El Correo de Burgos

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«Perder la fe en las hadas es no creer en nosotros»

Lucía Miranda dirige a The Cross Border Project en ‘Perdidos en Nunca Jamás’, un montaje que habla de la obligada huida de los jóvenes españoles en busca de su particular cuento. Mañana en Cultural Caja de Burgos

Un aeropuerto. Miles de jóvenes con las maletas hechas dispuestos a abandonar su país. Son los ‘Perdidos en Nunca Jamás Trabajarás en lo que Estudiaste’.-

Un aeropuerto. Miles de jóvenes con las maletas hechas dispuestos a abandonar su país. Son los ‘Perdidos en Nunca Jamás Trabajarás en lo que Estudiaste’.-

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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Después de una feliz y fructífera estancia en Nueva York, Lucía Miranda (Valladolid, 1980) se vio haciendo las maletas. Su visado había caducado y debía volver a su país. «Encontré una España totalmente rota, donde quedabas con los amigos para despedirte porque todo el mundo se estaba largando, tuve que volver a casa de mis padres durante varios meses, mandaba cientos de correos con mi currículum y nadie me respondía...». Se miró en el espejo y allí estaba Wendy, la protagonista de Perdidos en Nunca Jamás, el último proyecto de The Cross Border Project, la compañía que dirige, con la que mañana llega al escenario de Cultural Caja de Burgos de la avenida de Cantabria (20.30 horas, entrada: 8 euros).«Perdidos en Nunca Jamás cuenta la historia de mi generación, de un montón de gente súper preparada que se tiene que estar largando del país porque aquí no hay trabajo», resume Miranda esta pieza inspirada en el clásico Peter Pan, de Lewis Carroll, que ha escrito junto a Silvia Herreros de Tejada, experta en este texto.«Wendy es una periodista que, como tantas, se ha quedado en paro y se ha tenido que volver a casa de sus padres, con 30 años, cuando era independiente y vivía tranquilamente sola, y Peter, por el contrario, es un amigo de toda la vida, un nini, que ni estudia ni trabaja y siempre se ha dedicado a vivir como ha querido. Pasan una noche en el bar de Garfio con los Niños Perdidos, su grupo de amigos, y juegan a hacer y ser todo lo que no pueden en la vida real. De repente, pueden tener una familia, comprar una casa, existe un sistema meritocrático de entrevistas y de acceso a los trabajos... Es la típica noche de borrachera en la que todo es posible, pero cuando te levantas por la mañana tienes que hacer la maleta...».Esa noche, apostilla la directora, y solo durante ese tiempo en el que corren las cervezas, España deja de ser ese País de Nunca Jamás Trabajarás en lo que Estudiaste en el que se ha convertido y que dibuja este montaje que, de alguna manera, ha servido a Miranda para redimirse de esa situación que la recibió en el aeropuerto.«La obra es una de esas apuestas arriesgadas que haces, en la que pides dinero a todo el mundo, lías a todos tus amigos y a toda la familia para que se metan en el ajo y ha salido muy bien», explica la joven creadora con el Premio para Jóvenes José Luis Alonso de la Asociación de Directores de España (ADE) en la mano y con una agenda que, sin ser una pieza súper comercial, les garantiza un bolo mensual. Lucía Miranda no se puede quejar. Y no lo hace. Ella aún cree en las hadas.«La obra también habla de eso, de cómo estamos perdiendo la fe en las hadas, que es hacerlo en nosotros mismos, en nuestra capacidad de poder hacer las cosas».Paro, precariedad, ilusiones rotas, generaciones perdidas, fuga de cerebros, falta de oportunidades... Aunque la realidad que pinta Perdidos en Nunca Jamás es tan negra como la que observa el vecino del quinto desde su ventana, el tono de la obra es optimista.«Nos reímos mucho de nosotros mismos, de una generación que muchas veces soluciona los problemas en los bares, es una crítica a nosotros, a nuestros padres, al sistema...». Pero ni el poder del teatro para transformar la realidad consigue retener a estos veinteañeros y treintañeros que, con la resaca de los sueños, deben coger un avión. «Los personajes se van, pero la compañía se queda. Nosotros también somos gente de veinte y treinta y tantos que ha decidido quedarse y luchar por construir un futuro y una industria cultural en el país», destaca la directora sabedora de que la misión de The Cross Border Project es ardua.«Dices industria cultural y te sale la carcajada: ¿Industria qué?», dice y no la consuela saber que la travesía en el desierto de este sector no es un caso aislado y conjetura que todas industrias sentirán «remar contra corriente en este momento».Lucía Miranda no se fustiga ni se autocompadece, aunque nadie de la compañía vive de ella, sino de dar clases, de dirigir en empresas ajenas... Se da con un canto en los dientes porque ahora, por lo menos, les pagan por su trabajo.Un trabajo al que, contradiciendo a críticos y demás expertos, no pone la etiqueta de teatro social. «No lo hago porque creo que todo teatro es social, todo habla de lo que pasa a la sociedad, salvo algunas obras burguesas», aclara al tiempo que dice entender perfectamente que se hable de ellos dentro de este contexto porque hasta ahora han tratado temas como el alzheimer (¿Qué hacemos con la abuela?) o la violencia de género (De Fuente Ovejuna a Ciudad Juárez).«Usamos el teatro como herramienta de transformación y de educación», afirma convencida de este poder de las artes escénicas empezando por la gente que se sienta en un patio de butacas.Con esta premisa abrirán en septiembre en Madrid una escuela de teatro aplicado. ¿? «Será una escuela de técnicas que usan el teatro como herramienta para hacer algo más allá del espectáculo como la resolución de conflictos, documental, aprendizaje de idiomas...», añade la joven creadora, recién llegada de Filipinas, donde, tras ser nombrados agentes de cambio social por la Coordinadora Nacional de ONG, han conocido el trabajo de Peta Theater, un referente en Asia, que, como ellos, creen en ese poder mágico del teatro. En verano los devolverán la visita.Será un paso más adelante de esta compañía nacida en 2010 en Nueva York -«el mundo anglosajón tienen una cultura en artes escénicas muy amplia. Nosotros tenemos dos lagunas enormes: nuestro sistema educativo, que no favorece la integración de las artes escénicas por lo que no puedes amar algo que no conoces, y la falta de leyes que favorezcan crear esa industria»- y asentada desde 2013 a orillas del Manzanares. Desde allí apuestan por una constante investigación que los ha valido, entre otros, el Premio Innovación Cultural en el I Foro de la Cultura de Burgos.

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