«Las novelas deben alimentar la vida»

Una ciudad comida por la niebla como la Balma en la que cae Ambrosio Leda, el protagonista de La soledad de los perdidos, la última novela de Luis Mateo Díez, envolvió la charla que el escritor leonés compartió con Ernesto Escapa sobre su literatura con la excusa de la presentación de este libro, al que el periodista auguró un reconocimiento creciente e incluso se atrevió a aventurar que puede darle el Premio Cervantes, que se falla el lunes.

Majestuosa y fascinante fueron dos de las palabras escogidas por Escapa para pintar esta obra, a la que ve como la cumbre de una gran trayectoria. En este último punto sí estuvo de acuerdo un abrumado Luis Mateo Díez ante las flores lanzadas por su paisano en el retrato previo a la charla -«tengo un nivel bajo de autoestima y esto me viene muy bien»-. El escritor sí, dijo, puede ver La soledad de los perdidos como aquello que existía al final del río que recoge todo lo sedimentado en su largo cauce, pero escogió unos versos del poeta Agustín Delgado, a cuya memoria dedica el volumen, para resumirla: Pelo de ceniza / tu ciudad raposa. / Con la luz degollada / y metida en un saco.

Reconoció Díez que esta novela ha sido un desafío especial, «un reto que puede estar avalado por el propio conocimiento que tengo del mundo literario, por haber escrito tanto, por ese continuo reto de descubrir mundos literarios que alimenten mis obsesiones, que me ha llevado a La soledad de los perdidos».

Esta obra le ha llevado dos años de su vida, admite que es ambiciosa y también de entrada difícil, pero que, garantizó, una vez dentro ya no se sale: «Propongo al lector un viaje impredecible, que es lo que se me ofreció a mí escribiéndola».

La novela cuenta la historia de Ambrosio Leda, un maestro que durante la posguerra -y quedó claro que no es una novela más sobre la Guerra Civil- huye de su ciudad para proteger a su familia. No se va lejos, se queda a pocos kilómetros, en una ciudad oscura, donde «hace un proceso de autoconciencia personal y una operación de olvido de lo que fue» y donde en su continuo deambular le suceden cosas estrambóticas, alucinantes, patéticas, divertidas...

Noche, niebla, oscuridad y soledad son cuatro de las palabras claves de esta novela, de la que el escritor, desveló, siempre quiso hacer una fábula contemporánea, pero en la que el simbolismo manda. No podía ser de otra manera si lleva la firma del creador de Celama.

«La actualidad en la literatura no me interesa. Estoy saturado con tantos medios de comunicación. Me interesan más los referentes simbólicos», insistió durante la charla y explicó que se daba por satisfecho si el lector después de leerla «no sabe qué ha leído, pero le ha perturbado, le ha hecho sentir cosas y ve que está en un mundo de engaños, contradicciones, desgracias, placeres y emociones encontradas y es un mundo de oscuridad y zozobra (...) Las novelas deben alimentar la vida y la conciencia de lo que somos».

Se reconoce Luis Mateo Díez, Premio Nacional de Literatura en 1987 y 2000, un escritor elitista -«aquí le pido al lector un esfuerzo suficiente para que se adueñe de lo que le ofrezco»-, alejado de la literatura de entretenimiento, de la escritura de los medios de comunicación, que testifican la realidad.

«El arte tiene un compromiso profundo con la vida y este no está en las apariencias, sino en las emociones más recónditas, los asuntos secretos y misteriosos de lo que somos. Eso es lo que ofrezco en La soledad de los perdidos», brindó y, antes de salir a otra noche de niebla, dejó una sentencia más para alimentarla: «La posibilidad de descubrir las cosas profundas, los asuntos oscuros del ser humano, está en las novelas»