Mundo Agrario
“No hay huevos en el mercado y como sigamos así, tampoco tendremos pollos”
Asfixiados por los sobrecostes, Juan José y Eduardo cierran su granja avícola
Eduardo Sánchez Barriuso y su hermano, Juan José, son ganaderos y agricultores de toda la vida. Su granja lleva años pagada, pero han dicho basta. Ahogados por la subida desorbitada de los costes como el gas, el serrín, el carburante y los higienizantes, han decidido cerrar su granja de pollos de engorde. Tienen 61 y 66 años, respectivamente, y esta es su historia. “Ahora todo el mundo habla de los huevos porque no hay en el mercado, pero como sigamos así, tampoco tendremos pollos”, advierte Eduardo.
Eduardo y Juan José comenzaron en la granja de su padre en Villangómez (Burgos), cuando tenían veinte años. Primero era de porcino, con 75 cerdas gestantes y 400 de engorde. En el año 1992 montaron la primera granja avícola para 20.000 pollos. Además ayudaban a su padre con la agricultura. “Cuando mi padre falleció en 1994 nos quedamos nosotros con todo y decidimos transformar la granja de cerdos en una de 15.000 pollos de engorde”. ¿El motivo? “Era más rentable y menos trabajoso. Al final teníamos la agricultura, el porcino y la avicultura… se nos hacía cuesta arriba y la de porcino había que actualizarla porque estaba muy anticuada”, argumenta.
Con este reto, en 2007 hicieron una nave moderna para 25.000 pollos, con los que llegaron a sumar 60.000, pero el destino tenía otros planes. Hace tres años la antigua cooperativa avícola con la que trabajaban hizo suspensión de pagos. “Tocó buscarse la vida. Una parte de los socios se quedaron integrados a Uvesa, que compró la cooperativa. Otros se fueron con Oblanca”.
Hace cuatro meses los hermanos tomaron la decisión más difícil: parar la actividad. "Si mejoran las cosas volveremos pero no hay nada seguro. No me voy a descapitalizar trabajando”, afirma.
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Al estar en formato integrado, a su granja llegaban los pollos recién salidos del cascarón. “Lo más importante es la primera semana, sobre todo los primeros 3 días. Hay que mantener una temperatura constante de 33ºC. Luego ya con los ordenadores vas bajando a medida que van creciendo, hasta que se los llevan, los primeros a los 30-31 días (los de clareo o picantón) y luego ya el resto, a las 7 semanas”.
En bajas, lo normal es una por mil. “Lo principal es la temperatura y por eso dependemos muchísimo de la electricidad y el gas”, apunta consciente de que ahí llega la gran dificultad. “En invierno el gas es imprescindible y el verano, la luz para la refrigeración. Como tengas algún problema, se te pueden morir en 15 minutos”.
Los costes se han disparado
Las cuentas no salen. “Antes en verano pagábamos de luz 2.000- 2.300 euros mensuales pero desde que la guerra de Ucrania, pagamos 7.000. El gas, más de lo mismo, una subida brutal, como los carburantes o el serrín o los higienizantes de agua; es que hablamos del doble o triple”.
En su larga trayectoria nunca se había visto en una situación tan complicada. “En 1992 pagábamos un préstamo con intereses del 15,5% y se sacaba mejor que ahora”.
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Al pollo no le engañas
La integradora aporta los pollitos y el pienso, mientras que ellos ponen el trabajo y la energía. “A nosotros nos pagan por toneladas de carne sacada, luego teníamos un incentivo por la calefacción, pero nos lo quitaron. También hay uno por la transformación y premian cuando los pollos comen menos y pesan más. El truco está en granjas energéticamente eficientes y bien asiladas. No hay mucho más, al pollo no le engañas. Si le quitas calefacción, come más y el pienso puede ser incluso más caro”.
La temperatura es vital. “Dos días antes de recibir a los pollitos tienes que precalentar la nave porque si no el suelo estará frío”, advierte sin olvidar la necesaria ventilación. “Hay que evitar las condensaciones y que se ponga mala la cama porque se pueden quemar las patas y luego tienen callosidades que no quiere ni la integradora ni el consumidor”. Entre pollada y pollada, la granja queda libre veinte días para realizar las tareas de limpieza y desinfección.
¿Vender la granja es una opción?
Cerca de la jubilación y conscientes de que los hijos no quieren continuar, la única solución es vender la granja, pero ¿es posible? “Es muy, muy difícil porque cuestan mucho dinero. Nosotros intentaremos venderlo pero está muy mal la cosa. Hay mucho riesgo para lo poco que se gana”, concluye.
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