Nacho Rincón, agricultor de Moradillo de Roa: “El pequeño viticultor está en peligro de extinción”
Nacho Rincón advierte de los riesgos de la compra masiva de viñedos por parte de bodegas grandes en Ribera del Duero
Nacho Rincón, también conocido el ‘vitinfluencer de la Ribera’, por la difusión de los trabajos de viñedo en sus redes sociales, lleva media vida en el campo y lo tiene claro: “el pequeño viticultor está en peligro de extinción”. “Entre el relevo generacional, que no hay, y la compra masiva de viñedos por parte de grandes bodegas, muchas llegadas de Rioja, los pequeños viticultores están desapareciendo”, advierte, convencido de que esta nueva tendencia no solo acaba con el empleo local, sino que puede repercutir también en el precio de la uva.
En su opinión, el crecimiento continuo de hectáreas plantadas merma la sostenibilidad de la Denominación de Origen. “Antes estábamos en 26.000 hectáreas y ahora estamos en 31.000. Yo creo que hay que cortar. Solo hay que ver lo que ha pasado en Rioja, que están arrancando. No saben qué hacer con la uva, y es una pena, con lo que cuesta sacarla adelante”, lamenta, sin olvidar otras zonas tensionadas como la D.O. Rueda. “Al final, el que paga el pato es el viticultor”, señala, al recordar el papel que juega el sector en el medio rural. “De esto come mucha gente. No podemos matar la identidad de la Ribera del Duero”.
Pero lo cierto es que tampoco hay relevo generacional. “No hay facilidades, y los jóvenes lo tienen muy difícil porque empezar de cero es demasiado caro. Si no es algo casi de familia, el joven no puede entrar, y al final, el viticultor que se jubila se lo termina vendiendo a las grandes bodegas”.
Aunque en esta cosecha, al ser corta en cantidad, no se verá, la realidad saldrá a la luz, asegura, en cuanto haya dos cosechas abundantes seguidas. “La Ribera de Duero tiene que ser consciente de que la uva que llega a la bodega luego es vino que hay que vender. Si no se vende, se quedará en las bodegas y eso siempre es un problema. Cuando llegue ese momento, veremos las orejas al lobo y habrá una gran criba”.
Por el momento, Nacho ha finalizado la vendimia y prepara el terreno para el invierno. “Ahora comienzo a preparar el descompactado de la tierra, una tarea que considero esencial, sobre todo para controlar las hierbas de abril”, subraya, a sabiendas de que en esta época otros optan por el abonado. “Algunos abonan antes de la poda con excrementos de oveja, para que con las heladas se vaya descomponiendo y adhiriendo al suelo. Yo lo echo en formato pellets en marzo”.
Como muchos otros, Nacho es un pequeño viticultor de la Ribera del Duero, concretamente de Moradillo de Roa (Burgos). Ahí trabaja la variedad tempranillo y un poco de albillo, la nueva variedad de la Denominación de Origen. “Se está dando un interesante giro al blanco, y eso se está viendo ya en el precio de la uva. Este año, de hecho, la han pagado más cara que la de tempranillo; es algo que no había pasado en la vida”, afirma, convencido de que el consumidor manda. “Hay una nueva tendencia de consumo y eso hace que muchas bodegas se estén abriendo al albillo”.
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Tanto en uva tinta como en blanca, no ha sido un año fácil. “Ha habido de todo: granizos importantes, heladas y, como colofón, una vendimia muy marcada por las lluvias y la amenaza de hongos como Botrytis y Oídio. No nos ha faltado de nada”, ironiza mientras da un dato esclarecedor: “En lo que va de año, ya hemos superado los 800 litros de lluvia; ha caído ya tanto como en los dos años anteriores juntos”.
A diferencia de 2017, cuando Nacho y, en general, los viñedos de Moradillo, lograron esquivar la histórica helada del 27 de mayo, este año no ha tenido tanta suerte. “Me ha afectado bastante, tanto las heladas del 23 y 24 de abril como el granizo, pero afortunadamente las viñas consiguieron rebrotar, aunque claro, en menor cantidad. En las viñas fuertemente dañadas por las heladas habré recogido unos 2.000 kilos por hectárea, cuando lo normal son 7.000, pero no me quejo porque, al menos, la calidad es muy buena”.
En su opinión, detrás de estos desafíos cada vez menos extraordinarios, está un cambio climático que ya ha llegado. “La brotación este año se adelantó dos semanas y, al final, eso implica tres semanas más de riesgo de que la cosecha se estropee”, termina.