La ciudad más pequeña del mundo celebra una de las fiestas más antiguas de España
Las Fiestas del Capitán de Frías, una de las fiestas más antiguas de nuestra cultura popular, rememoran el 24 de junio la insurrección de los vecinos contra el conde de Haro en 1450 para defender sus privilegios como ciudad.
Es la ciudad más pequeña de España y del mundo. Pero con sus menos de 300 habitantes y su aspecto encantador de aldea de cuento de hadas, con un castillo elevado al más puro estilo Disney, Frías no lo parece. Sin embargo, sus calles empedradas libres de tráfico, sus soportales de madera, sus casas blasonadas y su imponente puente medieval hablan de un esplendor pasado donde no siempre la vida transcurrió tranquila.
Los vecinos de Frías, que desde 1202 disfrutaban de un generoso fuero real, tuvieron que luchar a capa y espada para defender sus privilegios, protagonizando una heroica revuelta popular que más de ocho siglos después sigue recordándose con una singular fiesta a finales de junio, coincidiendo con San Juan.
Y es que mientras gentes de toda España se preparan para “quemar lo viejo” en las hogueras bajo cielos estrellados, al norte de la provincia de Burgos, la ciudad más pequeña del mundo se afana en rescatar esa antigua batalla y homenajear a su “Gran Capitán”. Aquel joven gallardo que, en aquel remoto año de 1450, capitaneó a los vecinos de Frías contra las tropas del Conde de Haro para defender los fueros otorgados quince años antes por el rey Juan II de Castilla.
De aquel heroico levantamiento popular y de su aguerrido líder deriva el origen de la actual Fiesta del Capitán de Frías, unas de las más antiguas de la cultura popular española. La cita es el último fin de semana de junio en Frías, a una hora de Burgos y en medio de las espectaculares Merindades, el perfecto destino para escapar de la rutina y respirar aire puro.
Lo que cuenta la historia
La grandeza de Frías data de lejos. Ya en 1202 el rey Alfonso VIII de Castilla le otorgó un espléndido fuero real e hizo de ella un importante centro comercial, viario y sobre todo defensivo. Dos siglos después la singularidad y grandeza de la que ya fuera centro neurálgico del Valle de Tobalina, se vio reforzada con la concesión del título de ciudad: el 12 de mayo 1435 Juan II concedió este honor a Frías, un título que nunca desaparecería, si bien ha pasado por no pocas vicisitudes a lo largo de la historia.
Un capítulo fundamental fue en 1446, cuando Frías fue entregada al conde de Haro, don Pedro Fernández de Velasco, en un intercambio por la villa de Peñafiel. Era el comienzo de unos años oscuros para los vecinos de Frías, acostumbrados a vivir bajo un régimen de privilegios. El conde iría poco a poco retirando a Frías sus dispensas e imponiendo el pago de impuestos a la ciudad, que en el año 1450 se sublevó en una heroica revuelta.
La insurrección popular fue respondida drásticamente por el conde con un largo asedio de dos meses, en los que se produjeron numerosos choques armados. La estoica resistencia de los vecinos, capitaneados por un joven bravo, condujo a una paz pactada entre ambas partes, que obligó al conde a acceder a varias condiciones de los vecinos.
Las Fiestas del Capitán son un homenaje a aquel joven valiente que condujo el levantamiento de los vecinos. Cuenta la historia que se comenzaron a celebrar con rigor desde los mismos tiempos del acontecimiento, lo que hacen de ellas una de las más antiguas de nuestra cultura popular. Con ese valor simbólico y riqueza histórica y patrimonial llegan a nuestros días, siendo desde el año 2000 Fiestas de Interés Turístico Regional.
El día grande de la fiesta es el domingo más cercano al 24 de junio -en este 2023, 25 de junio- si bien los festejos y la animación ya están en la calle desde el mismo viernes.
El sábado los bailes tradicionales de los danzadores son una constante en Frías. Es el preludio del acto principal de la fiesta: la elección de la figura del Capitán, que debe superar la prueba del revoloteo de la bandera entre todos los aspirantes. El domingo, día grande, los actos comienzan temprano, cuando aún no ha salido el sol: danzantes y gaiteros, con el acompañar de la música y de los cohetes, recorren casa por casa todas las calles de la Ciudad, en las tradicionales dianas.
Tras la Misa del Capitán en la parroquia, el venerado líder da otra vuelta por las calles de la ciudad, entre vivas, vítores y gritos tradicionales. “¡Chiquillos a las habas y las cerezas!”, se escucha a gritos, en recuerdo del asedio, antecediendo a una estampida de pequeños que corren despavoridos hacia las huertas y fincas. Danzantes, músicos, caballos enjaezados, gentes ataviadas y público, mucho público, acompaña a la comitiva en su bajada hasta el puente medieval y vuelta de nuevo a la ciudad.
Por la tarde tiene lugar otro de los actos más solemnes y aplaudidos de la fiesta, la popular Jota de San Juan, cuando el Capitán sale en busca de la moza elegida como Capitana. Una última vuelta a la ciudad y el Capitán procede al reparto de rape entre los asistentes, en recuerdo del reparto de víveres en aquel duro verano de 1446…
Qué ver en Frías
Frías se ve de lejos, asentada sobre el peñasco de La Muela, imponiendo su belleza sobre el paisaje ya desde la lejanía. Su flamante postal está presidida por su imponente castillo medieval, construido en el siglo X. Fue un símbolo en el valle de Tobalina y la pieza clave para Frías, ya que le concedió un valor estratégico encomiable que le abriría el camino de bonanza y fueros iniciado por Alfonso VIII de Castilla.
Dentro de este rol defensivo que el rey ideó para la ciudad, se alzó también un recinto amurallado, bastante bien conservado en la actualidad, y un portentoso puente románico sobre el río Ebro. Se trata de uno de los mejores ejemplos de puente medieval defensivos de toda la Península Ibérica. Junto a sus seis arcos de medio punto, destaca su flamante torre, en la que se cobraba el derecho de pontazgo, un impuesto que le ganó no pocos dineros, gracias a su localización viaria estratégica.
Intramuros, las sorpresas siguen: sus casas colgadas, menos famosas que las de Cuenca y sin embargo igualmente encomiables y desafiantes al tiempo y la gravedad, fueron levantadas aprovechando el cortado rocoso. Constituyen uno de los mejores y más bellos ejemplos de arquitectura defensiva en España. Varias iglesias románicas (la iglesia de San Vitores, la de San Vicente y la Ermita de Nuestra Señora de la Hoz) y casas palaciegas incrementan la riqueza de este precioso enclave, siendo la arquitectura popular y el placer del callejeo ajeno al tiempo actual sin duda su mayor atractivo.