El Correo de Burgos

Aranda de Duero

Siete meses después, la familia arandina logra echar a los okupas de su casa

A parte de destrozar muchas cosas y llevarse otras, lo peor han sido las fotos de la familia. Solo han dejado una.

La familia ha optado por tapiar la casa hasta que reinicien las obras de rehabilitación

La familia ha optado por tapiar la casa hasta que reinicien las obras de rehabilitación

Publicado por
Loreto Velázquez
Aranda

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Tras siete largos meses de angustia, los okupas por fin han abandonado la que fue su casa familiar en Aranda de Duero. Termina así una pesadilla para una familia que ha visto cómo unos extraños “violaban” su intimidad, su historia y sus recuerdos. No se han ido por voluntad propia. La Audiencia de Burgos rechazó el recurso que habían interpuesto los okupas y ratificó la sentencia dictada en febrero por el Juzgado de Aranda de Duero.  Tenían 30 días para abandonar la casa y el plazo expiraba ayer.

Al comprobar que seguían en el interior, tuvo que intervenir la Policía junto a la comisión judicial. Por suerte no se resistieron y abandonaron la casa dejando muchas cosas, pero llevándose también muchas que no eran suyas. También destrozaron todo lo que había a su paso, cosas con un alto valor sentimental, como las fotografías de la familia. “Sólo han dejado una”.

Todo comenzó el 14 de noviembre de 2021 cuando los vecinos les avisaron, de que dos personas habían entrado en la casa de su madre y habían cambiado la cerradura. “Yo estaba en Madrid y fui rápidamente a denunciarlo; realmente pensé que no habría problema pero los okupas dijeron que llevaban varios días, aunque era mentira, y ya no se pudo hacer nada”, asevera.

Entonces no imaginaba que el dislate iba a durar más de 210 días pero, ¿Quiénes eran los ocupas y por qué decidieron meterse en esta vivienda? Según la denunciante, se trata de un matrimonio con cuatro hijas, que habían llegado de Palencia a Aranda de Duero. Aunque ante el tribunal alegaron que les vendió la llave “un tal Mohamed” por 500 euros y que eran “vulnerables”, nunca se pusieron en contacto con los Servicios Sociales del Ayuntamiento ribereño.

Sin entrar en el debate de si son o no personas vulnerables, la propietaria hace un llamamiento a los legisladores para que otorguen al menos la misma credibilidad a los okupas que a las víctimas. “Yo no sé si son vulnerables o unos parásitos de la sociedad pero, ¿por qué tengo que ser yo su ONG?”, cuestiona.

“Me ha recordado a un cementerio, a una muerte y a un descanse en paz”

El regreso a casa ha sido duro. “Estaba todo tirado, el hedor a alcohol y tabaco todavía no se me ha quitado”, asegura sin querer entrar en detalles. “El estado desde luego era insalubre, comida hecha moho, huevos putrefactos, botellas de alcohol en uno de los dormitorios…”, resume sorprendida por los libros escolares y las mochilas, que se habían dejado así como por la cantidad de comida que tenían y que tampoco se llevaron. “Había como 40 kilos de legumbres… una barbaridad”.

A diferencia de ellos, -y aunque habían tenido tiempo de sobra para organizar el traslado- la propietaria sacó todo lo que no era suyo y lo dejó a pie de calle. “Creo que volvieron por la tarde y cogieron algunas cosas”, señala.

Aunque cuando pase todo esto y se recuperen anímica y económicamente -porque todavía no han hecho cuentas-, su idea es rehabilitar la casa familiar y volver a fijar raíces, por ahora ha optado por tapiarla; un trance también difícil. “Me ha recordado a un cementerio, a una muerte y a un descanse en paz”.

La mujer amenaza con “volver al barrio”

Pese al desagradable momento y los siete meses de periplo judicial, la propietaria, que prefiere no hacer público su nombre, lanza un mensaje de esperanza a las personas que se ven afectados por okupas. “Aunque tarde, se sale de esto”, afirma sin olvidar al gobierno y a las instituciones que pueden evitar que estas injusticias ocurran. “Es una pesadilla para los propietarios pero también para los vecinos”, apremia a sabiendas de que en su caso, pusieron muchas denuncias por las molestias que generaban pero quedaron en nada. Según explica, las últimas palabras de la mujer fueron amenazas al vecindario sobre su futura vuelta al barrio.

Porque lo cierto es que mientras ella hace cálculos, de abogado, reparaciones y de lo que se han llevado, a los okupas no les pasará nada porque aunque les han puesto una multa se han declarado insolventes. “Me repugna. Deberían hacer trabajos sociales. Así a lo mejor son un poco conscientes del daño que han hecho”, defiende consciente de que no podrá pedir daños y perjuicios porque ellos serán insolventes y ella perdería aún más dinero en los trámites judiciales. “La impotencia es tremenda pero merece la pena la lucha por lo que es nuestro”.

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