuerdo. Cada uno lleva la pena de una manera. Y a veces duele más la visión de una tumba que la sonrisa que marca una memoria.

En otras el tiempo va borrando los nombres con el verdín que ensombrece el mármol. Familias que quizá ya no están, que llegaron al fin con la última fecha esculpida. O se marcharon de Burgos, y se olvidó el nombre de los que aquí quedan. Son parte también de este lugar que va camino de cumplir los 120 años de existencia.

Un día en el que llama la atención los abrazos entre las personas que se encuentran en esta visita. Intercambios de noticias entre las familias, palabras de recuerdo, y de manos que se buscan para darse fuerzas. A veces no hace falta mucho más.

Entre los patios asoma el columbario. Se ha quedado pequeño y hay que hacer equilibrios en la escalera para acceder a los nichos más altos y cambiar las flores del pequeño jarrón. A su lado, la llama de la memoria en homenaje a los soldados. Unos pasos más adelante, el recuerdo en honor a los fallecidos entre 1936 y 1946 en la cárcel de Burgos y los brigadistas que murieron en San Pedro de Cardeña, donde tampoco faltan las flores.

Seguimos camino entre algunos despistados que no recuerdan donde están sus familiares, vagan con su ofrenda de flores en las manos, «estaba por aquí, a la izquierda ‘del Félix’». Félix, que no es otro que Rodríguez de la Fuente, un punto de referencia en el camposanto como lo fue también en su vida. Algunas personas le dejan una flor al pasar. Engalanada su tumba siempre acompañada del hermano lobo.

Cerca queda el cementerio nuevo. Fuera de la solemnidad del viejo camposanto, se abre este espacio abierto en el año 2002. En este tiempo el polígono ha crecido y  las fábricas parecen asomarse ya  sobre la verja que rodea el recinto.

Al sol de la mañana las lápidas relucen entre el mar de colores de flores que adornan las 5000 sepulturas que se han ido abriendo en estos 22 años. Todos los patios son iguales, y es fácil perderse. Así lo comentan un grupo de mujeres que buscan entre las tumbas e. «Esto está muy dejado. Está fatal».

Y es que cuando sopla el norte todo lo arrasa y cuando sale el sol todo lo quema. «Es una pena, parece un descampado».

Atrás quedó la intención del ayuntamiento de adornar un poco más esta parte del camposanto, de renombrar los patios, que actualmente están designados por frías letras y números con columnas de plástico ‘sin vida’.

Regresamos al paseo central para escuchar el final de la misa concelebrada por el arzobispo Mario Iceta. Con la asistencia de la alcaldesa Cristina Ayala, el vicealcalde Fernando Martínez Acitores y la concejal de sanidad, Mila del Campo. Acompañados de muchos burgaleses que ocupan las sillas de madera dispuestas por el ayuntamiento, otras personas de pie, entre lápidas, escuchan atentamente y con respeto al arzobispo. En su despedida, el recuerdo de los que se fueron y con el corazón en las personas que sufren las consecuencias de la DANA.

Poco a poco cada uno toma la salida. El cementerio queda atrás, engalanado con los colores de miles de flores. Son las historias de los que se fueron y de los que están. La memora de la ausencia.