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Un sacerdote misionero en Cuba: «Allá donde voy, siempre digo que soy de un pequeño pueblo de Burgos»

Un sacerdote salesiano de Fuentebureba dedicó casi diez años a convivir con la comunidad yanomami en el Alto Orinoco, Venezuela. Desde 2012, desarrolla su labor pastoral en Cuba, aunque cada verano regresa a su tierra natal para reencontrarse con sus raíces.

El religioso salesiano Eduardo Marroquín Osua, en la entrada a la localidad de Fuentebureba.DARÍO GONZALO

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Burgos

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Eduardo Marroquín Osua ha regresado este año a España más tarde de lo habitual. «Poco más y vengo en invierno», señaló con simpatía durante una conversación el pasado día 1 de noviembre, Festividad de Todos los Santos. Desde hace más de veinticinco años, Marroquín -que no es familia del arriba firmante, pero como si lo fuera- vive y trabaja en América Latina, uno de los destinos fundamentales de los misioneros españoles. Primero estuvo en Venezuela y, desde hace doce años, Cuba es su pequeña patria. Pero su historia comienza mucho antes, en una pequeña localidad burgalesa entre Briviesca y Pancorbo...

Eduardo nació en Fuentebureba en 1959. Un momento de la historia todavía muy duro para los adultos, pero muy feliz para los niños cuya vida se desarrollaba en el mundo rural. No tenían mucho, pero tampoco les faltaba de nada. Todas las familias tenían al menos su pequeña huerta y un modesto corral de donde abastecerse e incluso sacar unas perras. «Ser de un pueblo tan pequeño te marca para toda la vida», aseveró en la charla mantenida en su casa familiar, sita junto a la iglesia de San Miguel. «Además, en esta zona, donde todos se conocen y se llevan bien, donde nadie es más que nadie... Ese buen clima entre los vecinos lo notaba en mi infancia y lo sigo percibiendo cada vez que regreso».

Niño en La Bureba

Eduardo es una persona muy querida en el pueblo. Cuando llega el verano, fechas en las que suele regresar de América, los vecinos preguntan continuamente por su venida a sus hermanos Venancio y Javier. También está muy atento el párroco, ya que Eduardo siempre le libera de dar muchas misas en Fuentebureba y otras localidades de alrededor como Calzada o Berzosa, la tierra de su madre. «Yo he viajado mucho por el mundo y gran parte de mi vida la he vivido en el extranjero. Pero allá donde voy siempre digo, con todo el orgullo, que soy de un pequeño pueblo de Burgos, de Fuentebureba».

Durante el diálogo recordó esas misas de madrugada los domingos de cosecha en los que había que aprovechar el día desde la primera hora de sol. O a esas mujeres que le rodearon en su niñez y le introdujeron desde muy pequeño en la fe católica: su madre Tere, su tía Lupe, su tía Juanita ‘Madre Natividad, religiosa concepcionista’. Tiene un recuerdo especial para su abuela Cordia, a la que recuerda rezando el Rosario todos los días. «No había televisor en aquella época, así que por las noches me ponía junto a mi abuela, que rezaba en latín, yo quizá me aburría... ¡pero es lo que había», rio y citó a otras mujeres del pueblo que, casi eternas de tantos años que apechugaron en este mundo, le vieron crecer como hombre y como religioso. «Acuérdate de Esperanza, Conce, Nati, de tu abuela Basilia... De todas guardo un generoso recuerdo. También quiero recordar a mis padres, Venancio y Tere, por su generosidad, porque siempre estuvieron a mi lado apoyando mi vocación, si eso era mi felicidad».

Ante el paulatino cierre de los colegios rurales en aquella España de los 60, los jóvenes comenzaron a cursar sus estudios en las escuelas comarcales. Eduardo marchó con diez años a Miranda de Ebro para continuar su educación en el colegio de los Sagrados Corazones. Luego ingresó en el seminario salesiano de Zuazo de Cuartango (Álava) y de ahí, a Urnieta (Guipúzcoa). «El COU lo cursé en Santander, haciendo el prenoviciado, ya pensando si esto era lo mío. Ahí llega la decisión: si continúas, tienes que parar tus estudios civiles y hacer el noviciado doce meses de vida religiosa completa». Más tarde, el sacerdote burebano estudió Magisterio, Ciencias Químicas y Teología, ya con veintiséis años en Vitoria. «La carrera de Químicas, que hice en Lejona, la acabé ya siendo sacerdote».

Eduardo Marroquín, junto a su casa familiar en Fuentebureba.DARÍO GONZALO

Eduardo se ordenó con 29 años y ofició su primera misa, como no podía ser de otra manera, en Fuentebureba. Fue el 26 de junio de 1988 en una atestada iglesia de San Miguel. «Me pongo en las manos de Dios, de María Auxiliadora y de don Bosco a vuestro servicio», decía al final del agradecimiento que leyó en el oficio.

En su etapa como profesor, Eduardo impartió clases de Matemáticas, Física y Química. «A los salesianos nos parece muy importante el ambiente. Que los chicos estén alegres en el colegio, que estudien y sean responsables, que hagan deporte...». Antaño, no era extraño ver a Eduardo bien pronto por la mañana salir a correr o andar con la bicicleta por Fuentebureba. ¡A muchos vecinos les sorprendía ver un cura tan deportista! En el frontón no tuvo rival décadas atrás y solía ganar el torneo de pelota-pala de las fiestas de Acción de Gracias a los mozos del pueblo y cercanías. Era un espectáculo.

En Urnieta (Gipúzcoa) dio clases en el seminario de San José durante muchos años. «Allí eran grupos pequeños, que para dar clases es fenomenal. Profesores y alumnos estábamos todo el día juntos: en el aula, haciendo deporte, en la pastoral del los domingos... En COU hacían el prenoviciado y, si daban el paso, ya entraban a ser salesianos».

«Me hubiera gustado comenzar mi labor de misionero con 25 años, pero las circunstancias de la vida me llevaron a iniciarla con 40». Eduardo pensó los destinos que podían depararle dentro de su congregación y solicitó hacer un vicariato apostólico entre indígenas «porque era algo muy diferente a la educación».

Por fin, la misión

En septiembre de 2004, Marroquín llegó a la misión salesiana del Alto Orinoco, en plena selva amazónica y cerca de la frontera con Brasil, donde viven los indios yanomamis. «Es una zona muy abandonada por la Iglesia, un lugar muy deshabitado de Venezuela». Antes de ir a la selva pasó dos años en San Félix, un pueblo más al norte, trabajando principalmente con adultos. «Salió la oportunidad de bajar al Orinoco y allí marché. Estábamos muy bien... Éramos una comunidad apostólica, con tres salesianos, cinco salesianas y unos cuantos voluntarios repartidos en cuatro casas: la principal, Mavaca, Mavaquita, Ocamo y Platanal. Estaban bastante distantes y nos juntábamos siempre los sábados. Cada mes, teníamos un fin de semana largo donde visitábamos comunidades más alejadas donde también hacíamos convivencia, les ayudábamos con ropa, material para pescar, herramientas... Todos los desplazamientos los hacíamos por el río en lanchas fueraborda, estaba bien organizado desde la logística de las barcas hasta el combustible», relató el sacerdote.

El sacerdote salesiano, desde 2012 en Cuba, regresa a su pueblo todos los veranos.DARÍO GONZALO

Cada vez que Eduardo salía de la misión para ir a Caracas o a España se le planteaba toda una aventura donde pasaba de navegar por el Orinoco a coger una avioneta hasta llegar a un gran aeropuerto donde poder enlazar con su destino. «Sí, era toda una aventura», confesó. «De la misión a Puerto Ayacucho [capital de la provincia] era toda un día de viajes por el río. En la estación lluviosa no hay problema, porque el río baja fuerte. Pero en la seca, el piloto tiene que ser muy hábil para no tener un accidente... Pero siempre digo que yo ya llegué allí en el siglo XXI. Imagínate allá en los 60 cuando empezaron, ¡aquellos misioneros eran unos quijotes!», rio.

Desde 2012 su lugar en el mundo es Cuba. «Primero estuve unos meses en La Habana. Luego me destinaron a Santa Clara, en la iglesia del Carmen, y luego a Camagüey. Ahora estoy en una parroquia en Santiago, en la iglesia de María Auxiliadora, que tiene pastoral de la salud, pastoral de enfermos, Cáritas, catequesis, grupos juveniles... También una especie de guardería y refuerzo escolar. La escuela en Cuba está ahora muy flojita y ayudamos a muchos niños con estas clases» subrayó y explicó que la parroquia es un lugar muy importante en el barrio y en zonas cercanas.

«Cada vez me va a costar más volver a España. Este año murió mi madre y será un punto de inflexión. En Cuba hago mucha falta, aunque mi tierra siempre está en mi pensamiento y seguro que volveré, aunque quizá no cada año. Dios proveerá», concluyó.