El Correo de Burgos

>CERTAMEN INTERNACIONAL DE COREOGRAFÍA / Desde dentro

Luces y sombras de una vida en danza

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

La cita es en el vestíbulo del hotel Silken. Puntual Marc Rovira, que compite en la modalidad de Hip Hop. Le acompaña el responsable de Comunicación del Certamen Internacional de Coreografía, Eduardo Vielba, que acude raudo a buscar a Myriam Agar y Eduardo Castro, participantes en Danza Contemporánea y Vertical, respectivamente. Toman sus asientos y charlan con unos cafés, ellos, y un botellín de agua, ella. Entre ponte bien y estáte quieto, una percepción de la artista francesa lanzada a sus compañeros abre el debate entre los tres colegas: ¿Por qué es mayor la presencia de hombres coreógrafos a pesar de que siempre son más las bailarinas, paso previo natural a la creación?

Advierte Eduardo Castro que no será políticamente correcto en su respuesta pero la lanza. El más veterano del trío, con ya ni sabe los años en el oficio, cree que las mujeres son más conservadoras, necesitan mayor seguridad y arriesgan menos que los hombres. Myriam Agar está de acuerdo, pero añade que no puede ser de otra manera cuando es la mujer la que llegado el momento de dar el salto tiene que decidir si apostar por su vida personal o por la profesional. La compatibilidad de ambas se presenta como una misión imposible: viajes, inexistencia de horarios, ensayos, funciones...

«Las coreógrafas que yo conozco no tienen familia, mientras que los hombres sí», observa con el asentimiento de Castro. La segura y decidida voz de Marc se escucha para puntualizar que la estabilidad de un artista en España es rara y Myriam explica que es así por la dificultad de formar una compañía estable. Una realidad que contrasta, anota Eduardo, con Alemania, donde todas las ciudades por muy pequeñas que sean cuentan con una.

¿Inexplicable? ¿Por qué? Habla la coreógrafa francesa con conocimiento de causa. «Aquí el artista no tiene estatus, una realidad diferente a la de, por ejemplo, Francia», dice. En el país vecino existe la figura de Intermitente del espectáculo, por el que una compañía que haya realizado un mínimo de bolos anuales, tiene derecho a recibir un sueldo mínimo mensual al año siguiente. Un colchón que le permite dedicarse a la creación sin preocuparse de buscar las alubias en otros caladeros.

Myriam, Marc y Eduardo se saben afortunados porque ellos sí viven de la danza en España, pero no de la creación como les gustaría, sino de la enseñanza, que tampoco les importa aunque algún pero se escapa.

Una vez dentro de las aulas, ineludible es el abordaje de la importancia de la educación en los coles, la necesidad de incorporar la danza al currículo de los centros escolares para que los niños se acerquen a este mundo con naturalidad y se conviertan en futuros espectadores. Los tres autores se tiran de los pelos de que esto aún no sea así, de que solo se roce esta disciplina en Educación Física, en algo llamado Expresión Corporal, y de que ni pase por la cabeza de los gobernantes un mínimo cambio.

Con fuego se juega al meter mano a las altas esferas. De las palabras de los tres se colige que la política cultural en lo que toca a la danza es errónea. Faltan centros de coreografía -solo hay en Valencia y Galicia-, apenas existen residencias de artistas, con la excusa de la crisis cada vez más veces se ofrece ir a taquilla y la programación en los teatros sigue siendo escasa. En el lado positivo de la balanza, la calidad y la cantidad de escuelas de danza en toda España. «Son muy buenas, pero todos los bailarines que salen se tienen que ir fuera porque aquí no hay trabajo». Otra contrapartida más. Tampoco benefician en nada los programas televisivos que la han puesto de moda. Ni él, ni Myriam ni Eduardo son fieles de ¡Fama, a bailar! «Es una perversión. Lo que se ve no tiene nada que ver con el baile. Lo único bueno es que ha llevado a mucha gente a las academias, aunque con las ideas equivocadas», observa el primero, el más crítico con este tipo de programas, a los que no considera danza, sino espectáculo, un reality como otros, y contra los que arremete sin dejar títere con cabeza. Su principal dardo es para los formadores que, según él, no son tal.

Con cara de póquer se quedan al preguntarles por la compañía de una señora llamada vanidad en este mundo. Eduardo habla de narcisismo, Myriam cree que se confunde con la seguridad y la disciplina que obliga a tener desde pequeño y Marc opina que sí hay mucho divo, aunque los circunscribe al circuito más comercial. «En el resto no hay vanidad porque no hay oportunidad para ello», aduce.

El cariz tirando a negro de la conversación se rompe con un brochazo rosa de la mano de Eduardo Castro. No quiere que el lector se quede con un cuadro en ruinas del mundo de la danza. Marc y Myriam se suben sin mesura a este tren. Viven de su pasión, disfrutan con cada paso de baile y hacen gozar a mucha gente -esperan que cada vez más-. La vida es bella. Y la danza, también.

MARC ROVIRA  El baile tiró más que las ciencias

Le duele a Marc Rovira que cuando se habla de hip hop se siga pensando en el malote con gorra ladeada y pantalones cagados que se tira al suelo a bailar. Nada más lejos de la realidad. Esta modalidad implica el mismo sudor que el resto. Él confiesa que abrazó esta fe como una afición cuando estaba en el instituto. Le picó fuerte y comenzó la formación. Cuando a los 16 años le ofrecieron entrar en el Instituto de Teatro de Cataluña, dijo no. Él quería estudiar Ciencias. «Nadie me había educado, no lo veía como un oficio». Pero finalmente la danza ocupó más y más tiempo y la universidad se quedó atrás. Ahora vive de ello.EDUARDO CASTRO De 'Aplauso' al Ballet Nacional

Es veterano en estas lides y se nota. Le gusta su trabajo y disfruta con él y, también, se nota. Y entre nota y nota pone una guinda. Eduardo Castro se ríe al recordar sus inicios. Fueron en el programa Aplauso. De ahí pasó al Ballet Nacional. Compartió muchos años con Nacho Duato y cuando este ritmo de vértigo cesó se le cayó el mundo a los pies. «Vives a un nivel tan alto que cuando lo dejas pasas un bache psicológico tremendo». Él lo superó formando su propia compañía y abriéndose camino en los escenarios verticales y dando clases en el Conservatorio Superior de Madrid.MYRIAM AGAR Culebrón galo con final feliz

La historia de Myriam Agar es un culebrón. Lo dice ella misma. Empezó a bailar con 6 años en su Francia natal y a los 17 ya estaba contratada. No sabía que un accidente de tráfico cortaría en seco su carrera. Un año en el hospital le hizo tirar la toalla y empezar a estudiar Física y Química. Pero la rehabilitación se le antojaba escasa y la completó con baile. Cogió forma y obtuvo una beca de la Escuela Profesional de Danza. Allí se dio cuenta de que quería explorar la danza Clásica y con esas llegó a Zaragoza. Nueve años estuvo en la Academia de María de Ávila y, desde hace tres, da clases en el Conservatorio de Madrid.

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