El Correo de Burgos

TROTABURGOS / Pesquera de Ebro y el Cañón

El Ebro más bravo

Pesquera y Cortiguera, al borde del río fueron villas señoriales y de indianos

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Burgos

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J. C. R. / BurgosEl Ebro y el Rudrón rasgan la altiplanicie del norte de Burgos. Sus cicatrices ahí están; son hendiduras profundísimas esculpidas en la roca y en los cauces de los dos ríos y sus riberas. La caliza ha facilitado que las aguas cincelaran formas caprichosas en Orbaneja o en el feroz Cañón del Ebro, entre la misteriosa Cortiguera y Pesquera de Ebro. Encinas y vegetación de ribera complementan la impresionante visión desde lo más alto de la garganta.Alfonso III, en el siglo IX, ordenó repoblar la zona. La etimología da a entender la fertilidad del Ebro y la abundancia de peces y la bondad de sus aguas para la pesca (Pesquera). La etapa de mayor esplendor de Pesquera hay que encontrarla en los siglos XVII y XVIII. Allí se asentaron en la villa varias familias de la nobleza; construyeron sus casas solariegas; y dejaron huella de su presencia con los numerosos  escudos de armas que lucen las portadas blasonadas y que se pueden observar en las estrechas calles de la villa. La hidalguía de la zona y algún que otro emigrante regresado de América con haberes se construyeron siglos atrás sus mansiones en Pesquera. El conjunto de la localidad es sencillo y en su arquitectura destacan la iglesia de San Sebastián y la ermita de San Antonio, en un extremo de puente medieval sobre el Ebro que tiene una preciosa bóveda estrellada.CortigueraEl Ebro serpentea en el fondo del valle. Pesquera queda ya tras la espalda y un pequeño camino nos adentra en la misteriosa villa que, como su vecina población, fue sede de importantes familias indianas que regresaron ricas después de hacer las ‘américas’ y se construyeron pequeños palacios en su pueblo de origen, allá por el siglo XVIII. La senda se hace tranquila, entre encinares.Al frente se oye canturrear al Ebro mientras desciende hacia el sur y pasa por delante de la central hidroeléctrica El Porvenir antes de adentrarse en otro bosquecillo y trasegar hasta el monte cercano para llegar a Valdelateja. Allí, en lo más alto de Castrosiero, espacio en el que los lugareños dicen que hubo una fortaleza en época celta y romana; hoy del castillo no queda nada y sólo espera la ermita visigótica de las santas Elena y Centola.Allí, el poblado de Siero se enmaraña entre restos de piedra y hiedras que se retuercen entre los huecos que dejan los viejos sillares del templo y los muros que quedan de las viejas construcciones. Lugar de misterio, también, y lugar de meditación, porque sólo unos metros más adelante la ermita permite ver un paisaje sin igual que llena los ojos de vistas espectaculares, el olfato con sugerentes olores a tomillo; el oído, con el batir de alas de buitres y carroñeras; tacto del viento que azota sobre la cara y el sabor amargo de la brizna de hierba entre los labios. 

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