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«Se comen los órganos, pero dejan las tripas. El espectáculo es espeluznante»

Jonathan Alamillo, un joven ganadero del norte de Burgos, se replantea su futuro tras sufrir tres ataques de lobos consecutivos. COAG alerta de que el número de incidencias ha aumentado un 38%

Los ataques de lobo ponen en jaque a los ganaderos.ICAL

Burgos

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El lobo ha implantado un nuevo modo de acoso: la «intimidación». La manada se aposta en una colina y otea la finca donde se ejerce la ganadería extensiva. Ante este panorama, ni las reses ni los ganaderos pueden ya estar a lo suyo con tranquilidad. «A veces los veo a lo lejos. Están a un lado de la carretera. A medida que me voy acercando con el coche los distingo con más nitidez. Hay cuatro. Son enormes. Solo cuando estoy a pocos metros dan un brinco y se ocultan en el bosque».

Quien habla es Jonathan Alamillo, un joven ganadero de COAG que posee una granja en el término de Salazar, al norte de Burgos. Jonathan ha sufrido en las últimas semanas tres ataques del lobo consecutivos con un saldo de dos terneros y una vaca devorados por el canis lupus. «Son muy exquisitos: se comen el corazón, los pulmones, el hígado... O sea, los órganos, pero dejan las tripas. El espectáculo es espeluznante».

«Tienes que hacer un esfuerzo inmenso para no ponerte a llorar. Mi padre, que me acompaña en la labor, no duerme por las noches aterrado por estas visiones», confiesa Jonathan, en declaraciones recogidas por la propia organización, completamente desesperado. 

En la actualidad, este joven burgalés pastorea 150 reses en una granja poblada de encinas y robles. Asegura que en diez años que lleva con el ganado jamás había tenido problemas. Sin embargo, en los últimos meses una manada de lobos se ha instalado en la zona y está sembrando el pánico. «Las propias reses están todo el rato alteradas. Y mi padre y yo, lo mismo. Ya no es el dinero de la compensación, que tarde o temprano terminas cobrando, es la sensación de angustia que te queda», detalla. 

A tenor de lo que está viviendo, Jonathan se replantea su futuro. Recuerda, por ejemplo, que «uno de los ataques, en el que los lobos desgarraron a un ternero de dos días, se produjo casi delante de nuestras narices. No había ni cien metros. La manada se coló en el cercado, rodeó al ternero, le asestó varios zarpazos y se largó». «No puedo con el lobo. Terminaré encerrando al ganado», lamenta.

Mientras tanto, COAG comienza a advertir una tendencia creciente en los ganaderos a decantarse o plantearse la estabulación de sus cabañas, dada la permanente sombra del lobo sobre sus economías, y sobre sus estados de ánimo. Incluso los veterinarios, sobre todo los más pegados al problema: los que acuden a la zona afectada reclamados por los ganaderos tras los ataques, empiezan a reconocer que es prácticamente imposible que la ganadería extensiva pueda desarrollarse en las zonas donde campa el lobo con la mayor protección legal.

El problema, además, está lejos de resolverse porque según los últimos datos recabados por la Consejería de Medio Ambiente, el número de ataques se ha disparado desde que el Ministerio de Transición Ecológica sobreprotegió al lobo: desde enero de 2022 y hasta el 30 de junio de este año, el número de ataques ha subido un 38%, hasta sumar la cifra de 8.386 las veces que las granjas ha sido asaltadas por el lobo. El número de reses devoradas en el mismo periodo ha sido de 13.091.