Incendio de Burgos
“El fuego ha matado a 1.400 cerdos de mi granja. Nadie vino a ayudarme”
Juan Saiz Alameda tiene una explotación ganadera en Santo Domingo de Silos
A escasos 500 metros de puesto de mando avanzado donde el presidente de la Junta de Castilla y León se reunió ayer con el equipo técnico de coordinación, se encuentra la granja de cerdos de Juan Saiz Alameda. Aunque los alrededores de Santo Domingo de Silos huele a quemado por el intenso fuego, según subes la cuesta, por el monte, el olor cambia, como lo hizo la suerte de Juan el domingo. “Nosotros estábamos aquí desde las 12.30 horas pero cuando mi hija me avisó de que había fuego en Tejada, yo pensé que aquí no llegaría, que lo apagarían antes… pero no dio tiempo”.
Con el fuego ya en la explotación intentaron tirar de lo único que tenían, las mangueras, pero era demasiado virulento. Cuando las llamas alcanzaron los árboles que dividen las dos zonas de naves, el viento creó un remolino inesperado que cambió el rumbo del fuego. “Comenzó a quemarse la nave donde tenemos a los cerdos de menos de 21 días, los animales, los pobres gritaban sin parar, pero era imposible pararlo. Estábamos solos”, relata consciente que sin refuerzos ni ayuda no pudieron hacer más. “Las cuatro personas que estábamos aquí nos jugamos literalmente la vida”, asegura.
Por desgracia el fuego pudo más y los cuatro no tuvieron más remedio que huir. “Es desolador”, relata entre lágrimas mientras muestra cómo ha quedado la nave donde había más de 1.400 cerdos. “Están todos muertos”, lamenta.
En la misma puerta se pueden ver los primeros tres cadáveres pero si entras por detrás te das cuenta del verdadero alcance de las llamas. “Esto era una sala llena de cerdos pero ni se ven. Está todo calcinado, incluso el acero de la estructura, que el fuego ha retorcido. Es dantesco”, clama mientras se apresura a abandonar un espacio que sigue echando humo. “Yo ya no tengo agua, no puedo apagar ni hacer más”, zanja impotente porque “yo pago mis impuestos y mis declaraciones de renta cuando hay beneficios, pero luego ante un incendio de semejante magnitud nos han dejado solos”.
El único superviviente
La sorpresa llega minutos después cuando al abrir una puerta de una pequeña nave contigua aparece un cerdo vivo aunque malherido. Es el único que ha podido medio salvarse de las llamas. “¡Qué pena!”, lamenta el ganadero a sabiendas de que, ante la magnitud de las heridas, habrá que sacrificarlo.
El ganadero no esconde su indignación. “Entiendo que los pueblos hay que protegerlos pero aquí estamos familias y nos dejaron tirados; ni un helicóptero, ni un bombero… nada. Sólo pude dejar las mangueras encendidas y mira cómo han aparecido; a trozos”.
Con la nave arrasada, su negocio y su modo de vida se tambalean porque una nueva nave no se hace en tres meses. “Esto es una cadena, cualquier eslabón destruye todo”, asevera sin perder de vista la única nave que queda en pie, donde están 1.100 cerdas madre. “Ninguna granja me las va a acoger porque yo como ganadero tampoco lo haría”, afirma consciente de que en una granja la trazabilidad sanitaria lo es todo. “¿Qué tengo que hacer regalarlas? Esto es mi vida, mi sudor”.
Juan tema así que sea el final. “Llevo aquí desde que tengo uso de razón pero en cuestión de horas todo se ha esfumado”, concluye.
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LORETO VELÁZQUEZ