Aguilar de Bureba. Paz plena en el corazón de la Bureba
La localidad, ubicada a pocos kilómetros de Briviesca, tuvo un pasado ligado a viñedos y mantiene tradiciones singulares como el juego de las chapas en fiestas
Aguilar de Bureba es una pequeña localidad ubicada a muy pocos kilómetros de Briviesca, en el corazón de la comarca de la Bureba. El llano sobre el que se asienta este pueblo está coronado por un cerro sobre el que asienta la ermita de San Guillermo. Su cercanía a Briviesca, centro neurálgico de la comarca, ha marcado el devenir de la localidad.
La riqueza de su tierra, con una gran actividad del cereal, fue uno de los atractivos de los primeros asentamientos. Además, fue un importante productor de vino Chalolí, que se elaboraba a través de la uva que se recogían en sus propios viñedos, ya desaparecidos, lo que hizo que en el pueblo llegara a haber hasta una treintena de bodegas. Aún quedan algunas de esas antiguas bodegas en la actualidad
En el año 947 ya aparece la primera referencia escrita a Aguilar de Bureba en los cartularios de Oña. Fray Valentín de la Cruz, que fue cronista oficial de la provincial, recordaba que Aguilar tuvo dos escudos, por lo menos hasta 1890. En uno de ellos aparecía una torre almenada sobre un monte que, probablemente fuera sobre el que se levanta la ermita de San Guillermo. El otro tenía un águila totalmente abierta, de una sola cabeza que mira a su derecha y con la cola extendida y garras perfectamente marcadas.
Fue también Valentín de la Cruz el que definió Aguilar de Bureba, en su libro ‘Burgos. Guía completa de las tierras del Cid’, como pueblo levítico, muy prolífico en sacerdotes, bondadoso y tradicional. Fue también una villa realengo, lo que significaba que dependía directamente del rey.
Entre los lugares de interés que se pueden visitar en Aguilar de Bureba destaca la iglesia de Santa María la Mayor. Se construyó entre finales del siglo IX y los primeros años del siglo XII. En su construcción se siguió el modelo de la Escuela de Oña, al estilo de las iglesias románicas de la época.
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Hasta el siglo XV, la iglesia mantiene el formato original, y es a partir de entonces cuando empieza a experimentar cambios, como se ha llevado a cabo en otros. Se lleva a cabo una profunda reforme que afecta a los dos últimos tramos, donde se construye un coro alto con bóveda estrellada y un acceso a través de un husillo por el muro norte. Más adelante se levantan dos capillas más en los lados norte y sur, lo que hace que adquiera una planta de cruz latina. Las capillas se cubren con bóvedas que ya son de estilo plateresco. La transformación del templo continúa a lo largo de los siglos.
En el XVIII, nuevas edificaciones prácticamente dejan invisible su estilo románico. Y a finales de este siglo y comienzos del siglo XIX el muro norte queda oculto tras levantarse una nueva edificación que se utilizaría como almacén. En el interior destaca el Retablo Mayor, de estilo rococó, y los dos laterales. A mediados del siglo XX comenzó una restauración de la iglesia que se centró sobre todo en el interior. A pesar de que en 1983 fue declarada monumento histórico-artístico nacional, los problemas de conservación se fueron agravando.
Fue en el año 2002 cuando se vivió el peor momento de este templo, cuando se vino abajo todo el tejado de la nave, así la escalera de acceso al campanario de la iglesia. A ese grave problema se fueron sumando las filtraciones, que afectaron a la zona del retablo que daba a la pared que quedó al descubierto tras el primer derrumbe del tejado de una de las naves laterales.
Hubo que esperar 18 años para que se llevara a cabo la demandada y necesaria restauración. La actuación tuvo un coste total de 324.560 euros, asumidos al 50% por la Consejería de Cultura y Turismo con fondos Feder, y la otra mitad entre la Diputación y el Arzobispado.
Entre las tradiciones y fiestas de la localidad tiene un lugar destacado el juego de las chapas, que se celebra durante las fiestas patronales, el último fin de semana del mes de mayo.