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ARTE PLÁSTICO

Jorge Morgan, la búsqueda infinita

El pintor madrileño abandona la soledad del estudio y durante unas horas comparte su trabajo más reciente, que se regodea en la superposición de planos, en el juego de letras y en su pasión por los ríos

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Burgos

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A.S.R. / BurgosJorge Morgan cambió anoche la soledad del estudio por la conversación animada y la alegre compañía, el olor del aguarrás por el aroma del vino y la sensual voz de Diana Krall por el chinchín de las copas. El pintor madrileño sacó a pasear su trabajo más reciente y durante unas horas lo expuso al juicio de amigos y gente de la cultura en la nave de impresión digital de Título. Después, como si fuera un hechizo de cuento, volverían al taller con una misión que cumplir: formar parte de una exposición de en torno a cuarenta piezas para el próximo otoño.Estas obras, que lucían ayer encerradas en cajas de metacrilato, se regodean en una superposición de planos, una rica paleta cromática y el uso de telas pintadas. Es el último camino emprendido por Jorge Morgan, embarcado en una búsqueda infinita, sometido a una reinvención constante, un espíritu abonado a la eterna juventud.«Concibo la creación como un avance. Hay pintores que toda la vida hacen el mismo tipo de obra y otros que tienen etapas. Yo estoy entre estos últimos porque si no al final caes en la monotonía y acabas repitiéndote a ti mismo», explica el creador, que transita ahora por un camino en el que domina un alegre baile de letras, un juego con el que persigue la complicidad con el espectador, y su confesada obsesión por los ríos -al Arlanzón dedica una de las obras expuestas ayer-.Cree que este embeleso se remonta a su infancia, cuando sus padres lo llevaban a él y a sus hermanas los domingos al río. Allí nadaban, montaban en barca, veían peces, retaban a las serpientes... «Era maravilloso y desde entonces me extasían los ríos, aunque no los pinto, pero sí me empapo de sus sensaciones, sus colores, sus reflejos...», ilustra y recuerda estas excursiones como una bocanada de aire fresco pues la familia vivía en el estudio del padre, también pintor, que, sabedor de las dificultades de hacerse hueco en este mundo, impidió a su hijo estudiar Bellas Artes.Le hizo caso y se decantó por Magisterio. Pronto se cansó de dar clases, corrían los años setenta y decidió vivir su particular momento bohemio en Londres en vez de en París. Fue a orillas del Támesis donde lanzó su carrera artística. Allí organizó su primera exposición individual.Fue el principio de un laberinto de caminos iniciados, exprimidos y terminados.Regresó a casa, dio clases y se enganchó al mundo del diseño, se cansó y lo dejó todo por la pintura, a la que se dedicó sin condiciones, olvidado de todo, en un pueblo de Toledo, hasta que el bolsillo le pidió volver a Madrid. Allí se hizo empresario, creó su propia agencia de diseño y dejó al margen la pintura, solo se echaba en sus brazos en pequeños ratos de intimidad, él y ella, solos, hasta que el hijo de Fernando Fernán Gómez descubrió por casualidad su trabajo y le propuso inaugurar su galería. Se volcó en esta aventura y con ella puso fin a quince años de silencio.Ha transcurrido una década desde aquella exposición y no ha parado, con presencia en salas, en galerías y en ferias de arte, tanto en España como en otras ciudades de Europa. Una larga lista a la que el próximo otoño quiere añadir una muesca más para después emprender una nueva búsqueda.