El Correo de Burgos

Aranda de Duero

“Ocuparon mi casa de Aranda y fue una pesadilla”

Echar a la okupa de su casa le costó 2.000 euros pero lo peor fue, advierte, el daño psicológico.

El piso se encuentra en el número 24 de la calle Moratín

El piso se encuentra en el número 24 de la calle Moratín

Publicado por
Loreto Velázquez
Aranda

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Mientras la propietaria de una casa baja de la calle Hontanar continúa con su lucha judicial por echar a los okupas de su casa ubicada en el barrio de Santa Catalina; en la calle Moratín, María (nombre ficticio) tuvo más suerte. “En mi caso estuvieron un mes pero dejaron la casa destrozada”.

No quiere dar a conocer su nombre real pero sí su historia porque lamentablemente “le puede pasar a cualquiera”. En su caso, todo comenzó hace tres años cuando abrió la puerta a un joven que le llevaba su nuevo colchón. “Me dijo que buscaba una casa para alquiler y yo justo me acababa de mudar a mi nueva casa y estaba buscando inquilinos para la que dejaba en Moratín”, relata sin saber entonces lo que estaba punto de comenzar. “Al principio pagaba tarde pero pagaba, pero de repente, cuando llevaban un año, le metieron en la cárcel y su pareja me dijo que no pagaba más. Cambió la cerradura y empezó la pesadilla”, relata.

La okupa no tenía hijos pero trajo a varios familiares de Madrid a vivir con ella. “Afortunadamente la familia de él quería echarla también y gracias a los abogados que nos ayudaron pudimos recuperar nuestra casa”.

La solución llegó en gran parte gracias al abogado que defendía al inquilino preso, que con el visto bueno de su cliente, pudo firmar la renuncia al alquiler. “Ya con todo el regla fuimos al piso cuando ella no estaba y cambiamos la cerradura”.

La sorpresa fue mayúscula cuando la propietaria recibió una llamada de teléfono de la okupa. Estaba indignada. “Me llamó furiosa preguntando quién había cambiado la cerradura de su casa. Era como el mundo al revés”, relata.

A la hora de entrar al piso, la propietaria tuvo la prudencia de ir acompañada por la Policía. “Estaba completamente vacío, solo una televisión, unos portátiles y la ropa de él, sucia, tirada sobre una cama”. No estaban solos. La okupa aguardaba también en la puerta. “Ahí estuvimos cuatro o cinco horas discutiendo pero la Policía le dijo que no tenía nada que hacer. Ella intentó de todo, hasta me acusó de haberle robado joyas y dinero”.

Con la okupa fuera, llegaba el momento de hacer cuentas. “Tuve que pintar toda la casa, incluso los techos, arreglar los rodapiés, porque allí debió vivir mucha gente… y luego pagar el abogado, que he de decir que se portó fenomenal. Entre unas cosas y otras, la broma me salió por unos 2.000 euros”, subraya agradecida también a la familia del inquilino, porque “me ayudaron muchísimo”. “Pagaron la nueva cerradura y me ayudaron a vaciar el piso y a limpiarlo”.

“Mi marido no logra dormir bien”

Más allá del importe económico, lo peor fue el daño psicológico. “Mi marido desde entonces no logra dormir bien. Nos dejó muy tocados porque al final violan tu casa, tu seguridad”.

Hoy, esta familia ha pasado página. “Al principio quería vender el piso porque no me fiaba de nadie pero ahora tenemos a un matrimonio encantador con un bebé y bueno, espero que estén muchos años”.

Siguen los okupas de la calle Hontanar

Mientras ellos intentan superar el trance, en la calle Hontanar del barrio de Santa Catalina, otra propietaria cuenta los días para ver fuera de su casa a la familia okupa que hace más de cuatro meses decidió meterse. En este caso, según explica la propietaria, no hay ningún contrato de alquiler ni acuerdo entre las partes. Sí una sentencia judicial a su favor contra la que los okupas han decidido recurrir en el último momento.

Según consta en el procedimiento judicial, los okupas son una familia formada por una pareja y cuatro hijas, que aseguran que a ellos les vendió la llave un hombre por 500 euros. Alegan ser vulnerables pero desde que llegaron de Palencia a Aranda de Duero “nunca se han puesto en contacto con los Servicios Sociales del Ayuntamiento”.

Sin perder la confianza en la Justicia, la  propietaria desespera sin atreverse a acercarse a la casa donde creció con sus hermanos. Hoy, poco queda de los rosales que con mimo cuidó su madre. “Los han destrozado”, lamentaba hace unas semanas en este periódico.

En el barrio, la ocupación no pasa desapercibida y según la propietaria, los vecinos han presentado muchísimas denuncias por un humo “azul” que “huele fatal” y que no saben a qué corresponde, e incluso por amenazas. La luz, advierte, está encendida constantemente. “He llegado a pagar hasta 300 euros”, lamentaba.

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